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Claves Tricentenario

Que sí, que no, la Casa de la Contratación a Cádiz, 1717-1727

  • La institución acabó en la capital gaditana, pero estuvo cerca de deshacerse su traslado

La Casa de la Contratación fue como un superministerio con la misión de regular el comercio con las Indias, de aprestar los elementos humanos y materiales para la navegación, de ordenar y juzgar los delitos cometidos en las operaciones comerciales y de transporte o la nada despreciable labor científica del piloto mayor o de producir la cartografía y ordenarla en el Padrón Real. Evidentemente, una institución creada en 1503 en Sevilla, cuando el mundo descubierto se reducía a unas cuantas islas, tuvo una larga evolución, que la llevó a perder competencias en el siglo XVIII.

Guillén Guillén

Guillén

Tras más de dos siglos, una nueva monarquía y nuevas autoridades produjeron el cambio de sede de Sevilla a Cádiz por real cédula de 12 de mayo de 1717. La nueva monarquía llegó con nuevas iniciativas, ideas y personas, que prometieron muchos cambios, luego moderados por la realidad y los costes de la guerra. No obstante, la sede de la Casa de la Contratación y del Consulado de Cargadores acabó en Cádiz, aunque estuvo muy cerca de deshacerse el traslado. La ciudad marítima, que no fluvial como Sevilla, tenía numerosas ventajas de cara al comercio trasatlántico por el ahorro de costes que suponía no tener que remontar el río para el trasvase de mercancías, la capacidad de albergar en su puerto todo tipo de barcos, no sufrir las esperas para atravesar la barra de Sanlúcar, aunque en contraposición una bahía tan abierta se exponía al riesgo de contrabando. Numerosos comerciantes extranjeros llevaban instalados en la bahía gaditana, que ofrecía todas las ventajas para el negocio de intermediación que llevaban a cabo desde sus países de origen, Francia, Flandes, Hamburgo, Gran Bretaña, Italia, etc. No hubiera sido lógico empeñarse en contradecir la realidad, pues al menos desde 1680 incluso la cabecera de las flotas había pasado a Cádiz. Pese a todos estos motivos técnicos y económicos, la solución del traslado fue más fruto de valimientos políticos, que bien pueden calificarse hasta de casualidades.

A la corte española había llegado la segunda esposa del rey Felipe V, la italiana Isabel de Farnesio que para satisfacer sus ambiciones para los hijos amparó al ministro Alberoni, partidario reconquistar los territorios perdidos en Italia y para ello unir la política mediterránea con la atlántica mediante la construcción de una poderosa armada, que no por casualidad le encargó a otro educado en Italia, José Patiño, al que nombró Intendente de Marina, una nueva figura, así como presidente de la Casa de la Contratación en Cádiz. Y parecía que las cosas iban bien al tener éxito en Cerdeña y Sicilia hasta que los ingleses destrozaron la armada frente al cabo Passaro y de paso se llevaron por delante al ministro Alberoni y a sus subalternos, el almirante Andrés de Pez y José Patiño, decididos partidarios de Cádiz. Era la ocasión propicia para los sevillanos.

Sevilla, que todavía conservaba muchas de las estructuras administrativas y el poder del Consulado, consiguió ventaja en las elecciones, en que participaban veinte electores de Sevilla y diez de Cádiz y tanto el prior como el primero de los cónsules debían ser de Sevilla y sólo el segundo cónsul de Cádiz. Al nuevo presidente de la Casa, Francisco de Varas, se le ordenó investigar si el río era completamente navegable, cuyo resultado no ofrecía duda de que sería favorable a Sevilla. No obstante, para dar apariencia de legalidad se formó una junta bajo Luis Miraval, gobernador del Consejo de Castilla, dominada por sevillanos, en especial el poderoso Lope Thous de Monsalve, terrateniente y comerciante, cuyo poder no pudieron contrarrestar Pez ni Patiño. Decidida ya la vuelta a Sevilla de la Casa y del Consulado, el rey ordenó una última comprobación de la navegabilidad del río, que se encargó al almirante Manuel López Pintado, quien pese a hacer la prueba en verano, cuando hay menos agua, dio un informe positivo.

Aquí empiezan a jugar los imponderables, pues en una de las cíclicas crisis del rey, renunció al trono en su hijo Luis y se retiró con la reina a la Granja con el ministro Grimaldo, produciéndose un colapso de la administración y un retraso en la firma del decreto de traslado a Sevilla. El nuevo rey inopinadamente se puso enfermo de viruelas y falleció el 31 de agosto de 1724, lo que obligó de nuevo a Felipe V a volver. Así que hasta el 21 de septiembre de 1725 no salió el real decreto sobre el retorno de la Casa y del Consulado a Sevilla. Y de nuevo entran en juego las casualidades. Vuelve a la corte y a sus intrigas la reina por medio de un nuevo primer ministro extranjero, Riperdá, una selección antigua de Alberoni, quien para complacer a la reina suspende en la nochevieja de 1725 el traslado a Sevilla. Patiño regresó de Presidente de la Casa en 1725 y de Intendente General de Marina en 1727. La Casa ya no se movió.

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