Crítica Teatral

Espejo del amor y de la muerte

  • La Zaranda lleva a las tablas del Teatro Pedro Muñoz Seca de El Puerto su última propuesta escénica, 'Manual para armar un sueño'

Uno de los momentos de la nueva obra de La Zaranda.

Uno de los momentos de la nueva obra de La Zaranda.

Cualquiera que haya visto más de una pieza de La Zaranda sabe bien a qué va al teatro y a qué no va cuando estos faranduleros inclasificables paren una nueva creación. Se equivocan quienes acuden con ganas de pasar un rato ameno: con el sano deseo de desprenderse de la tensión de una dura semana y conectar desde la butaca con lo mejor de sí mismos, a modo de entrante cultural de lo que luego será un sabroso tapeo y un burbujeante copeo con pareja o amigos. A la catarsis a la que aspiraron los trágicos griegos no se llega con ninguna obra del autodenominado Teatro Inestable de Ninguna Parte desde lo dócil, lo sencillo, lo agradable, lo previsible, sino después de una experiencia la mayoría de las veces desoladora, que araña por dentro hasta donde duele y llega con su punta bien afilada hasta donde hiere.

Cuarenta y cinco años llevan rebuscando en el recóndito interior de los espectadores estos jerezanos que han hecho de las tablas sus vidas y se han mantenido, desde aquellos tiempos vertiginosos de la transición, en una referencia de la escena patria con un marchamo reconocible, aunque siempre renovado, esperados con interés no solo en nuestro país, sino en toda la América hispana, contando por éxitos, desde la periferia del Sur del Sur, cada uno de sus descarnados montajes. Nos preguntamos cuánto no habrá en ese idilio con lo que un día fue la Nueva España del nexo hablado que enlaza, con un océano en medio, el impuro castellano de ida y vuelta –poderoso, suburbial- que La Zaranda gasta en todas sus dramaturgias sin complejos ni rencores. Su “teatro del alma”, como se ha escrito más de una vez, tiene en el lenguaje uno de sus vértices, pues la suya es una apuesta decidida por el texto, la voz, la palabra elevada a símbolo desde la anécdota después de un largo trabajo de investigación y decantamiento.

Habituales en el Pedro Muñoz Seca desde hace años, el sábado visitaron El Puerto con su última propuesta, Manual para armar un sueño, una carta de amor al teatro, y pareciera que también una parada autobiográfica en mitad de un camino ya largo para abismar la mirada en el precipicio del pasado. Y hay, en ese deambular claustrofóbico por las catacumbas del ayer de los personajes desgastados que protagonizan la historia, un mucho de derrota y de inconmensurable amargura por el inminente final que se le viene encima. Y refuerzan esa alegoría, como no puede ser de otra forma con La Zaranda, los espacios lúgubres, la habitual escenografía feísta y angustiosa en la que se sumerge al auditorio, pero también despuntan aquí destellos de luminosidad, fe en lo porvenir, esperanza, pese a todo, en el oficio de vivir en un giro al que no nos tienen acostumbrados los jerezanos, siempre tan desalentadores: como quien rubrica una tregua, puede que sin que sirva de precedente, y ponga fuego y celebración donde siempre se removió ceniza y desamparo. Lo hacen, con acierto e inteligencia, desde lo barroco, pues fueron gigantes de la talla de Cervantes y Calderón –tan presentes en esta obra- quienes supieron tornar en certeza amarga, encarnada en personajes ya universales, la bajada a los más míseros infiernos de un tiempo y de un país.

Una vez más, el esplendido despliegue actoral de Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Paco Sánchez, que lo dan todo en un escenario que hacen suyo del todo como los maestros que son, alzan otra pieza conmovedora de Eusebio Calonge con la escenografía suficiente, la iluminación necesaria y los subrayados musicales puestos donde tienen que estar. Zaranda, no lo olvidemos es, según el diccionario, un cernidor que preserva lo esencial y desecha lo inservible.

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