Opinión

Selu y Sheriff

A veces unas pocas sílabas bastan para decirlo todo. Selu. Sheriff. Palabras mayores. Estandartes del Carnaval de Cádiz. Pasar unas horas con ellos, compartir una comida y una sobremesa, es uno de estos regalos que la vida todavía puede concederte. En un saloncito del Terraza, entre bocado y bocado, surgen las anécdotas, las vivencias de una existencia ligada a una fiesta que les apasiona. Se les ve en ese brillo especial con el que Juanma habla del pasodoble de este año, en la sonrisa pícara con que Selu dice que está muy contento con el repertorio de este año mientras le pregunta socarrón al camarero si ya está la comida hecha. Son buenos tipos. Amigos. A Selu he tenido la suerte de tratarlo más y el roce hace el cariño, pero siempre he sentido una especial admiración por la forma que tiene el Sheriff de entender el Carnaval. Cuando gana, y cuando pierde. Con una elegancia carente de resignación pero señorial hasta en la derrota. Recuerdo que, tras la pandemia que nos robó tantas cosas, fue la primera chirigota que volví a ver en directo. Fue en El Timón de Roche, un domingo de primavera de esos donde la luz hace entornar los ojos. Allí, observándolo con su grupo, entendí que hay autores insustituibles. El Sheriff es uno de ellos. El pregonero capaz de oír con humildad los consejos de otro pregonero. De Selu. Ese innovador de la chirigota convertido en clásico por mor de las canas. ¿O acaso hay una chirigota que suene más a Cádiz que la del Selu, por mucho que su compás no recuerde a la tabla de multiplicar?

Selu y Sheriff son ejemplos de cómo se puede ser amigos y rivales, luchadores que se abrazan en una pelea de coplas donde está en juego algo mucho más importante que un premio, donde lo que se busca es la inmortalidad, perdurar, ese anhelo tan humano. Porque, a la postre, todos queremos lo mismo:que nos quieran. Que nos recuerden.

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