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Ultramarinos

El aire

Sale el sol en Medellín, Colombia.

Sale el sol en Medellín, Colombia. / L.A.

La sustancia gaseosa que constituye la atmósfera terrestre es el aire. Si está limpio lo conforman oxígeno y nitrógeno, pero si lo ensuciamos puede llenarse de cualquier cosa. Por la humedad se hace más denso, pesa y se vuelve pegajoso. Huele a lluvia. Cuando el aire se mueve, lo llamamos viento (o ventarrón, según de donde venga). El viento mueve las cosas, las pone a bailar con un compás impredecible que nos hipnotiza. Algo o alguien puede tener buen aire cuando nos referimos a su aspecto, o pueden ser aires de grandeza e incluso hay quienes se dan un aire a otro alguien. El aire talla despacio la masa firme en la que vivimos, dándole forma y vida a lo construido. Somos el aire que respiramos y el que no respiramos, también.

En donde yo estoy, el aire hace falta. Se hace presente por su ausencia. La altura de estos parajes conlleva un esfuerzo extra por respirar y cargar nuestro cuerpo de todo el aire necesario. Los imponentes cerros son un telón de fondo idóneo para un aire nítido, la ciudad sin fin lo es para el aire viciado. Este aire, sin ser visto, mueve cielo y tierra, como por arte de magia. Y ahí, las nubes en carreras sin final, informan a susurros de su noble bravura. En el desierto de la Tatacoa el aire, además de calentar, esculpe y, año tras año, va tallando un paisaje subterráneo, sin proporción, que no entiende de cuerpos que lo destruyen al habitarlo, sino de ritmos lentos y espesores dilatados. Aquí, en agosto, el aire eleva coloreadas cometas que vuelan erráticas como mariposas amarillas.

De donde yo vengo el aire carga una luz dorada, que calienta y alimenta. Este aire, que ahora no podemos respirar con la libertad que acostumbramos, sana. Con sal de océano eterno y con aroma de fuego sagrado. El aire de esta tierra tiene ese nosequé vibrante que, por dentro, ventila la casa y por fuera activa la piel hasta hacerla brillar. Este aire también se mueve. El viento es vocero de eso que pasa sin ser visto. Cuando viene de La Isla, no hay quien lo aguante, se hace fuerte y arrasa con lo que encuentra. Cuando viene de poniente trae un fresco firme, que despierta a quien aún se atreve a seguir soñando. El aire, al salir de alguna boca, se vuelve también poesía divina, con una musicalidad propia, llena de gracia y amén.

Un dicho popular asegura que el aire natal es medicina universal. Hoy que, sin que nos falte del todo, lo echamos de menos, quiero recordar la importancia de no perder el aliento, de mantener constante la respiración. En la fiesta del respirar se esconde todo eso que quisiéramos ser. ¡Aire!

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