Ory. La cabaña central | Crítica

Vive Carlos Edmundo

  • El catálogo de la exposición que conmemora el centenario del nacimiento de Ory, comisariada por Juan Manuel Bonet, ofrece un sugerente recorrido por su vida y obra

Ory en Madrid, 1980, retratado por Osvaldo Gomáriz.

Ory en Madrid, 1980, retratado por Osvaldo Gomáriz.

Inaugurada en vísperas del pasado Congreso Internacional de la Lengua Española, la exposición con la que ha comenzado en Cádiz el programa de actos del centenario de Carlos Edmundo de Ory ha prorrogado su andadura hasta finales de mayo, antes de viajar a París –a la Francia que acogió al poeta en su exilio voluntario– de la mano del Instituto Cervantes. Aún queda tiempo por lo tanto para verla, pero quienes no se desplacen a la ínsula pueden hacerse una idea muy precisa de su contenido gracias al pulcro catálogo coeditado por la mencionada institución y la Diputación de Cádiz, con la inestimable colaboración de la Fundación que lleva el nombre del escritor y preside su viuda, la artista e ilustradora Laure Lachéroy, que tiene en cartel estos días la exposición Geografías del sueño. A ella y al coordinador de la Fundación, Salvador García, se debe el acierto de haberle encargado a Juan Manuel Bonet, un poeta y crítico que conoce como muy pocos entre nosotros el mundo de las vanguardias históricas, el comisariado de la exposición y los textos, impecables como suyos, que podemos ahora leer en una demostración más de su capacidad para convertir la erudición en una de las bellas artes.

Lachéroy titula su preliminar con un escueto aerolito, 'Las hormigas de la memoria'

El título, La cabaña central, apenas necesita explicación si recordamos que con ese nombre –el adjetivo lo añade el comisario, aludiendo a la condición de faro desde el que irradiaron las mil direcciones aquí exploradas, paradójicamente múltiples para un autor que habitaba en los márgenes– llamó Ory a su legendaria casa en la banlieue de Amiens, donde residió por espacio de dos décadas antes de encontrar su retiro último en Thézy-Glimont. Tras las palabras preliminares de Lachéroy, tituladas con un escueto aerolito, Las hormigas de la memoria, que viene a sugerir cómo esta última puede ser recreada a partir de las pequeñas piezas que conforman un legado, el minucioso collage de Bonet recorre el itinerario de Ory a través de las ocho secciones o capítulos donde se integran los fondos de la exposición, referidos al padre también poeta, Eduardo de Ory, "más tardorromántico y parnasiano que simbolista", editor y periodista vinculado a la constelación española y latinoamericana del modernismo; a su formación en la ciudad natal (1923-1943), de la que han sobrevivido ocho libros manuscritos en ejemplares únicos, muy influidos por las lecturas de la biblioteca paterna; a la formidable aventura del postismo, con "sus alrededores" y "su estela", una década (1943-1953) en la que el joven Ory, ya instalado en Madrid, se convirtió en impulsor, junto a Chicharro hijo y Sernesi, de la "nueva estética", época a la que se remontan sus vínculos con autores como Cirlot, Zúñiga o Crespo; a la estrecha y no siempre destacada relación con las artes plásticas, los "nuevos prehistóricos" y otros artistas entonces pioneros a los que Ory trató o para los que escribió textos en catálogos varios; a sus estancias y residencia en París (1952-1967), con el mal conocido "intermedio peruano" de 1956-1958; al largo periodo último de Amiens (1967-2010), el de la Maison de la Culture, el Atelier de Poésie Ouverte y el auge de la contracultura.

El discurso expositivo de Bonet, denso y exacto, abarca tanto la literatura como el arte

Los dos capítulos finales se dedican al "renacer editorial" de Ory en los setenta, iniciado por la antología de Félix Grande a comienzos de la década, a las "nuevas amistades" y el reencuentro con Cádiz, su "ovario materno", donde los fieles del grupo Marejada y otros devotos de Ory –la larga entrevista que concedió a uno de ellos, Juan José Téllez, verá la luz este año en forma de documental en buena medida inédito– han mantenido viva su memoria hasta hoy mismo. El discurso expositivo de Bonet, denso, preciso y exacto, como de costumbre pródigo en listas y conexiones a gran escala, remite a menudo a los datos consignados en el Diario y aprovecha su enciclopédico conocimiento para abarcar tanto la literatura como el arte, bien representado en los fondos de la Fundación que, gracias a la pulsión clasificatoria del escritor, se han mantenido en perfecto estado de revista. La voracidad insaciable de Ory, a la que se refirió su admirador Roberto Bolaño, se trasluce en innumerables lecturas y sucesivos intereses, en una curiosidad infinita, en una permanente exploración de la que ha dejado numerosas huellas en forma de citas, libros, cuadros o dibujos. Hay que celebrar, además del centenario del hombre, que todo ese patrimonio haya sido felizmente preservado de la dispersión y el olvido.

Ory y Laure en Amiens, 1975. Ory y Laure en Amiens, 1975.

Ory y Laure en Amiens, 1975. / María Luisa Rodríguez Moreno

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