Opinión

Es el Carnaval, estúpido

  • Lo bueno de esta fiesta es que es libre. Lo malo es que está rodeada de gente que sin entenderla ni amarla pretende domesticarla y opinan desde la soberbia

Miguel Moreno, Chicho y Figue sobre las tablas del Falla con ‘Punk y circo, la lucha continúa’.

Miguel Moreno, Chicho y Figue sobre las tablas del Falla con ‘Punk y circo, la lucha continúa’. / Germán Mesa

El cameo de Kiko Rivera con la chirigota que le parodia ha sido una bofetada sin manos a ese movimiento global de ofendiditos que se atreve a analizar cada copla que se canta en el Falla sin comprender que estamos en una fiesta que se quedaría en paños menores sin la transgresión que forma parte de su composición molecular. Lo que Kiko Rivera hizo –con mucho arte y muy poca vergüenza– al entonar ese espléndido el que se enfade en Carnaval es carajote, me recordó a aquel Es la economía, estúpido que Bill Clinton soltó durante la campaña presidencial que le enfrentó a George Bush padre en 1992 y que, contra todo pronóstico, le catapultó a la Casa Blanca. La frase se popularizó rápidamente y su estructura se ha utilizado para destacar aspectos considerados esenciales… Es la política, estúpido; Es la guerra, estúpido... incluso alguna vez he llegado a leer Es el Madrid, estúpido, cuando el equipo blanco, de manera inexplicable, ha salido airoso de situaciones inverosímiles apelando a su gen competitivo. La cuestión es fácil de entender. Aunque para ello hay que librarse de esa pátina mojigata que ha impregnado a esta sociedad de redes sociales y trolls cavernarios. Voy a intentar explicarlo.

El Carnaval en general, y el de Cádiz en particular, es crítica pero también sátira. Así ha sido desde su génesis. Hablo de su nacimiento real, no del que algunos advenedizos sitúan el año de ‘Los Yesterdays’ o el de ‘Calabazas’. Carnavaleros de patinillo que dan lecciones sin saberse un triste pasodoble de Eduardo Delgado o Fletilla. Hablo del alumbramiento de una fiesta capaz de plantar cara a la censura cuando había que tenerlos muy bien puestos para hacerlo. Porque ahí, durante aquella dura posguerra, estaba en juego la cárcel, no un zasca en Twitter. El problema que yo veo es que cualquiera, ya sea de Sevilla, de Girona, de Granada, de Vizcaya, o gaditano de nacimiento pero malaje de adopción, piensa que escuchar un par de coplas (canciones, las llegan a llamar) les convierte por ensalmo en unos enteraos de tomo y lomo. Así que, rápidamente, bien pertrechados tras una pantalla, se enzarzan con cualquiera defendiendo su verdad. No entienden que una cosa es que les guste el foie-gras y otra muy distinta que esto les convierta en expertos en patos. Por eso, si el cuarteto del Gago, que este año representa a un grupo de punkis antisistema y anarquistas dispuestos a arremeter contra todo, le canta a la Virgen del Rocío, a Ana Obregón o a Joaquín y su señora se sienten atacados en lo más profundo de su ser. Es inaudito que, a estas alturas del siglo XXI, todavía haya rocieros que se molesten por que un cuarteto de Cádiz diga en un cuplé que en su romería, además de fervor religioso, hay drogas, sexo y alcohol. El Qué escándalo, aquí se juega, del capitán Renault de ‘Casablanca’ pronunciado con traje de corto, una buena jaca y patillas a lo Curro Jiménez.

Kiko Rivera tiene razón. Enfadarse en Carnaval es de carajotes. Esto no quiere decir que haya que estar de acuerdo con todo lo que se escucha en las tablas del Falla. De hecho, algunas letras no tienen ni pies ni cabeza, pero deben entender los forasteros y los advenedizos que estamos en un Concurso, y que aquí, a ver si se les mete en la mollera, sólo se busca la gloria, el éxito, el premio, pasar a la posteridad, alimentar egos, vanidades, y, no lo olviden, ganar cuanto más dinero mejor.

Es ridículo que periódicos catalanes considerados serios dediquen espacio en sus páginas a criticar la letra de Martínez Ares a la amnistía. Entre otras cosas porque tengo la impresión de que a Martínez Ares le importa un pimiento la independencia de Cataluña. Es más, al gaditano en general le importa un rábano la independencia de Cataluña, la suerte del prófugo Puigdemont o de Junqueras. Es una copla. Una crítica. Punto y final. Se aplaude o no se aplaude, se puntúa o no se puntúa, hace gracia o no hace gracia, pero no pretende otra cosa. Ese A cambiar el mundo con canciones que entona ‘La oveja negra’ en el final de su popurrí puede sonar todo lo poético que quieran pero es tan quimérico como inútil.

Esta es nuestra fiesta. Con nuestras reglas. El que no quiera aceptarlas que no venga. Que se largue. Que cambie de canal. No es obligatorio escuchar todas las agrupaciones. Ni yo lo hago. De hecho, esa globalización que ha traído internet, las redes sociales y la televisión en streaming me parece de las cosas más perniciosas que le ha ocurrido al Carnaval de Cádiz en su historia. Por la sencilla razón que quienes se aproximaron a la fiesta con curiosidad y respeto ahora la mancillan y la intentan cambiar para su propio beneficio. Las personas no cambian. Normalmente solemos morirnos con el mismo carácter que exhibimos en el patio del colegio. Hay excepciones, claro, pero no es lo habitual. Y el Carnaval de Cádiz no va a mudar de piel a la vejez. De hecho, mal haría si hiciéramos caso a los vientos del norte que llegan con aroma de colonización.

Por otro lado, tengo que admitir que no me gustan las encíclicas. Ni de articulistas infalibles, ni de autores de Carnaval, ni de aficionados, ni de nadie. Eso de esta comparsa, esta chirigota, este coro, es el mejor de la historia me parece una estupidez. O al menos, la frase está incompleta. Tal comparsa es, para mí, la mejor de la historia; tal chirigota es, para mí, la mejor de la historia… Esto se puede trasladar a los premios de cada Concurso. Los aficionados pueden tener sus gustos, sus opiniones, pero no hay una verdad absoluta. Con el tiempo es el público quien decide qué copla queda en el imaginario colectivo. Es más, algunas como el Me han dicho que el amarillo, la presentación de ‘Los hinchapelotas’, el Credo de ‘Los peregrinos’… posiblemente de las más entonadas cada noche en el teatro, no lograron vencer, pero fueron elegidas y salvadas de la hoguera del olvido por el pueblo. ¿Acaso hay recompensa mayor? Eso sí, todos los gustos no son igual de válidos. Les cuento una anécdota. Una noche, tras salir del Diario con unos compañeros, me presentaron en un bar al alcalde de una capital andaluza, que no viene al caso, y que había llegado a Cádiz para participar en un acto con otros regidores del PP andaluz. Le explicaron que yo era el redactor jefe del Diario del Carnaval y el hombre, con mirada dura, tuvo a bien decirme con esa voz severa que se gastan quienes están acostumbrados a mandar: “Tendrían que haber ganado los ‘Daddy Cadi’ en vez de ‘La Lapa Negra”. Yo le miré también serio y le respondí. “No creo yo que un alcalde de una ciudad que no sea Cádiz tenga los conocimientos suficientes para decidir quién gana un premio de chirigotas en el Falla. ¿Nos metemos los gaditanos en los premios a la mejor Cruz de Mayo de Granada, a la mejor caseta de la Feria de Sevilla o al Mejor Patio de Córdoba?”. Me temo que no le caí muy simpático.

Lo que quiero decir con esto es que cada uno puede tener su gusto, pero eso no quiere decir que tenga razón. Quienes llevan décadas escuchando y estudiando el Carnaval, quienes, por educación musical o por haberse codeado con algunos de los mejores autores de la historia, poseen unos conocimientos más profundos del mundo carnavalesco seguramente estarán más preparados para enjuiciar una agrupación que cualquier alcalde o cualquier ministro, por muy alcalde y muy ministro que sea. Otro ejemplo: me encanta el cine, tengo mis gustos, algunas veces, quizá muchas, difiero con críticos cinematográficos como mi buen amigo José Carlos Fernández, pero entiendo que, seguramente, ellos perciben en la pantalla cosas que a mí se me escapan. Lo bueno de la falta de experiencia es que puede curarse con los años. Lo malo de la soberbia es que no tiene cura. Lo bueno del Carnaval es que es libre. Lo malo es que está rodeado de gente que sin entenderlo y sin amarlo quiere domesticarlo. Y les aseguro que fracasarán. Porque es el Carnaval, estúpido.

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