Gulliver llega al puerto de Cádiz. Francisco Rosell en El Mundo

24 de agosto 2015 - 07:03

EN Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift hace un alarde de agudeza con relación a la Inglaterra de inicios del XVIII extrapolable -por su actualidad y vigencia- a la Andalucía presente. A partir de sus expediciones a tierras inopinadas -Lilipiut, Brobdingnag, Balnibanb... hasta arribar al país de los Houyhnhnms- Swift analiza certera, ácida y humorísticamente los males de su tiempo. Valga como botón de muestra las ironías que se gasta el médico de a bordo y luego capitán Lemuel Gulliver sobre aquel reino de fantasías y su Escuela de Planificadores Políticos. Sus desventurados profesores diseñaban planes para persuadir a los monarcas de que escojan a sus vasallos por su sabiduría, dotes e integridad; para enseñar a los ministros a respetar el bien común; para hacer ver a los príncipes que sus intereses deben apoyarse en la misma base que los de su pueblo, y para confiar el desempeño de cargos a personas de mérito y capacidad certificada. Al observar éstas y otras «descabelladas quimeras», Gulliver se ratifica en «la vieja idea de que no existe nada, por extravagante e insensato que parezca, que algún filósofo no haya tenido por verdadero». Desembarcando por Cádiz en su hipotético periplo andaluz, habría que imaginar qué socarronerías desplegaría el aventurero personaje de Swift al echarse el periódico a la cara y leer los avatares de la presidenta socialista de la Diputación, Irene García. Secundando al pie de la letra de la Escuela de Pícaros Políticos que allí impera y que tiene denominación de origen en el clan de Alcalá de los Gazules, se aveza con renovados bríos e ímpetus de bebesauria en dos de los ismos característicos del socialismo meridional: el nepotismo y el clientelismo. Adalid de ese susanato que venía dispuesto a cepillar, según pregonaba su líder máxima, las excrecencias del patriarcado chavista, no se puede decir que quien aúna la jefatura del partido y de la Diputación Provincial aproveche las lecciones del pasado para mejorar la política del presente. Lejos de escarmentar en cabeza ajena, incurre en los peores vicios de la vieja política. Segura de que los electores tragan con carros y carretas, retorna allí donde el PSOE nunca se movió. Más allá de proclamaciones de cara a la galería, la delegada de Susana Díaz en la provincia con más paro de España imparte un recital del uso privado de los bienes públicos. De primeras, ha enchufado como asesor al hijo del secretario de Organización del PSOE andaluz, Juan Cornejo. Ejercita ese «familismo amoral» que tuvo en Juan Guerra su precursor de renombre hasta convertirse en moneda de uso generalizado. Desde ya, su amadrinado, el joven Cornejo, emprende esa carrera del profesional de la política que hace de su partido cuna y sepultura. De esta guisa, Irene García ejemplifica esa perversa lógica partidista que acomoda y remunera a conmilitones y parientes. Procura preservar los equilibrios internos y acelerar su progresión, poniendo despacho al vástago del edecán de la presidenta de la Junta en el PSOE.

En la misma tacada, la avispada ha empotrado al secretario general del PA, Antonio Jesús Ruiz, por garantizarle la Presidencia. Gratifica este voto de oro abonándole nómina de asesor de la única diputada de este grupo en disolución, Maribel Peinado, a la sazón vicepresidenta segunda. Encargada del Área de Desarrollo Sostenible, su primer hito ha sido garantizar la sostenibilidad económica de su jefe. Dentro de ese bien surtido muestrario de aprovechamiento personal del poder, Irene García ha rescatado a un ex asesor municipal al que hubo que destituir por corrupción en Sanlúcar de Barrameda cuando era alcaldesa. Ahora, sin recato, lo promueve a asesor económico suyo en la Diputación. No hace ni un año lo desposeyó, para salvar las apariencias, de un puesto análogo en el consistorio sanluqueño, después de adjudicársele a este Juan Palomo un contrato de 18.000 euros para la realización de las «Escuelas municipales de verano y otras vacaciones». Dentro de la implacabilidad con la corrupción, valga la sorna, se le rehabilita ampliando su campo de actuación para que su ejemplaridad luzca como enseña del socialismo sureño. A juzgar por tales enjuagues y tejemanejes, es patente que no todos los gaditanos que pierden su puesto de trabajo van al paro, sino que hay privilegiados que salen mejor parados en esta lotería al disponer de los decimos que le reporta el carné del partido, siendo recolocados a costa del erario. Como la caridad bien entendida empieza por uno mismo, el PSOE prioriza los intereses de los suyos. Si «el principio del gobierno democrático es la virtud», según Montesquieu, no cabe duda que, en la Diputación de Cádiz, se da por arrobas. Desgraciadamente, estas corporaciones se han constituido en cuarteles de intendencia de los partidos y lugar donde hibernan sus mesnadas entre una campaña electoral y otra. Por eso, en su deambular andaluz, Gulliver se toparía con otros jalones de las mismas trazas de la Diputación de Cádiz en otras provincias limítrofes, Guadalquivir arriba. Cuando el poder se reduce a colocar a los afectos, y la Administración se convierte en colonia a la que parasitar, se debilita la democracia, cuyas instituciones precisan ajustar su funcionamiento al respeto del Estado de Derecho. Precisamente, Francis Fukuyama, en su obra Orden y decadencia política: De la Revolución Industrial a la Democracia Global, repara en el clientelismo y en la politización de la burocracia como causas del declive del sistema. ¿Qué sucede aquí? Lo natural, lo lógico en sociedades corrompidas por el favoritismo, como se respondía el personaje galdosiano de Miau, aquel cesante Ramón Villaamil. Este competente funcionario, al que una serie de intrigas deja fuera de servicio, rumiaba su amargura de ver cómo «al hombre probo, al funcionario de mérito, envejecido en la Administración, al servidor leal del Estado» se le posterga y desatiende, barriéndosele de las oficinas «como si fuera polvo». Segura de que los electores tragan con carros y carretas, esta adalid del 'susanato' retorna allí donde el PSOE nunca se movió

Ambas lacras llevan a Fukuyama a concluir que la verdadera división en Europa no es entre el norte disciplinado y trabajador, y el sur del dolce far niente, ni entre aquellos países de generoso bienestar social y aquellos que son más cicateros. La verdadera oposición se registra entre lo que llama la Europa clientelista y la no clientelista. El popular profesor de la Harvard evoca como lo que denomina «el Estados Unidos del Clientelismo» tuvo la suerte de chocar con una coalición de hombres de negocios, profesionistas de clase media y reformistas que se las arregló para conjurar ese peligro. En los antípodas de países como Grecia, que nunca tuvo un electorado semejante, o Italia que sí lo tuvo, pero el éxito en el norte del país no fue jamás completado en el Mezzogiorno. Difícilmente se pueden entender tantas baraterías sin la permisividad de los votantes con estas envilecidas prácticas que no castigan seriamente como acredita la circunstancia andaluza. Justo cuando la historia prueba que un país no progresa si la corrupción campa a sus anchas. No cabe resignarse, ni como consuelo ni coartada, en que estas podredumbres son universales y permanentes en todo régimen y época. Nada que ver con el reino de los houyhnhnms, donde recala Gulliver y en el que los sabios y virtuosos caballos han sojuzgado a los humanos. Allí descubre un mundo en que el engaño ha sido proscrito y sobra la ironía ante la falta de malicia. En aquel edén de la sinceridad, se muestra «infinitamente complacido». Mucho más tras haber corroborado que la mentira política se asemejaba a la costumbre del rey de Liliput que acompañaba cualquier ejecución cruel, ya fuera para satisfacer su resentimiento, o la malicia de algún favorito, ufanándose de su ternura y benevolencia. Como erradicar los vicios de los que se ha hecho hábito es tan difícil como la parábola del camello y el ojo de la aguja, no queda más remedio que buscar alivio en esa ironía con la que Swift repudió las arbitrariedades y atropellos de aquel mundo de ayer que tan presente se hace en la Andalucía de hoy.

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