Ultramarinos

La calle

Una calle de Barichara, Colombia.

Una calle de Barichara, Colombia. / L.A.

La vía empedrada o asfaltada que existe entre edificios o solares es la calle. Desde la calle podemos contemplar la cara de los edificios que habitamos. Desde los edificios podemos apreciar la calle que, de una esquina a otra, los reúne y ordena. La calle es sinónimo de libertad, por eso el carnaval es en la calle, por eso el pueblo se echa a la calle cuando debe reclamar sus derechos y por eso se dice “ya está en la calle” haciendo referencia a alguien que dejó de estar entre rejas. La escuela de la calle es donde se aprende todo lo demás, todo eso que termina por hacernos ciudadanos y que nadie se tomó el tiempo de enseñarnos porque nunca estuvo previsto.

En donde yo estoy la calle es resultado del desarrollo de cada uno de los edificios que la conforman, por eso los andenes se quiebran, y se hacen más anchos o estrechos, en cada lindero. Aquí las calles bajan desde los cerros hasta los llanos para encontrarse con el río. Estas calles se nombran con números y son elementos por los que atravesar la masa extensa que es la ciudad y así descubrir lugares inesperados a menudo distintos. La calle es escenario vivo y descuidado que soporta y cobija un sinnúmero de actividades: la protesta, la venta, el amor, los insultos, las pedaladas, los sueños, los bailes, la esperanza… todo eso y mucho más sucede cada día en una calle cualquiera. La calle es el negativo de la casa y también su complemento.

De donde yo vengo la calle entraba a la casa y se sentaba a esperarla en la casapuerta. Estas calles eran de aceras estrechas elevadas un pasito sobre la calzada y de casas con zócalos corridos que aunaban a sus vecinos cuando limpiaban lo que alguna vez se ensució. Esta calle hoy ofrece información en exceso, cámaras de vigilancia y órdenes de comportamiento. Por eso, además de pasearlas, debemos cuidarnos de hacer lo que toca. La relación entre el alto y el ancho de la calle permite que el sol toque el suelo y acaricie despacio las fachadas que calienta según el momento del año. La cal sigue inundando de luz la vida tranquila de estas calles.

Nuestras calles sostienen el aire de quienes tejen a diario sus vidas entre saludos de vecinos y edificios sin nombre. Desde el balcón, tras los visillos blancos, alguien se asoma un día más para volver a mirar su calle como lo hizo siempre. Sin embargo, nunca nos enseñaron cómo caminar por otras calles desconocidas. Tuvimos que aprender a callejear solos.

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