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Laurel y rosas

Eduardo de Ory y su inédito “romance” sobre el 5 de marzo

El único relato literario de la Chiclana ocupada por las tropas napoleónicas –testimonio español, por supuesto, francés sí que hay más, como el de Antoine Laurent Apollinaire Fée– era hasta ahora la correspondencia de Frasquita Larrea. Desde su casa de la calle Huerta Chica, envió a su marido, Juan Nicolás Böhl de Faber, por entonces en Alemania, cartas de enardecido patriotismo durante la Guerra de la Independencia. Con el ejército francés ya en Chiclana, y el general Villatte aposentado entre los muros de su propia casa, Frasquita no cesa de escribir, como la carta que firma el 13 de febrero de 1810: "Yo quise irme a Gibraltar, pero los franceses llegaron como un rayo destructor, el 7, y ni aún pude meterme en Cádiz. Por lo demás, este ruido de los cañones no es demasiado agradable".

Frasquita abandonó Chiclana el 12 de febrero de 1811, con un salvoconducto firmado por el propio Villatte. Junto a ella no iba su hija Cecilia, a la que el padre se había llevado a Görslow junto a Juan, el mayor de los cuatro hermanos. Así que Fernán Caballero no vivió la ocupación de Chiclana ni la guerra de la Independencia. Pero leyó las cartas de su madre, sin duda, y también escuchó sus recuerdos. Recientemente, Jesús D. Romero Montalbán ha revelado que las hermanas Juana y Dolores Seré Venel, vecinas de Frasquita en la calle Huerta Chica, son las que aparecen en Una paz hecha sin preliminares, sin conferencias y sin notas diplomáticas (1859), único relato de Cecilia en el que describe un episodio de la villa ocupada por los franceses. El Tío Cayetano es quien lo narra en aquella "Alameda del terraplén de Chiclana" ante un "comité en el que lleva la voz un inválido mendigo que hizo sus hazañas en la guerra de la Independencia".

Sin embargo, de Cecilia Böhl de Faber interesa bastante más la escena que recoge en La familia de Alvareda (1849), una de sus primeras novelas. Aunque solo sea por lo que supone simbólicamente: recrea en plena batalla de La Barrosa la lucha por un águila imperial de un soldado español, antítesis patriota –y sin duda ficticia– de la escena en la que el sargento Masterson obtuvo en la loma del Puerco el estandarte del 8º Regimiento, el primero que los británicos arrebataron a las tropas de Napoleón. Y sobre todo porque Cecilia altera el resultado de la batalla, convirtiéndola en la gran victoria que debió ser.

Una variante es la zarzuela La fama del tartanero (1931), del maestro Jacinto Guerrero, con libreto de Manuel de Góngora y Luis Manzano. Aunque transcurre en Vejer en plena guerra de la Independencia –"en torno a 1811", enuncia el libreto–, los protagonistas, enredados en una trama de amores, celos e identidades ocultas, huyen a Chiclana, donde en el segundo cuadro "se encuentran con el baile organizado para festejar la llegada y la victoria de las tropas españolas". La historia al servicio de la ficción; que como se ve no es, ni mucho menos, una tendencia reciente.

Y he aquí que gracias a la generosidad de la Fundación Carlos Edmundo de Ory, con su presidenta, Laure Lechéroy de Ory, a la cabeza, ahora ve la luz el inédito Romance heroico sobre la batalla de Chiclana, que escribió hace más de un siglo Eduardo de Ory, el padre del fundador del postismo, un verdadero regalo para cubrir la ausencia de un canto épico que narre la Batalla, y lo que habría que resaltar más aún: retrato de la trágica ocupación de Chiclana por el ejército napoleónico.

Eduardo de Ory escribe, por ejemplo: "Hecha escombros quedó la villa toda,/ empobrecida y muerta y desangrada…/ Pero este pueblo incomparable, es pueblo/ grande, noble, viril, fiero, y trabaja;/ y en el triste montón de sus ruinas/ rápidamente levantó el alcázar/ de su prosperidad. Sus eriales/ surcó el arado y germinó la planta/ de verde vid, y del lagar crujiente/ volvió a salir el mosto en borbotadas,/ y el tonel rebozó, que ya sediento/ parecía morir falto de savia".

Estos versos lo van a poder leer en el libro que este próximo jueves presenta la Asociación Pro Fundación Batalla de La Barrosa en el Centro de Interpretación del Vino y la Sal, a las siete de la tarde. Y que, además de un Prólogo que he tenido el placer de escribir, se completa con un persuasivo Perfil biográfico de Eduardo de Ory del profesor Manuel J. Ramos Ortega, quien también se adentra en el Romance heroico y nos lo descompone con rigor y con destreza; con brevedad, porque los versos de Eduardo de Ory son como disparos: llenan el vacío con su estruendo y desangran.

Este Romance heroico sobre la batalla de Chiclana de alguna manera –y todavía no sabemos exactamente cómo– debió de estar vinculado a la dispersa conmemoración del primer centenario de la batalla, que no tuvo lugar el 5 de marzo de 1911, sino tres años y tres meses después, el 24 de junio de 1914, gracias a la personalidad arrolladora del padre Fernando Salado Olmedo. José Luis Aragón Panés, cronista de la Ciudad, comparece en la Introducción para dar riguroso detalle de aquella acronía. Finalmente, como Epílogo, Pedro A. Quiñones Grimaldi publica su Chiclana, Barrosa, Batalla (5 de marzo de 1811), un contexto más que necesario para el canto épico de Eduardo de Ory.

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