Doña Cuaresma

Todo es un bar

Esta es una ciudad sin ley desde antaño. Desde los fenicios, me aventuraría a asegurar. Aquellos comerciantes que intercambiaban productos y le daban coba a los gaditanos que ya vivían aquí tiesos. Y viendo lo que ocurre estos días en las calles, el Carnaval no es más que un reflejo de la historia de Cádiz. La mitad de la ciudad se levanta cada día para dar coba a la otra media. Os cuento esto al hilo de mis andanzas el pasado fin de semana camuflada entre la marabunta para conocer más de cerca lo que cada día critico en esta columna. Una, que es profesional y rigurosa. Me fijé en el negocio de los bocadillos y las bebidas alcohólicas. ¡Qué precios! Para comprar una botella de moscatel había que buscar un avalista y las raciones de chocos parece que las prepara Ferrá Adriá. Qué bandidos. Y la mayoría no son bares, ¡que va! Estos días cualquier negocio no hostelero se convierte en bar por la noche. Hasta el kiosco de prensa donde cada mañana compro el Diario se transforma en un despacho de cervezas y cubatas. Al amable kiosquero de día se le pone por la noche la cara del Tío Gilito y hace caja dando sablazos a los incautos forasteros vestidos de mariachis o presos. Una monería. Y por cualquier boquete que hay en la pared (una ventana, un accesoria, una casapuerta) salen a destajo raciones de cazón y botellas de manzanilla. Todos a hacer el agosto en febrero para no doblar más el lomo hasta verano. Esta ciudad no tiene remedio.

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