Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

introducción (i)

1936 El Tour, una prueba para tipos duros

  • En clave nacional. Mientras se disputaba esta edición de la prueba francesa hace 80 años, la Historia de España iba a cambiar de forma profunda

EL Tour de Francia debe ser una de las pruebas deportivas más prestigiosas del mundo. Desde luego sí que lo es para los amantes del ciclismo en carretera, ese deporte emotivo, heroico y legendario. Siempre tiene algo que trasciende más allá del deporte. En suma: que el Tour es el Tour.

En 1936 ya era así, sobre todo en Francia donde suponía todo un acontecimiento de carácter nacional.

Hace ochenta años, en 1936, en España no se hablaba mucho de deporte, todavía no se había convertido en el fenómeno de masas que es hoy. Tal vez el fútbol despertaba muchas emociones, sin embargo el Tour era aún algo lejano, no apto para nuestros deportistas. Por otra parte, el país no estaba para mucho deporte: el clima prebélico e inquietante de aquel verano no presagiaba nada bueno. Pero como digo, el Tour es el Tour. Y se iba a disputar la trigésima edición de su brillante historia, sólo interrumpida en los años de la Gran Guerra.

El Tour era ya en 1936 un fenómeno mediático, quizá porque había nacido en la redacción de un periódico. En 1903 el periodista de "L'Auto", Géo Lefévre ideaba una vuelta en bicicleta alrededor de Francia con el fin de relanzar las decaídas ventas del rotativo parisino, que narraría cada etapa en tono épico. La bici en 1903 representaba moderno, el progreso y la velocidad, y "la plus grande épreuve cycliste jamais organisée" le proporcionaría el refrendo definitivo.

La bicicleta quería dejar de ser sinónimo de recreo o de recuerdos infantiles para convertirse en un deporte de tipos duros. La bicicleta representando la fuerza y el tesón, con el factor multiplicador de la técnica, que en este caso no daba ventajas a nadie. Pero no era sólo cuestión de fuerza en las piernas, sino también de estrategia, de ingenio, de psicología, de tesón… O sea, la cabeza y las piernas. Se ponían de relieve el heroísmo individual, los desfallecimientos, la lucha del deportista con sus propios límites, con los demás o contra las inclemencias climáticas. La condición humana sobre ruedas.

Enseguida el Tour se sometió a la necesidad épica de la prueba y la prensa comenzó a narrarlo como una epopeya. He ahí la clave de su éxito.

Esta era la edición 30ª de la ya prestigiosa competición ciclista, que sería una más si no existiera la particularidad de que coincide exactamente en el tiempo con los instantes más trágicamente decisivos de la Historia moderna de España. Y naturalmente porque ese Tour lo corrieron unos españoles, que iban ilusionados a defender los colores de su patria -en esos años se corría por selecciones nacionales- que orgullosamente lucían en su maillot, y que al acabar la carrera la Guerra Civil los devolvió a una desdichada realidad sin bandera ni futuro. El destino lo quiso así, y ese destino, caprichoso y extraño, los aventaría igual que a tantos y tantos de sus compatriotas.

Aquel verano de 1936, hace justo ochenta años, cambiaría por completo la Historia de España, mientras el Tour se iba a correr: saldría el 7 de julio de París, regresando majestuosamente el 2 de agosto tras recorrer el país. Un total de 4.442 kilómetros divididos en 21 etapas.

Para los españoles no era fácil participar en la prestigiosa ronda francesa. Al Tour, igual entonces como ahora, no va quien quiere… Sin embargo dos circunstancias fraguaron la participación española. La primera, la emergente afición velocipédica en España hacía de la Vuelta a España una prueba consolidada, y un ramillete de corredores nacionales se estaba abriendo camino en las carreras cortas del sur de Francia. Pero el segundo factor, sin duda decisivo, fue la sorprendente victoria de Vicente Trueba en el Premio de la Montaña en el Tour de 1933. Un premio que se había creado ese mismo año y, contra todo pronóstico, lo ganó "La Pulga de Torrelavega" quien se había presentado a la carrera a título individual, sin equipo y sin apoyo económico alguno. Trueba coronó en primer lugar Tourmalet, Aubisque, Ballon d'Alsace, Peyresourde y Galibier. La bella gesta del corredor cántabro, sin duda, abrió el camino a los corredores españoles al otro lado de los Pirineos, la meca del ciclismo profesional.

Pero lo cierto es que Vicente Trueba no podía participar en esta edición de 1936, pues había tenido recientemente la tenia o "solitaria" y los medicamentos que tomó "para matar al bicho" le habían dejado el estómago hecho polvo, de manera que no estaba en condiciones.

Henri "Papá" Desgranges, director de "L'Auto" y mítico organizador de la ronda francesa, admirador del estilo escalador de Trueba, y del espectáculo que proporcionaban las subidas, no se dio por vencido e hizo las gestiones para que cinco ciclistas españoles participaran en esta edición de 1936. Los designados por la Unión Velocipédica Española -así se llamaba entonces la Federación- fueron Mariano Cañardo, Julián Berrendero, Salvador Molina, Federico Ezquerra y Emiliano Álvarez. Excluido Vicente Trueba por enfermedad, como se ha dicho, estos cinco deportistas eran lo mejorcito que presentaba España a la 'Grande Boucle'.

Si el ciclismo en carretera es hoy un deporte durísimo, en 1936 era, sin duda, heroico. La asistencia técnica era todavía una quimera, la preparación física y la alimentación eran responsabilidad de cada corredor, los tejidos inapropiados de la ropa se convertían en un suplicio con el calor o la lluvia, ropa que por cierto lavaban ellos mismos en el hotel. Para describir el Tour de aquel año hay que conocer las condiciones técnicas de la carrera: los corredores reparaban sus propias bicis, que eran pesadas y rudimentarias, estaba prohibido el derailleur, el cambio automático por cables, de modo que el ciclista debía bajarse de la bici para cambiar los piñones. Al año siguiente, por fin se autorizó.

La organización no quería bajo ningún concepto que la tecnología otorgara ventaja alguna, de modo que era obligatorio utilizar la bicicleta oficial del Tour, ese año de color amarillo; eso sí, cada corredor ponía el sillín y la guía.

Hay que hacer un esfuerzo para imaginar a aquellos sufridos deportistas corriendo al borde del sueño sobre sus bicis amarillas en las interminables etapas sobre caminos pedregosos, bajo el sol ardiente o la lluvia que los calaba durante horas. Así que también estaban a la orden del día, y se veían como normales, los sellos de anfetaminas, los pinchazos de estimulantes, la cocaína para los ojos, para que el dolor llegara lo más tarde posible y poder pedalear con las piernas menos agarrotadas. Además, el café y el coñac eran productos usuales en los avituallamientos.

Aunque la media horaria de ese año fue de 31 Km/hora, lejos de los más de 40 Km/hora que se alcanzan en el Tour moderno, no quita para que el sufrimiento de los ciclistas fuera a veces sobrehumano. Se cuenta que Octave Lapize, ganador del Tour de 1910 y primer ciclista que coronó el Tourmalet, al llegar a la meta de esta etapa se bajó de la bici y se dirigió a los organizadores al grito de "¡Asesinos, asesinos!".

De 1930 a 1939 el Tour se corría por equipos nacionales formados por diez ciclistas. ¿Qué hacer, pues, con los cinco corredores españoles? A Desgranges se le ocurrió formar un estrambótico equipo con los cinco españoles (Cañardo, Berrendero, Molina, Ezquerra y Álvarez) y cinco luxemburgueses (Mersch, Mathias Clemens, Krauss, Pierre Clemens y Jean Majerus).

Si ya de por sí las tácticas de equipo eran entonces muy rudimentarias, este combinado hispano-luxemburgués era cualquier cosa menos un equipo. A la nula afinidad entre los corredores de ambos países se añadía el hecho de que entre los corredores españoles tampoco existía mucha armonía, pues a las rencillas deportivas entre ellos se sumaba la diferencia de marcas comerciales de bicis para las que corrían en España: Cañardo y Ezquerra para Orbea, mientras que Berrendero lo hacía para BH. Así que los desencuentros eran frecuentes.

Los equipos se componían de diez corredores, como se ha dicho, entre los que destacaban dos o tres figuras, algún especialista en sprints o escalada, tres o cuatro ciclistas medianos, que servían para dar tirones y, por fin, dos o tres domestiques a las órdenes de las figuras, que tenían como misión auxiliar a los otros en lo que surgiera a lo largo de la ruta, estorbar al contrario e incluso caerse "oportunamente" delante de un rival…

En el caso del grupo español, Berrendero y Ezquerra eran escaladores puros, Cañardo también pero algo más completo, mientras que a Molina y a Emiliano Álvarez se les podría considerar corredores de equipo.

En cualquier caso, con estas premisas deportivas el "medio equipo" español sólo podía aspirar a galardones confiados al esfuerzo estrictamente individual, como ganar alguna etapa o el reinado de la montaña.

En 1936 participaban en el Tour nueve equipos: Bélgica, Alemania, Francia, el citado España/Luxemburgo, y los equipos de cuatro corredores de Suiza, Holanda, Yugoslavia, Rumania y Austria. Además, tomaban la salida treinta corredores touristes-routiers, todos franceses, que participaban sin equipo y a título individual. Total noventa corredores.

Debían ser cien, pero se daba la circunstancia de que tras la invasión italiana de Etiopía en mayo, algunos gobiernos, entre ellos el francés, habían propuesto sanciones a Italia. Como respuesta, Mussolini dio la orden de suspender toda relación deportiva entre los equipos nacionales italianos y esos países. Fueron bajas de última hora, pues los corredores italianos tenían ya incluso adjudicados los dorsales -del 41 al 50- pero no acudieron a la cita de París. Una lástima porque el ciclismo era tremendamente popular en Italia y además ya despuntaba un fenómeno llamado Gino Bartali.

Los españoles lucieron los dorsales 21 Cañardo, 22 Berrendero, 23 Molina, 24 Ezquerra y 25 Álvarez, sobre un maillot hoy muy significativo e histórico: morado con una doble franja horizontal amarilla y roja. Los maillots de los equipos intentaban reflejar su bandera nacional, y así el del equipo español llevaba los colores de la bandera republicana.

En 1936 no existía la variedad de maillots de las diferentes clasificaciones que hay en el Tour actual. Sólo el amarillo de líder de la clasificación general. La organización sí concedía otros dos premios: al mejor equipo y al mejor escalador. Además la organización repartía entre los corredores premios por un valor de un millón de francos (480.000 pesetas), un dineral para la época.

Aquellos cinco españoles que se aprestaban a participar en la Grande Boucle no sabían que dejaban atrás una España que no sería la misma, ni de lejos, de la que encontrarían al finalizar la carrera. Ignoraban la que se avecinaba, que sus destinos y sus vidas darían un giro de rumbo brutal. El desarraigo, el exilio, la separación familiar y hasta la cárcel estaban en un horizonte no demasiado lejano: la duración de un Tour.

La España que dejaban estaba en esos momentos sometida a un frenesí político nunca conocido. Durante aquel tórrido julio de 1936, la II República -un régimen democrático y parlamentario- no satisfacía las aspiraciones revolucionarias de las organizaciones proletarias de izquierda. Por el contrario, para la España conservadora y catolicista, los gobiernos republicanos eran de un izquierdismo peligroso y subversivo. Además las últimas elecciones de febrero habían colocado al frente del Gobierno una coalición de partidos de izquierdas: el Frente Popular, por lo que las vencidas derechas rumiaban su venganza.

En cualquier lado se hablaba de política y a menudo las ideas se confrontaban con una violencia que, a veces, sobrepasaba el nivel de lo verbal.

La II República se encontraba, pues, en el vórtice de una tempestad, pero nadie podía presagiar la magnitud de la tragedia que se avecinaba. Y mucho menos aquellos cinco jóvenes deportistas españoles que iban a disputar la carrera de sus vidas.

Esta noche, nerviosos y expectantes, descansaban en el Hotel Lafayette de París.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios