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Crónicas del retornado

La sagrada familia

Pues no, no me refiero a ese famosísimo templo barcelonés, que, por cierto, a mí siempre me ha parecido feísimo. Dicho sea con el debido respeto al señor Gaudí. De verdad que lamento el deplorable incidente del tranvía.

Quisiera hacer algunos comentarios sobre la familia en general, que, si no sagrada exactamente, sí que es importantísima, fundamental par los chiclaneros, para los españoles y también para otros países de sur (llamémosles así), como Italia o Marruecos.

Nuestras familias son muy extensas y generalmente exceden el área de la consanguineidad. El retornado tuvo en su infancia una ingente cantidad de tíos y primos, cuyo vínculo genético solía ser casi siempre remoto o inexistente. Sobre todo tías, muchísimas tías: las tías Vicenta y Jimena, en cuya casa solía ir a estudiar y a merendar; la tía Anita, pobre señora a la que atropelló un taxi parado; la tía Trinidad, que era viejísima... Más próxima y joven la tía Conchita, mi madrina, que ésa sí era hermana de mi madre. Luego estaban los tíos: el tío bisabuelo Emilio, que era filatélico; el tío Carlos, el tío Ángel, el tío Julio... Luego estaban el tío Fernando y su esposa, la tía Lolita, que no tenían ningún parentesco efectivo con nosotros, pero como si lo hubieran tenido, porque pasamos largas temporadas los unos en las casas de los otros, con la lógica secuela de las primas Laly y Mamen... Las primas son muy importantes; en especial las denominaré "primas de riesgo", porque constituyen un peligro evidente para el primo joven y calenturiento.

Y ya puestos, nosotros considerábamos tíos a los consortes de tíos y tías, incluso a sus hermanos. No me pidan ustedes cuántos tíos y primos puedo contabilizar, porque me ponen en un aprieto.

¿Y qué me dicen de los sobrinos? Tengo muchísimos, porque nosotros hemos llegado a ser once hermanos, alguno de ellos especialmente prolífico. Total, que tengo sobrinos de mi hermana Felisa (Lisi), de mi hermano Rafael y de mi hermano Jesús, que es el récord familiar en materia de familias numerosas. Y ahora viene lo bueno, porque mi mujer tiene otro montón de sobrinos, que naturalmente me llaman tío, o "tito", así que el cómputo de sobrinos ya se me hace literalmente inabarcable: Diego, Miguel Ángel, Sara, Mino... hasta Evita, que creo yo que es por ahora la más pequeña.

Como además tengo cinco nietos, creo que soy un español bastante típico, lo que me satisface y de vez en cuando me inquieta. Seguro que el atento lector puede ponerse a echar cuentas y ya verá el buen dolor de cabeza que se agarra.

Nuestras grandes familias son tanto una gran ventaja, como de vez en cuando un incordio de mucho cuidado. Eso acontece porque no solemos perdernos de vista y estamos perfectamente informados de lo que sucede con casi todos los miembros próximos o lejanos. Estamos al cabo de la calle sobre las paperas de Jaimito, de las notas que ha sacado la Maripili en cuarto de la Eso, de lo que le ha dicho el médico a tita Encarnación, de si Juan Miguel lo ha dejado con la novia y si ya tiene novia nueva. Vamos: de todo lo esencial.

Las señoras mayores de la familia suelen ser las que tienen información más completa y fiable de todas estas cosas y, por fas o por nefas, siempre están dispuestas a compartirla con todos los miembros del núcleo (más bien espectro) familiar, lo que de vez en cuando puede ponernos en serios aprietos: "¿pero es que tú no sabes que la prima Elena ya va por el segundo niño?". Tú te preguntas: "¿Qué prima Elena, qué niño, qué...", pero naturalmente te haces el enterado y no replicas porque te arriesgarías a provocar un desarrollo de todo el árbol genealógico de la dichosa prima. Al buen callar llaman Sancho.

Esta proximidad de nuestras familias tiene algunas ventajas importantes. Por ejemplo el retornado tiene el frigorífico a reventar de berenjenas, tomates, cebolletas, pimientos y demás hortalizas obsequio de cuñados, amistades con honores de primo o prima y otros parientes en distinto grado. Estoy tentado de etiquetar cada uno de esos productos para acordarme de su procedencia.

Las familias literarias y cinematográficas siempre han sido muy interesantes, si bien no siempre recomendables. Por ejemplo, la familia Corleone no sale especialmente favorecida en la película. La de la terrible Bernarda Alba no se la deseo a mi peor enemigo. La del valleinclanesco Don Juan Manuel de Montenegro, pues qué te voy a decir. Es que en todas ellas aparecen personajes terroríficos: el patriarca o la matriarca, de cuya presencia entre nosotros líbrenos la Cananea.

Pues nada, querido lector chiclanero, que te deseo un feliz verano en familia, disfrutando de todas sus ventajas y procurando esquivar a las correspondientes pejigueras y los inevitables inconvenientes.

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