Con motivo del primer centenario de las Cortes de Cádiz, este periódico recogió la curiosa historia de un indulto concedido por las Cortes a un reo que se encontraba ya en capilla y con el patíbulo levantado.
El soldado de Marina, Felipe Molina, había agredido al voluntario distinguido de Cádiz, Miguel Monge, y el tribunal lo había condenado a la pena de muerte.
El defensor del reo, el agraviado y el teniente coronel del Cuerpo de Voluntarios Distinguidos, dirigieron instancias a las Cortes solicitando el indulto.
El 30 de abril de 1811, día señalado para la ejecución de la sentencia, los diputados comenzaron a debatir sobre el asunto.
Tras varias intervenciones, el diputado Gordoa, sacerdote, inclinó la opinión de la cámara en favor del perdón recordando que el delito no era muy grave y que las Cortes debía procurar "economizar la efusión de sangre española y dar al público un plausible testimonio de clemencia".
Acordado el indulto, la noticia fue comunicada con toda rapidez a la prisión, ya que la pena se iba a cumplir esa misma tarde.
Transcurridos unos días, el defensor del condenado, el teniente Juan Bautista Albareda, invitó a almorzar a agresor y agredido, para sellar la paz entre ambos y celebrar la piedad de las Cortes.
Mientras tanto, la Hermandad de la Santa Caridad hacía saber a toda la población gaditana que había recaudado 3.180 reales de vellón a beneficio del alma del condenado. Como ya no iba a ser ejecutado, Felipe Molina decidió repartir esa cantidad destinando mil reales al soldado que había herido y ochocientos a misas aplicadas por el Rey Fernando VII y para que el Señor " llene de bendiciones " a los diputados.
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