Crónicas del retornado

Señorías

Te aseguro, querido lector, que la primera vez que te tratan de “Señoría” se te ponen los ojos como platos y, a continuación, te entra la risa floja. Si, encima, te cuentan que te corresponde el tratamiento vitalicio de “Excelencia” o “Excelentísimo Señor” por decisión de S.M. El Rey, mejor será que no te pille con la boca llena de lentejas, porque seguro que las esturreas por ahí.

Porque ya puedes ser un zoquete de tomo y lomo, que no ha hecho cosa de provecho en toda su vida, que el tratamiento te ha caído y con él tienes que pechar. También puedes colmarte de orgullo y sacar pecho; pero eso, allá tú y tu vanidad personal.

El tratamiento de Señoría tiene la ventaja de que termina en –a, para satisfacción de las personas partidarias del llamado lenguaje inclusivo, quienes, por desconocimiento de la lengua latina, incluso en su modalidad “sermo vulgaris”, entienden que las palabras así terminadas son femeninas (como artista y puñeta, por ejemplo).

Estas cosas siempre me recuerdan un viejo chiste: el obispo llega de visita pastoral a un pueblo apartado tras un fatigoso viaje. El párroco le recibe: “Su Ilustrísima vendrá cansada…” El prelado responde: “Sí, hija, vengo muerta.”

Cuando el pueblo de Cádiz tuvo la ocurrencia de hacer Senador al retornado, cosa que éste sigue agradeciendo de corazón, él no tenía ni idea de qué era exactamente eso de senador y para qué servía el Senado, perplejidad en la que se mantiene pasados los años, ya que la llamada Cámara Alta sigue sin tener definidas sus funciones con la debida claridad. Aparentemente sólo sirve para colocar en alguna parte a políticos con los que no se sabe muy bien qué hacer.

La pretendida condición de cámara de representación territorial no es sino una entelequia, de la que se habla cuando alguien es incapaz de explicar la utilidad de un Parlamento bicameral en una democracia en la que el Congreso de Diputados es el único poder legislativo con capacidad de legislar.Y eso con permiso del Ejecutivo. La verdad es que nuestros diputados disponen de una capacidad de maniobra política muy limitada, por más que la ley les conceda autonomía en el ejercicio de su cargo electo. Y, cuando se produce algún caso de rebeldía parlamentaria, se suele armar la gorda.

El último ejemplo llamativo se produjo cuando un arriesgado grupo de Diputados Socialistas se atrevió a no abstenerse para facilitar el Gobierno de Mariano Rajoy. El caso es que, paradójicamente, esos Diputados han conseguido salirse con la suya (aproximadamente) y todo aquel controvertido embrollo ha desembocado en un Gobierno progresista de coalición, que personalmente celebro. “Sorpresas te da la vida”, o “Amanece que no es poco”, y valga esta dolida cita como recuerdo del gran José Luis Cuerda. Perdona, querido lector, pero es que hay artistas a los que se admira o se valora, pero a Cuerda se le quería.

El funcionamiento en bloques inamovibles y unánimes de los Grupos Parlamentarios puede que tenga sus ventajas, porque facilita la aprobación de leyes y la convalidación de decretos; pero, en contrapartida, hace que sus señorías cada vez sean menos señorías y se conviertan en meros apretadores de botones a la orden de “¡ya!”, cosa que a lo mejor podían hacer de sus casas sin necesidad de acudir al Parlamento (Claro que exagero).

Un resultado negativo: pregunta a cualquier gaditano o chiclanero quiénes son sus representantes en el Congreso de los Diputados o en el Senado. A lo mejor, con suerte, te hablan de Grande Marlasca, por aquello del Ministerio y la notoriedad; en el caso de Chiclana, tal vez te mencionen a Cándida Verdier, por proximidad. ¿Y el resto? Pero es que ni los de los electos por los partidos gobernantes, ni los de la actual oposición. Y luego nos quejaremos del alejamiento entre la política y los ciudadanos.Gran parte de la responsabilidad en un Parlamento tan anquilosado y lejano puede tenerla la propia elaboración de las listas electorales, que, se maquille como se maquille, se suele hacer a dedo y considerando más las fidelidades que las capacidades. ¿Cómo resolver el problema? A lo mejor evitando listas cerradas y bloqueadas, qué sé yo.

Por añadidura, lo de las señorías sin nada que señorear, no se limita al Parlamento Nacional, sino que desciende a los parlamentos autonómicos, en los que tampoco vendría mal un poco de oxígeno democrático y, tal vez, unas pocas señorías menos. También en los Ayuntamientos, ¿por qué no? Entonces, ¿es que nuestra democracia no es una democracia plena con todos los requisitos? Pues claro que sí; pero, como dijo el conservador Winston Churchill “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, frase que me atrevo a interpretar como que se trata de un sistema perfectible, no de un dogma inamovible, como pretenden algunos de esos “constitucionalistas” de vocación tardía.

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