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Crónicas del retornado

Este curso

No tiene nada de particular que quienes hemos dedicado casi toda nuestra vida laboral a la enseñanza midamos el tiempo no por años, sino por cursos, por cursos académicos. Si, por añadidura, uno es hijo de profesor, está casado con una profesora y la mayor parte de sus amigos son profesores en activo o jubilados, para qué te cuento.

Pero no solo somos nosotros, porque muchas familias, por lo menos en Chiclana, tienen hijos en edad escolar. Cuando se inicia o finaliza el curso a estas familias les toca organizar la vida de acuerdo con las circunstancias escolares, lo que suele suponer una larga lista de ajustes.

Y el curso que ahora finaliza ha sido, la verdad, francamente raro o peculiar por el problema de la pandemia. No me gusta la palabra "atípico"; hay muchas palabras que no me gustan y esta es una de ellas. Primero porque no creo que exista un curso "típico". Mi experiencia docente me dice que no hay un curso que sea igual a otro, ni un alumno idéntico a otro. Si no fuera así, la enseñanza sería muy aburrida y carecería por completo de gracia, y unos profesores o unos alumnos aburridos son una lástima de profesores y alumnos.

Este curso en concreto ha puesto de relieve que tenemos unas comunidades educativas que se merecen siete sombrerazos, porque trabajar con la mascarilla puesta en aulas atiborradas y carentes de comodidad, en las que hace mucho frío o mucho calor, no poder salir al recreo a darle al balón, ni darse collejas con los colegas, ni nada de nada, es el colmo de los colmos. Pues eso, aplaudimos hasta con las orejas.

Mención especial merecen los profes que, encima de profes, han sido opositores. Opositar en situaciones normales ya es bastante desagradable, conque hacerlo ahora tiene que tener guasa. Mucho se ha discutido sobre el sistema de oposiciones para acceder a la docencia y nadie parece demasiado conforme, pero ahí sigue y no parece que vaya a cambiar. Ahora llegar a ser profesor requiere, de propina, un "máster" específico, cuya utilidad me resulta más que dudosa a la vista de los resultados. La palabra "máster" pertenece al grupo de las que no me gustan y llamadme maniático. Los "másteres", además de dudosamente útiles, salen por un riñón, lo que crea muchos problemas a estudiantes escasos de recursos para poder optar a la docencia.

Por cierto, y divaguemos como siempre: tampoco me gusta la palabra "disruptivo", que ahora se aplica a los alumnos de mala conducta. Antes se decía ante esos casos: "ese niño es un cabronzuelo" o "esa nena es un mal bicho". Lo de disruptivo es muy cacofónico y parece insultante de verdad. Si a mí me llaman cabronzuelo o mal bicho, puedo hasta reírme y tomármelo a broma, pero al que me llame disruptivo te juro que le rompo la cara.

Pues anda que lo de "resiliencia"… Creo que es algo así como la capacidad de aguante, echarle narices a algo. Pues nada, agua, ajo y resiliencia. La palabra “obligatorio” que sale en la ESO tampoco me gusta nada. Me recuerda a tiempos en que todo estaba prohibido o era obligatorio. Aplicada la expresión "obligatoria" a la enseñanza no hace a ésta nada atractiva, porque las cosas obligatorias por sí nos resultan antipáticas. Lo mismo me ocurre con la palabra "bilingüe", porque me suena parecida a "bífido" o "bífida", que es como tienen la lengua muchos reptiles. ¿Queremos acaso estudiantes de lengua bífida? Como ya me he metido en otros artículos con esto del bilingüismo, no pienso insistir, pero se me ocurre que hubiera bastado con mejorar la enseñanza de los idiomas, mejor que meterse en este berenjenal, que, por lo que me cuentan, tampoco da frutos importantes. Bueno, uno sí que arroja: en algunos centros docentes se agrupa a los alumnos listos y buenos en los grupos "bilingües", en tanto que los malos y vagos, más los "disruptivos" son arrojados al purgatorio de los monolingües. ¿Algo discriminatorio, no?

Menos mal que este curso tan curioso sí que ha cumplido un requisito de normalidad: se proclama una reforma educativa. ¡Menos mal! Desde que uno comenzó en esto de la enseñanza ha asistido a la proclamación de una reforma, la buena, la definitiva, la monda lironda. Opino que a los Ministros o Ministras de Educación habría que denominarles Ministros o Ministras de Reforma Educativa. Un Ministro del ramo que no traiga bajo el brazo una reforma educativa, ni es ministro, ni es na. ¡Una paparrucha de ministrillo!

En general estas reformas poseen un carácter doctrinal y se ocupan de los grandes asuntos de la enseñanza. Siempre me falta la letra pequeña, la que se refiere al menudo día a día de los centros, de los profesores, de los alumnos. Tampoco suelen los reformadores tener bien hechas las cuentas, lo que ahora se llama "acompañamiento económico". Demasiado prosaico, supongo.

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