El linchamiento

El Concurso está cogiendo un tufillo cani que no me gusta nada. La tensión propia de la competición siempre ha formado parte del juego, pero ahora se está exagerando hasta rozar lo ridículo. No sé si las redes sociales, esa interconexión global hacia el que deriva este mundo en crisis, ayuda a alimentar al monstruo, pero el resultado es de lo más cateto. Porque una cosa es que el COAC sea un certamen popular en el que el público es soberano y otra muy diferente que haya barra libre para los impresentables. A los aficionados no se les puede amordazar, pero estos no tienen derecho a la humillación del que actúa. Como un espectáculo que es, el COAC se rige por una ley general y esta exige en uno de sus artículos el respeto a los demás espectadores y a los artistas. El miércoles se le faltó el respeto al cuarteto pero también al resto de personas que pretendía oír su repertorio. Hay otras alternativas al linchamiento cuando una agrupación no gusta. Incluso se puede salir del Teatro para volver un rato después. Pero lo que no es de recibo es que desde que se levante el telón se masacre a un cuarteto. Es un acto cobarde que normalmente se perpetra contra esta modalidad. En el caso último, además, de forma injustificada, porque sin entrar en valoraciones, el grupo traía un tipo digno y trabajado, una escenografía pensada y un repertorio rimado. ¿Que no tenía gracia? Ya. Menos la tuvieron los que gritaron desde el gallinero, que en su retahíla de tonterías tampoco estuvieron especialmente inspirados. Fue un acto bravucón, una exhibición del poder del gallinero. Es verdad que en el Falla se ha llegado a abuchear a Paco Alba o a Martínez Ares, pero lo del miércoles, por la debilidad del oponente, resultó deplorable. Si esta es la libertad de la que presumimos en esta ciudad, no me extraña que nos vaya como nos va.