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Ultramarinos

El viaje

Una calle de Lisboa.

Una calle de Lisboa. / L.A.

El movimiento de alguien o algo de un lugar a otro es un viaje. A veces solo es el cuerpo el que se traslada como una cosa, otras lo que se mueve es la mente, el alma o quizás el espíritu. Ese movimiento debe hacerse cargado, sintiendo cómo la gravedad nos empuja hacia abajo. Un viaje exalta la extraordinaria cotidianidad que nada a nuestro alrededor mientras nosotros nos empeñamos en no verla día a día. Durante el viaje la memoria selecciona y borra momentos tediosos para conservar los que están llenos de sentido. Lo mismo ocurre al planearlos: no somos capaces de recrear esas escalas eternas que hacemos en lugares que no son; solo aparece como real y verdadero el momento en el que abrazamos a quien nos espera. ¿Sería posible habitar nuestros días con la actitud de quien viaja? Con esa disposición a dejarnos afectar por el mundo en el que vivimos.

En donde yo estoy uno viaja a diario. Cada vez que va de donde vive a donde trabaja. Son viajes rutinarios, pero no por eso dejan de serlo. Uno coincide con viajeros recurrentes, que unas veces tienen mejor cara que otras, pero siempre van con una disposición clara a encontrar su destino. Además de esos viajes cotidianos que a veces son excusa para querer no hacer nada, existen otros. Los que se planean durante meses e implican logísticas complejas y presupuestos ajustados. Esos viajes aquí están siempre regidos por documentos absurdos que permiten entrar y salir de la casa. Esto implica una anticipación que no es novedosa. Sin embargo, la imaginación, tan necesaria como poderosa, se amarra con la curiosidad para cargar de posibles el tiempo que está por llegar. Viajar de esta manera le da más fuerza al futuro que nos aguarda que al pasado del que solo queda el sudor en el pelo.

De donde yo vengo, los viajes suceden como quien escapa de algo, de alguien o de algún lugar, al que siempre se vuelve. Son fechas bien escogidas que se llenan de intenciones al recortarse del resto de un calendario que pareciera insignificante. Aquí el viaje cumple una función de reconocimiento, de comprobación, de encuentro con una infancia olvidada como sin querer. Entonces, los hábitos se identifican y se ponen en valor. En estos viajes importa más lo que se deja atrás que lo que está por venir. Viajar así es difícil. Cada paso que se da pesa. Aquí no hay viajes de vuelta, son solo una ida que siempre se repite y atesora los sentires de quien llega a tierra de nadie, con sus emociones y sinsabores.

De una manera o de otra, seguiremos atesorando la ilusión propia de cada viaje. Pues, es al viajar cuando con mayor claridad somos conscientes de lo fugaz de nuestra existencia.

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