La Pelota de Papel

El arte de saber encajar

  • El Celta agravó la herida que traía de Madrid el Barça, cuya aparente solidez se disipó de repente. En el vestuario afloran diferencias con Luis Enrique y la afición pide el adelanto de las elecciones.

Pasaban las jornadas y el Barcelona de Luis Enrique aprovechaba la bondad del calendario para ir tomando cuerpo. Y confianza. Nada mejor que las victorias para que cuaje un proyecto, para que el personal crea realmente en el manual y las maneras del que acaba de llegar. Y más aún, si el que toma las riendas no es un entrenador de pedigrí, que esgrime su currículo y entra en el vestuario investido de una autoridad ante la que los egos se aplacan. No. Luis Enrique Martínez fue un jugador que lo dio todo de azulgrana, que fue uno de los favoritos de la hinchada barcelonista en aquel equipo de la segunda mitad de los noventa por su compromiso... y por su abrupta salida del gran enemigo blanco. El asturiano necesitaba de un arranque fulgurante para aplacar a un club proclive a los incendios intestinos. Y para convencer a una afición que unos meses antes había visto cómo se le escapaba una Liga en el mismísimo Camp Nou.

Cuatro victorias en las cuatro primeras jornadas hicieron que el nuevo Barça despegara y empezara a tomar altura. Cayeron Elche, Villarreal, Athletic y Levante. Ninguno fue capaz de hacer un gol a Claudio Bravo, uno de los fichajes. La versión que ya daba sus primeros pasos recordaba a aquel Barça voraz de Guardiola en su presión adelantada, que apenas concedía llegadas al ataque del rival. Que recuperaba la pelota en posiciones adelantadas para que la excelsa calidad de Messi y Neymar sentenciara. El argentino y el brasileño hablan el mismo idioma sobre la hierba, y encima están por la labor de apoyarse el uno en el otro ahora, que no tienen un Mundial en lontananza que les nuble la vista. Mathieu empezó a tal nivel que nadie echaba de menos a Piqué. Similar fue el caso de Rakitic con Xavi. Pero...

A poco que el calendario se ha empinado y con él las exigencias a este remozado equipo, todo se ha trabado. Aquella visita a París en la segunda jornada de la Liga de Campeones (3-2) despertó las primeras sospechas. El sistema defensivo empezó a mostrar sus primeras grietas ante una delantera top, como es la del PSG. Y ni siquiera el hecho de haber encadenado las ocho primeras jornadas de Liga sin encajar un solo gol, ni siquiera enseñarle la matrícula al Madrid después de que los merengues cayeran en Anoeta y ante el Atlético, atenuaron el recelo en la opinión pública. Había que esperar a más batallas principales para valorar en su justa medida el verdadero nivel que podía dar este Barça.

Y ninguna batalla lo es más que la visita al Santiago Bernabéu. La demostración de fortaleza y brillantez del Real Madrid, su capacidad y determinación para sobreponerse a ese golazo inicial de Neymar, fue un segundo golpe al mentón del Barça. Y al prominente mentón de Luis Enrique.

Los púgiles que se ajustan el cinturón de campeón son los que encajan tan bien como golpean. Es vital que los golpes que recibas no te desestabilicen. Y a este Barça, el 3-1 en Chamartín lo dejó tambaleando. El pujante y descarado Celta de Berizzo lo aprovechó para echar un puñado de sal en la herida. Cierto que su portero Sergio Álvarez fue el mejor, pero los gallegos también pudieron hacer algún tanto más y los locales nunca dieron sensación de dominio, de tener el control de la situación.

Todo ha cambiado en una semana para Luis Enrique. Apenas cuatro golitos en diez jornadas ha recibido, pero esos golpes lo dejan medio groggy. Mucho tiene que ver que el Madrid le haya arrebatado el liderato y también la bandera de equipo referencial por su exuberante juego y su catarata de goles.

Barcelona ya es un puro debate. Surgen informaciones sobre ciertas diferencias entre el entrenador y algunas vacas sagradas del vestuario, desmentidas por Busquets. Piqué vio el partido del sábado sentado en el palco, de paisano, sin estar lesionado ni sancionado. Aquella negativa de Messi a ser sustituido, que desafió la autoridad del entrenador. Y encima, la sombra de Laporta sobre Bartomeu, que oye a cierto sector del barcelonismo clamando por el adelanto de las elecciones. De repente, alerta amarilla en un club propenso a las marejadas internas. Hay que saber encajar...

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