Economía

La inflación no es la causa sino la consecuencia

Puesto en un mercado con el precio del kilo de tomates

Puesto en un mercado con el precio del kilo de tomates

Los precios son para la economía como la fiebre para la salud. Cuando suben más de la cuenta es porque algo funciona mal. Hay que actuar con urgencia para que dejen de subir, pero si no se interviene sobre la causa original del problema, es probable que los efectos de las ayudas, las bajadas de impuestos e incluso la subida de tipos de interés resulten efímeros y finalmente haya que recurrir a los antibióticos e incluso pasar por el quirófano.

La inflación aparece cuando hay un crecimiento excesivo de la cantidad de dinero, cuando la demanda crece más rápidamente de lo que las empresas pueden producir, cuando se encarecen los productos que importamos o cuando se deprecia la moneda nacional, aunque en realidad todas ellas vienen a salir del mismo saco. Cuando el dinero aumenta más de lo razonable, la demanda se dispara por encima de lo que producen las empresas y aumentan las importaciones. Si entre ambas no consiguen cubrirla, la parte insatisfecha se convierte en un foco de presión sobre los precios. Cuando el origen está en el exterior, por ejemplo, un aumento en el precio de las materias primas, la presión se traduce inmediatamente en inflación y en déficit comercial. Como consecuencia de ambas cosas, la moneda nacional tiende a depreciarse en el mercado de divisas, lo que encarece todavía más las importaciones, alimentando la corriente inflacionista en el interior del país.

La inflación que padece Europa y muy especialmente España es el resultado de la confluencia de todas las circunstancias anteriores y de alguna adicional. El crecimiento insolente de la cantidad de dinero y de los préstamos a coste inusitadamente reducido desde la crisis de 2008 (en Europa tras la llegada de M. Draghi al BCE, en 2012) contribuyó decisivamente a superar el colapso, sobre todo en el sector financiero, aunque sin repercusión alguna sobre los precios, al menos hasta mediados de 2021. La barra libre de dinero barato consiguió mantener sedada a la economía europea durante las dolorosas operaciones de rescate a bancos y sector público y facilitaron el inicio de la recuperación general a partir de 2014. Cuando a finales de 2019 se anunciaba el final de los estímulos monetarios apareció el coronavirus, que obligó a retomar el tratamiento hasta que el enfermo mostrase síntomas de capacidad para sobrevivir sin anestesia. El tremendo reto social que planteaba la pandemia desbordaba las capacidades del sistema de bienestar, que se vio obligado a suspender toda la normativa de prudencia financiera concebida para garantizar su sostenibilidad.

Los primeros síntomas de inflación descontrolada aparecieron en medio de la reflexión sobre la mejor estrategia para recomponer los daños. La tensión en los mercados de materias primas se venía observando desde hacía algún tiempo y los fallos en las cadenas de suministros, tras la reapertura del comercio internacional, dificultaban el aprovechamiento pleno de las capacidades de producción suspendidas, no destruidas, durante la pandemia. El desequilibrio entre una oferta limitada por los obstáculos al comercio y una demanda sostenida por el endeudamiento y la extraordinaria liquidez que continuaban proporcionando los bancos centrales se tradujo de forma inmediata en presiones inflacionistas. A finales del pasado año, el IPC armonizado de la Eurozona ascendía hasta el 5%. El pasado mes de agosto llegó hasta el 9,1% y al 10% en septiembre).

En Estados Unidos reaccionaron antes que en Europa. Desde mediados de marzo, cuando el tipo de interés de la Reserva Federal se encontraba al 0%, los tipos han subido un 3%, mientras que en Europa la subida se inició en julio y en la actualidad se sitúa en 1,25%, lo que ha contribuido, además del temor de que la guerra de Ucrania termine provocando una recesión en la UE, a la depreciación del euro frente al dólar. La paridad entre ambas monedas volvió a situarse durante este verano por debajo de 1, en plena escalada de precios de materias primas importadas.

El tipo de cambio del euro y el diferente cronograma en la reacción ante la inflación explica una parte de la diferente dinámica de la inflación en Europa y en Estados Unidos, pero el desigual comportamiento de los precios dentro de la Unión Europea y en España en particular, exige explicaciones adicionales. Si la política monetaria es la misma para todos y también el tipo de cambio del euro; y si nuestro relativo alejamiento de la guerra de Ucrania nos concede ciertas ventajas respecto a otros, entonces ¿por qué hemos tenido más inflación que el resto?

La respuesta está en los otros factores que la alimentan. Ya hemos señalado que, si la demanda crece en exceso o está muy por encima de la oferta, las empresas del país se esforzarán en incrementar su producción, aumentarán las importaciones y también lo harán los precios. Cuanto mayor sea la primera de las reacciones (incremento de la producción), mejor para la economía del país porque supondrá un aumento del PIB, pero cuanto mayor sea la respuesta en forma de importaciones, peor para la balanza de pagos. Todavía peor es la reacción en forma de subida de precios. Un desajuste entre oferta y demanda es un desequilibrio real que exige respuestas reales (ajustes en la producción o en el comercio exterior), pero si la solución es de naturaleza nominal (subida de precios) el problema real permanece irresuelto y la economía en cuestión estará evidenciando su incapacidad para resolverlo. Es lo que está ocurriendo en España.

El diferencial de inflación entre España y el promedio europeo tiene una larga tradición, que se remonta a mucho antes de nuestro ingreso en la Comunidad Europea. La razón siempre la misma: la rigidez estructural de nuestra economía. Nos cuesta adaptar nuestras estructuras a las exigencias que plantean las perturbaciones externas y preferimos reaccionar con subidas de precios, antes que ponernos frente al bisturí de las reformas estructurales. Alemania entrará en recesión en 2023, según anticipa la OCDE, pero seguramente tendrá menos inflación que nosotros, gracias a la mayor flexibilidad de su economía, lo que le permitirá salir del trance antes y en mejores condiciones que España.

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