Si caminito del Falla

COAC 2023: Escapar para encontrar a 'La ciudad invisible'

Uno de los integrantes de la comparsa 'La ciudad invisible' de Antonio Martínez Ares, en La Pecera, donde se prepararon antes de llegar al Falla.

Uno de los integrantes de la comparsa 'La ciudad invisible' de Antonio Martínez Ares, en La Pecera, donde se prepararon antes de llegar al Falla. / Julio González

En los rostros, la primera captura del día –conchas, escaramujos, arena...–, y en el ánimo, el arrastre de los estrenos –inquietud, emoción, vértigo...–. En La Pecera es como si divisáramos la mar aun cuando esta historia, la nueva historia, mejor, la continuación de la historia que Antonio Martínez Ares comenzara a escribir hace tres años, escarba bajo la tierra. Bajo ‘La ciudad invisible’, en una cueva, el lugar donde se refugian de su huida aquellos 'sumisos' que se llevaran a la Prevención durante una fiesta de cierta 'chusma selecta'. Escapar, escapar, para acabar presos (“antes, ahora, siempre hay censura, siempre estuvimos en la ciudad invisible”). Escapar, ¿acaso es posible? “A lo mejor no, pero sí podemos encontrar, volvernos a encontrar. No es mala ganancia”.

Antonio, con la tranquilidad que a veces nos procura cierto tipo de cansancio, se somete a los pinceles de Sara Romero. Camuflado el ojo, colocan la moneda de Gadir. Dos atunes juegan al escondite con el tiempo. Gana el Cádiz fenicio. Gana el pasado que en Cádiz, aunque esté enterrado, siempre sale a la superficie en cuanto se mueve una piedra.

Habla Martínez Ares de lo ya dicho. Del riesgo que supone abrazar una trilogía sin repetirse, de retomar un personaje, el de ‘Los sumisos’ que “aunque cayera bien”, ahora debe ser el motor de una nueva propuesta de este Concurso voraz de novedades, del más difícil todavía, con hambre, mucha hambre, de lo no visto (anda, que me ha salido un hermanamiento con ‘Los carnívales’).

Habla el eterno Niño de un Concurso pegado a otro Concurso. De la elaboración de un nuevo repertorio y “la vida” que le queda por hacer. Habla del preso que huye y se refugia donde Cádiz, donde todos los Cádiz, donde el origen de este bucle temporal irresoluble que es Cádiz. Allí abajo, en lo oscuro, escuchan a ‘La ciudad invisible’ con una precaria radio. ¿Qué les cuenta? Antonio nos lo cuenta, pero eso, mejor, lo escuchan.

En La Pecera la boca sabe a tierra pero avistamos la mar en la mesa de trabajo de Camerino de Artes y Horrores. Los frutos de la playa. “Esta mañana mismo he ido a por todo lo que dejaba la marea”, dice Sara Romero, que también inventa serrín con las virutas de una guitarra recién hecha. Látex, cuerdas, trenzas y rastas. En apariencia el maquillaje puede ser sencillo pero, no se engañen, está lleno de texturas, de detalles, de volúmenes. Todo para recrear el paso del tiempo en los cabellos y los rostros de los prófugos sumisos. De la humedad bajo tierra, si la tierra es Cádiz.

Manuel Odriozola en el vestuario que rasgan, envejecen y customiza Achicarte que, también de nuevo, levanta una escenografía que da un paso más hacia el lenguaje teatral. La cueva. Bajo Cádiz. ¿Bajo La ciudad invisible o en La ciudad invisible?

“El equipo de siempre”, dice Antonio sobre su gente de confianza en el apartado técnico y sobre una comparsa donde se suman Ramoni y Jesús Cateto. “Aquí el que menos tiene los mismos carnavales que yo en lo alto...”, ríe también con los ojos, aunque sólo ya le veamos uno.

El tiempo, querido aficionado, que parece que no pasa, en Cádiz. ¿Será que no existe, será que nunca existió?

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