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Juan Manuel Gil. Escritor

“Todos los autores tenemos algo de fisgones, pero los lectores también”

  • El almeriense presenta este sábado en la Feria del Libro de Mairena del Aljarafe 'La flor del rayo', una novela llena de humor y de hondura sobre un escritor que no distingue entre la ficción y la vida

Juan Manuel Gil (Almería, 1979), fotografiado en una visita reciente a Sevilla.

Juan Manuel Gil (Almería, 1979), fotografiado en una visita reciente a Sevilla. / José Ángel García

"Me bastaría con escribir una obrita de café teatro, ese subgénero en el que se han refugiado vagos, mediocres y resentidos. ¿Qué tiempo te puede llevar escribir una de esas obras?¿Una semana? En realidad, cinco días si renuncias a la higiene personal y le das un empujoncito a tu inspiración con anís". Quien habla es el protagonista de La flor del rayo (Seix Barral), la nueva novela de Juan Manuel Gil, la historia de un autor que sufre el bloqueo creativo tras ganar un importante premio y que se obsesiona con una vecina que, sospecha, le puede inspirar su próximo proyecto. El narrador almeriense toma detalles autobiográficos –Gil ganó el Biblioteca Breve por Trigo limpio para una ficción divertida y honda, brillante siempre, que su creador presenta este sábado a las 19:00, acompañado por Isaac Rosa, en la Feria del Libro de Mairena del Aljarafe.

–El padre del protagonista le reprocha que no "puede ser escritor todo el rato", que eso "cansa" a la familia. Se ha explorado mucho el bloqueo creativo de un autor, pero no el incordio y el hartazgo que provocan en su pareja y su entorno...

–Sí, generalmente la aproximación que tenemos al proceso de escritura, a la tarea del escritor, está cubierta de cierta pátina de solemnidad, de artificio. Y cuando le quitas el artificio, ¿qué queda? Los miedos, las inseguridades... y la vida, que se impone. Y la vida, en ocasiones, lejos de ser trágica, es más bien esperpéntica. La solemnidad es una huida, una forma de ocultarnos que en realidad estamos más cerca del ridículo.

–Al contrario que su personaje, usted no sintió presión tras lograr el Biblioteca Breve, con esa pregunta de qué iba a hacer después. Encontró la inspiración en la figura de ese autor aterrado por no estar a la altura de las expectativas...

–Me di cuenta de que quien debía escribir la historia era ese narrador que los periodistas teníais en la cabeza, y no el Juan Manuel Gil real, que vivía el premio con entusiasmo y no precisamente con agobio. Comprendí que en esa premisa, la de un escritor paralizado por el miedo, estaba ese hilo tenso que atraviesa los libros, ese conflicto que hace que una historia avance y funcione. En cierto modo, debo a los periodistas La flor del rayo.

–Su protagonista, en cambio, encuentra la idea para una novela en una vecina a la que observa. ¿Todos los escritores son unos fisgones?

–Sí, tenemos algo de fisgones, pero diría que los lectores también, y ellos contribuyen a la escritura de la novela aportando su voluntad de saber qué ocurre al otro lado de la puerta, al otro lado del ventanal. Lo que pasa es que este escritor se acerca a esa casa con las gafas de la literatura, y lo que se encuentra ahí dentro es la vida, que intenta explicar con las técnicas narrativas que habitualmente emplea en sus libros. Será un drama cuando se dé cuenta de que lo que sucede ahí dentro no es explicable en sus términos.

"Creemos que la vida es solemne, pero lo que nos pasa está siempre más cerca del esperpento”

La flor del rayo habla de cuestiones ciertamente dramáticas, como la pérdida y el duelo, pero las trata con una ligereza maravillosa.

–Sí, porque cuando uno se acerca a esos miedos radicales que uno alberga, el miedo a la pérdida o al desamor, incluso a la propia muerte, uno quiere protegerse de alguna manera. Y el humor es un mecanismo fabuloso, porque te brinda esa protección pero al mismo tiempo es también eficaz para conseguir cotas de hondura. Desde el humor puedes explorar ciertos temas que con otra óptica resultarían muy difíciles.

–Su escritor confunde a menudo la realidad y la ficción. ¿Usted ha llegado a tener también momentos quijotescos, en los que mezclaba la alucinación y la vida?

–Sí, yo creo que todo escritor se deja seducir por su propia ficción, y eso de dejarte arrastrar por tu historia puede ser incluso algo romántico y bonito. Pero, claro, una cosa es que te arrastres un poco y otra es caerse por un precipicio, que es lo que le ocurre a mi protagonista. Ve la realidad como si fuese literatura, y la literatura como si fuese la vida. Quienes lo rodean le señalan constantemente que eso no es así. Pero, ¿cómo va a salir ese autor de ahí, si es el único sitio en el que gobierna frente a todo lo que le ocurre? Fuera de la literatura no tiene ningún poder ese tipo.

–Es magnífica la definición de novela literaria que se hace en el libro: "Una etiqueta con la que se intenta tranquilizar a los escritores que venden poco".

–[Ríe] Sí, es curioso, porque a mí me preguntan qué genero escribo, y yo digo que novela, pero quien hace novelas románticas dice novelas románticas, también añaden un apellido a lo suyo los que firman novelas históricas. Bueno, pues alguien se ha inventado esa etiqueta de novela literaria, que parece darte algo de prestigio a cambio de no darte nada de dinero...

Juan Manuel Gil. Juan Manuel Gil.

Juan Manuel Gil. / José Ángel García

–Empieza con una cita de Vila-Matas muy ilustrativa: "Nada de autoficción, por Dios, qué manía. Solo hay Ficción a secas".

–En el caso de que mis novelas fueran una autoficción, serían más bien una parodia. Yo huyo de esa catalogación porque suele desembocar en esa solemnidad de la que hablábamos antes, el género se toma demasiado en serio la imagen y la vida de un escritor. Esta novela es lo contrario, es una canción o un poema de amor a la ficción.

–El protagonista se gasta un dineral en el veterinario, al que acude por las causas más inverosímiles. El lector llega a preguntarse si vale la pena tener un perro...

–Yo recomiendo tener uno, que conste. Esa mascota vinculaba al personaje a la calle, me ayudaba a que la historia avanzara. El perro es el único incondicional del autor, sigue estando en su vida pase lo que pase, y el modo que el protagonista tiene de compensarle es llevarlo al veterinario cada vez que sospecha que tiene algún padecimiento. Detallar sus facturas es un modo de contar el amor que siente por él.

–Usted debutó con un poemario, Guía inútil de un naufragio, y en alguna línea del libro se le escapa algo parecido a un verso: "Un jardín siempre es una pregunta".

–Yo siento que siempre fui un narrador, pero por circunstancias vitales acabé escribiendo un libro de poemas a una edad en la que uno siente con una intensidad desaforada y tiene la impresión de que el lenguaje se queda corto para expresar lo que se vive. Ahí estaba yo. Pero incluso mi libro de poemas tenía un registro narrativo, yo veía a los personajes. Así que soy un narrador que empezó con un libro de poemas, simplemente.

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