Laurel y rosas

El levante es arte: lección de Mariló y Virginia

El arte nos ayuda a mirar. A descubrir otros puntos de vista, nuevas percepciones sobre lo que, en muchos casos, está ahí delante y no vemos, no sentimos, no conocemos realmente. Mariló Sánchez Leal y Virginia Marín, artistas y chiclaneras, hacen arte con el Levante y nos lo ponen ahora ante nuestros ojos en la Fábrica de la Luz. “Nos pertenece. Forma parte de nuestra familia, de nuestras vidas. Transforma nuestros hábitos, nuestro carácter, modela nuestra orografía. Influye sobre las aves, los insectos y los pinos. Es el temor de las banderas, de las melenas y de la ropa tendida. Vivimos alrededor de él, y a veces nos lleva a rayar la mismísima locura”, explican. En la exposición “Levante-e” una tela traslúcida y ligera es azotada por el aire de un ventilador. Es como si ese viento del Este entrara dentro y quisiera compartir la sala con Mariló y con Virginia. “El rudo viento de levante arrastra/ las arenas hasta los soportales/ y entra en los dormitorios y toma posesión/ de los enseres indistintos,/ se asocia a las cortinas y las sábanas”, que escribe José Manuel Caballero Bonald en “Tribunal del viento”.

Escucho a Mariló, a Virginia. “Por medio de la obra artística, queremos dignificar el Levante, darle su sitio en la familia y reconocerlo como parte de nuestro patrimonio”, proponen. Y realmente es lo que vemos. Traen el arte a lo cotidiano, y a la vez lo lanzan contra el público con otro significado. Como esa sombrilla negra, boca abajo, que nos relata su recorrido por la playa después de haber sido arrancada por el viento, transformada la punta del mástil en un afilado cuchillo. “El Levante aparecía, de cuando en cuando, dejando señales de su capricho por trastocarlo todo, como una voluntad superior y despiadada”, que escribe Sebastián Rubiales en su novela “Del viento al infinito”. En otra instalación, sobre un tendedero, aparecen varias siluetas de personas, impresas sobre tela y “tendidas” con dos pinzas. Una tabla de planchar con otra silueta sobre ella, rematada con la plancha. Todos nos hemos sentido así en días en los que, como escribió Rafael Alberti: “Tundido a golpes silbadores vienes/ y vas, doblado y vas, rotas las sienes,/ iluso en tu avanzar, sin movimiento.// Siglos de sacudidas sin reposo/ el viento, el viento súbito en acoso,/ el viento de levante, siempre el viento”.

Pero esa visión de un levante “temido y respetado” gira, cambia, como el propio viento. Mariló y Virginia miran también al levante no solo por lo que altera, destruye o cambia, sino sobre todo lo exponen por lo que ayuda a construir, a crecer, a madurar. “El levante es el milagro que hace cuajar la sal”, que escribió Alfonso Grosso en “A poniente del Estrecho”. Es la alternancia de los aires marinos del poniente y los aires secos del levante la que garantiza una vendimia madura en nuestras viñas. ¡Y cuánto de menos se ha echado este verano el levante en la viña! Y, sí, el Levante es un viento que une, que conecta. En “Downwind?”, la serie fotográfica de Virginia Marín, está compuesta por una veintena de rostros tapados por el pelo o un pañuelo, agitados por el levante. Mujeres españolas, mujeres magrebíes. Hombres, también. Chadia, Jorge, Mar, Igor. “Es una colección colorista, jugando con los colores del cabello, de los pañuelos, trabajando con la plasticidad de las formas creadas por el aire. Las fotografías se muestran en las dos salas, y sirven de nexo de unión del resto obras expuestas en el espacio expositivo”, relata la fotógrafa y diseñadora.

Como arte que es, Mariló y Virginia persiguen una idea estética que el Levante amplía: “Proponemos al visitante una reflexión sobre la potencialidad del viento en sí mismo como creador de formas, volúmenes, movimientos y sonidos”, explican. Pero detrás de cada fotografía, de cada instalación, de cada perfomance, de cada pieza de videoarte o de net art, hay mensaje, hay contenido, hay reflexión, hay provocación. “Algunas de las obras aportan visibilidad a la desigualdad de la mujer en la sociedad de hoy. Otras generan una reflexión sobre la livianidad de los espacios fronterizos, en la búsqueda de nexos de unión y acercamiento entre culturas”, manifiestan. Al fin y al cabo, “el levante no entiende de fronteras —añaden—. Del este al oeste, transita territorios, sin importarle la cultura, las costumbres, o el sexo de quien tiene la suerte de encontrarse con él”.

Las artistas se convierten en cierto modo en levante, lo encarnan, como ese arte conceptual que Mariló reivindica una y otra vez. Y nos invitan a que pensemos sobre él, hasta desde el mundo de la empresa, porque, nos guste o no, el levante somos nosotros, es parte de nuestra personalidad y nuestra identidad como gaditanos, como chiclaneros. El mismo levante que trajo a los fenicios. Porque “cuanto sabe este viento de Levante/ de angustias y sudores redimidos”, que escribe Cecilio Hernánez Rubira. Al fin y al cabo, ya lo ha dicho David Monthiel: “Sopla, sopla fuerte, levante. En Cádiz, te necesitamos”.

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