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De libros

Juego de máscaras

  • Martin Geck publica una biografía sobre Schumann que constituye una gran aportación a la bibliografía sobre uno de los grandes creadores del XIX.

Robert Schumann. Hombre y músico del Romanticismo. Martin Geck. Trad. Clara Corral Martínez. Alianza. Madrid, 2014. 300 páginas. 22 euros.

El 14 de agosto de 1837 Robert Schumann y Clara Wieck se comprometen después de varios años de relaciones en los que la cercanía, la admiración y las comunes ambiciones artísticas han ido decantando su amistad en amor. A Clara aún le queda un mes para cumplir los 18 años y es ya una de las más reconocidas virtuosas del piano en toda Europa. Robert, nueve años mayor, ha abandonado prematuramente su carrera de pianista, pero está decidido a convertirse en un compositor y un pensador musical influyente. El noviazgo no será sencillo, pues Friedrich Wieck, padre de Clara y profesor de Robert, lo rechaza rotundamente, temiendo que aquel impetuoso joven no sea capaz de mantener a su hija y que esta tenga que abandonar su carrera y dejar su herencia al marido, y pone todas las trabas posibles entre los enamorados, incluida la prohibición del contacto epistolar. No sabe acaso que los obstáculos azuzan el deseo. Los jóvenes tienen en cualquier modo que idear toda una maraña de intermediarios y engaños para mantenerse comunicados, inventándose nombres y cambiando las direcciones de sus envíos en un juego de máscaras que en el fondo acompaña al compositor toda su vida.

Las máscaras, las ambivalencias saltan por doquier a poco que se escudriñe con cuidado en la biografía de Schumann, un hombre culto que sólo a los 20 años decidió dedicarse a la música en detrimento de la literatura, su otra gran pasión. ¿No había creado al fin y al cabo él mismo dos heterónimos, el vehemente y excesivo Florestán y el introvertido y reflexivo Eusebius, personalidades surgidas como reflejos poéticos de la doble naturaleza de su alma romántica? ¿No había imaginado una Liga de David de la que Florestán y Eusebius eran miembros junto al Maestro Raro (su futuro suegro) y Zilia (la mismísima Clara), una especie de logia entre real e imaginaria, creada para enfrentarse al filisteísmo, esto es, al arte inauténtico, propio de pedantes?

La mirada de Martin Geck descansa sobre estos y otros rasgos de carácter del músico, asumiendo que la vida no explica la obra, pero que si, siguiendo a Roland Barthes, se contempla una como trasfondo de la otra se crea "un valor añadido" que sirve para profundizar en su comprensión. Por ello, vida y obra corren tramadas en esta biografía que se convierte en una aportación de peso a la bibliografía musical en lengua española para entender no sólo la personalidad de uno de los grandes creadores del siglo XIX y penetrar en algunos aspectos de una obra no siempre fácil de aprehender, sino para profundizar en el entendimiento del arte romántico y la sociedad que lo hizo posible.

Siguiendo al hombre familiar que tiene que cuidar de hasta seis hijos (el séptimo nació cuando estaba ya recluido en el sanatorio mental de Endenich en el que el compositor murió, y nunca llegó a conocerlo), al enamorado celoso, al editor de una de las revistas musicales más importantes de todo el siglo, al poeta, al crítico, generoso en sus juicios, que además acertó siempre con los grandes (Chopin, Mendelssohn, Brahms...), al director musical que conoció éxitos, pero sufrió también miedos y dudas profesionales (hasta generarle una indudable manía persecutoria que adelantaría su final), Geck halla también el momento para mostrar con análisis lúcidos pero no excesivamente técnicos la singularidad de su música, destacando su riqueza y originalidad en prácticamente todos los géneros del tiempo (sus novedades en el terreno del lied y de la música para piano parecen pasados casi dos siglos las más trascendentes), pero sin ocultar sus debilidades. El final trágico del compositor es tratado con sensibilidad muy especial, desdeñando chismorreos, calumnias e informaciones mezquinas y poco contrastadas, hasta una última y concisa descripción de la comitiva de su funeral que cede al poeta Klaus Groth, quien concluye: "Fue el entierro de un príncipe del arte".

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