Obituario

De los nombres de Kenzaburo Oé

Kenzaburo Oé, en una manifestación antinuclear celebrada en Tokio en 2014.

Kenzaburo Oé, en una manifestación antinuclear celebrada en Tokio en 2014. / Efe

No resulta descabellado afirmar que la referencia a Kenzaburo Oé entre los amantes fidedignos de la literatura japonesa suele despacharse entre el manifiesto desinterés y el más consciente desprecio. A lo sumo, habrá quien considere entre tales adscritos que fue un gran escritor. La razón de tal desapego tiene que ver con la proyección de Oé como un autor occidentalizado, pecado sancionado con distintos alcances pero igual determinación dentro y fuera de Japón. En la consideración histórica de Kenzaburo Oé comparece el novelista situado, invariablemente, a la sombra de Yukio Mishima, quien en su obra y su trágica muerte encarna con vehemencia los valores más contrarios desde una fidelidad absoluta y acrítica a los códigos vernáculos nipones. En Japón, Oé sufrió ya no sólo la censura, sino verdaderas amenazas de muerte, por parte de la extrema derecha nacionalista que mantenía en un altar a Mishima, su más distinguido representante, a cualquier precio; en Occidente, mientras tanto, no faltaron audaces santones que interpretaron su reivindicación de Dostoievski como una rendición colonialista. Ni los unos ni los otros le perdonaron que ganara en 1994 el Premio Nobel de Literatura que le había sido negado en 1968 a Mishima, nacido sólo diez años antes que Oé. Semejante carga de toxicidad ha impedido hasta ahora la lectura que la obra de Kenzaburo Oé, nacido en 1935 en Uchiko y fallecido en el más absoluto silencio el pasado día 3 de marzo, se haya podido leer en España con el debido rigor, muy a pesar de las ediciones en sellos como Anagrama y Seix Barral y de las estupendas traducciones de referentes como Miguel Wandenbergh. Pero son justamente los mismos motivos que han suscitado a menudo el descrédito hacia Oé los que hacen de su lectura una cuestión urgente en la actualidad.

Porque ya con su primera novela, Arrancad las semillas, fusilad a los niños, publicada en 1957, advirtió Oé con una lucidez estremecedora a qué infierno podía conducir el nacionalismo radical promulgado por Mishima y la extrema derecha japonesa. Como en La presa, otro de sus primeros títulos, Oé tiraba de su memoria personal y familiar de los años de la Segunda Guerra Mundial para advertir del futuro que esperaba a un Japón aislado, en el que la modernización únicamente se diera de forma traumática y violenta. Para entonces sus referentes ya eran plenamente occidentales, como el mismo Dostoievski y Dante, con quien estableció un fecundo diálogo en otra novela posterior, Carta a los años de nostalgia, publicada el mismo año de la concesión del Nobel. Su postura tras el asesinato del líder del Partido Socialista Japonés Inejiro Asanuma en 1960 y la publicación pocos años después de los Cuadernos de Hiroshima, uno de los más contundentes ejercicios de reporterismo del siglo, le granjearon para siempre una animadversión por parte de los nacionalistas japoneses que se saldó con una persecución sonada en diversos órdenes. Pero con lo que nadie contaba era con la existencia de más de un escritor dentro del nombre de Kenzaburo Oé. O, al menos, de un escritor capaz de transformarse en el menos esperado, el menos previsto, el más consciente de que la mejor literatura sucede cuando no se da nada por sentado. Pocos autores han sido tan conscientes al respecto.

Pocos autores han sido tan conscientes de que la mejor literatura es la que sucede cuando no se da nada por sentado

El nacimiento en 1963 de su hijo Hikari, con una discapacidad a causa de una hidrocefalia y un diagnóstico de autismo, atravesó su escritura para siempre con consecuencias que cambiaron, para de alguna forma también consolidaron, su relación con Dante y Dostoievski. De esta experiencia nacieron en los años siguientes sus novelas más leídas y conocidas en Europa, como Una cuestión personal, El grito silencioso y Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, si bien Hikari inspiró otros títulos posteriores, ya en los años 80, como la conmovedora ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! y el hermoso texto autobiográfico Un amor especial. En el fondo, toda la literatura posterior a Una cuestión personal es un diálogo con el Kenzaburo Oé que se enfrentaba en solitario, tras el ruido de fondo, al nacimiento de su hijo; es decir, un diálogo entre cada hombre y su destino en un mundo desquiciado. Exactamente igual que en la Comedia de Dante; y, como en Dante, sin renunciar a la capacidad humana de aproximarse al otro, entenderlo e incorporarlo.

Hubo otro Kenzaburo Oé más: al igual que otros autores como J. M. Coetzee, el Premio Nobel entrañó en el escritor japonés el detonante perfecto para un cambio de orientación ya no sólo discursivo, también formal y estético. Su primera novela publicada después de 1994, Salto mortal, una profunda inmersión en la sinrazón del fanatismo denostada por la plana mayor de la crítica, reivindicaba ya una nueva relación de la especie humana con el medio ambiente cuya urgencia la misma crítica no supo ver en su momento. Salto mortal dialogaba también, a su manera, con El grito silencioso, pero abría un nuevo paisaje en la coyuntura de un escritor dispuesto a poner el contador a cero. Renacimiento, de nuevo desde el espectro autobiográfico, y Muerte por agua, alumbradas ya en el nuevo siglo, invitaban a una nueva lectura del mundo fuera de los códigos caducos que conducían al ser humano a destruir sin remisión, como en una maldición ciega, lo que merecía ser preservado. Así, en Oé, las revoluciones violentas y destructivas no son más que ramalazos de ese viejo orden reaccionario dispuesto a perdurar haciéndose pasar por sanador. Pocos años después, y en la misma dirección, Oé reactivaba su activismo político al reclamar en la esfera pública el fin del uso de la energía nuclear en Japón, una advertencia a la que el desastre de Fukushima en 2011 dio plenamente la razón. Hoy cabe leer su último título, ¡Adiós, libros míos!, publicado originalmente en 2012, como una despedida. Pero valdrá más la pena recibirlo como una invitación a los lectores a poner el contador a cero para una nueva asunción de la obra de Kenzaburo Oé.

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