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Laurel y rosas

La laguna de la Paja, historia y biodiversidad

Tan cerca está que no la vemos. Tan tupida y escondida que a veces quiere permanecer inadvertida entre las “suaves colinas de pino piñonero, tomillos y brezos y currucas” del pinar de Hierro y la Espartosa, como escribe el doctor Ángel Balaer Rubio en un poemario que es la búsqueda de su infancia, “Calimas Blancas que trae el Poniente Atántico” (Punto Rojo, 2016). Ahí, entre los versos, describe seca la laguna de la Paja, pero lo cierto es que en los últimos años ha reaparecido con las lluvias para volver a resplandecer todo el año –y estos días florece, especialmente– con su lámina de agua y la bruma matutina que atraviesa la carretera de las Lagunas. Puede que la laguna de la Paja no tenga una historia épica y singular, pero ahí está, negándose a desaparecer: un humedal de aguas estacionales, que suma todavía unas 40 hectáreas, de mayor importancia de lo que aparenta, con una enorme riqueza que apenas tocamos con nuestros dedos. “Pese a la antropización que sufren sus inmediaciones, es un punto de elevada biodiversidad e importancia ecológica”, señala la Sociedad Gaditana de Historia Natural en el informe final del “Proyecto de Estudio, Mejora y Puesta en valor de la Biodiversidad de la Laguna de la Paja”, publicado este mismo año.

Durante todo 2019, la SGHN, con financiación de la Junta de Andalucía y colaboración del Ayuntamiento de Chiclana, ha intervenido en la laguna para su conservación y avanzar en el conocimiento de sus valores naturales. “Es hábitat para un gran número de especies, algunas de ellas amenazadas, como podrían ser la focha moruna o la malvasía cabeciblanca. También presenta endemismos como el escarabajo Paracylindromorphus spinipennis carmenae, exclusivo del entorno de la laguna. Entre la flora, se puede destacar a especies de alta singularidad florística, como el junco florido (Butomus umbellatus), el bayunco corimboso (Schoenoplectus corymbosus) o la clavellina gaditana (Armeria gaditana)”, refiere el informe que firman Álvaro Pérez, Francisco J. Peralta e Íñigo Sánchez. Entre la masa de agua subsalina, han realizado un inventario exhaustivo de la biodiversidad alojada en la propia laguna: 614 organismos, entre ellos 247 especies de plantas, 272 de invertebrados o 50 vertebrados, incluido arácnidos como la Thyene phragmitigrada, araña que se ha localizado por primera vez en la Península.

La laguna, no obstante, ha tenido un papel relevante a lo largo de la historia de Chiclana. Paz Martín Ferrero la cita en la biografía del naturalista ilustrado que fue el magistral Antonio Cabrera: “La zona es rica en agua –dice de Chiclana a partir de documentación decimonónica–. A una legua al este hay una laguna llamada Geli, que ocupará cien fanegas de tierra fértil y a cuyas orillas se cría mucha «anea» y aves acuáticas. Hacia el sur está la Paja, cuyos juncos sirven para techar chozas y habitaciones rústicas, y hacia el este la del Rodeo”. En el Archivo Histórico Municipal hay “Croquis del Proyecto de Clasificación de las vías pecuarias”, fechado en 1931, en el que la Laguna de la Paja aparece dibujada, ceñida entre las coladas de Carboneros, Fuenteamarga y Recoberos, con el camino del Pinar del Rey hacia el este. Esa cuadrícula la atravesaba en parte, como hoy, el camino de Borreguitos, antes de asomarse a los pagos de la Espartosa, Vegueta y Chaparral.

Aunque desconocemos desde cuándo a este “mar de vegetación” se le conoce como “La Paja”, es indudable que el rastro es, al menos, medieval. En aquella Chiclana del siglo XV que describe Pedro de Medina –“mucho antes que se edificase la iglesia de Sant Juan”, como apunta el cronista–, con apenas “doscientas casas, la mayor parte de ellas cubiertas de paja”, toda esa techumbre es probable que procediera de la laguna, como presume en “El cerro de Santa Ana, historia y culto” el investigador Jesús D. Romero Montalbán. Aun siguiendo sobre la delgada línea de la hipótesis, no es descabellado sostener que así se venía también haciendo desde muchos siglos antes. En las inmediaciones existe un asentamiento en el que se han localizado algunas cerámicas e industria lítica en sílex que “podemos adscribir a lo que normativamente se conoce como Neolítico Final” –es decir, en torno a tres mil años antes de Cristo–, como relata el profesor Eduardo Vijande en su “Prehistoria reciente de Chiclana de la Frontera”.

No es necesario ir tan atrás. En Chiclana, como en toda la provincia de Cádiz, persistieron hasta la década de 1960, las chozas que seguían ese método tradicional de construcción que se conoce como “piedra seca” y que se culminaban con la vegetación que crece en la laguna, genéricamente –y de forma inapropiada– descrita como “paja”. Es decir, esas castañuelas, eneas y bayuncos, que a veces también se reforzaban con retama y brezo. Desde 1994 es “reserva natural concertada”, y está incluida dentro del Inventario de Humedales de Andalucía, por lo que ya no es posible extraer de ella ninguna de estas plantas. En la película “La gata” (1956), con Aurora Bautista y Jorge Mistral, rodada en el cortijo de Los Alburejos, la finca de Álvaro Domecq en Medina, se puede ver cómo una cuadrilla de jornaleros corta bayuncos en la laguna de la Janda, con la que la modesta laguna de la Paja sin embargo tiene mucho en común.

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