La marisma del general Lejeune y el futuro
Laureles y rosas
Cuando el general Jean François Lejeune, el pintor de batallas de las Guerras Napoleónicas, vino a Chiclana, solo unos días después del 5 de marzo de 1811, quiso ver con sus propios ojos dónde estaban las baterías españolas, que evidentemente le recibieron con un gran cañoneo. Lo imagino contemplando, impotente y anonadado, la batería de Urrutia, desde ese paraíso que son las marismas de Sancti Petri: "Miraba con ansiedad las dificultades que había que vencer para atravesar el barro profundo de nuestra orilla de la playa, en el caño de Sancti Petri. Sin este obstáculo ese canal habría sido tan fácil de franquear como un río, porque teníamos los barcos y los medios necesarios para atravesarlo", escribe en sus Memorias, publicadas a partir de otro texto, mucho más amplio, que tituló Recuerdos de un oficial del imperio (1851).
Ahora solo nos interesa de aquel relato su descripción de la avifauna de la marismas, quizás la primera: "Miles de pájaros de largas patas, como grullas, espátulas y flamencos de color escarlata, circulaban tranquilamente sobre esas playas fangosas, y demostraban que eran inabordables para los humanos". Curiosamente, el siguiente testimonio de la ornitología de Parque Natural de la Bahía de Cádiz hecho desde Chiclana es de otro pintor, William Hutton Riddell, propietario junto a su esposa, doña Violeta Buck, de la finca de Villa Violenta, la primera casa de recreo de la playa de La Barrosa. Riddell llevó durante sus estancias veraniegas, entre 1929 y 1944, un listado que llamó Aves de La Barrosa y alrededores, incluidas las salinas y el mar. Es ahí donde afirma: "Esto es todo lo que he visto, oído o encontrado emplumado. Hay, con toda probabilidad, un gran número de otras especies de las que no tengo constancia, y que pasan de largo durante la migración", antes de enumerar un centenar de especies incluida de nuevo la espátula.
Javier Ruiz y yo lo incluimos íntegramente en Aves desde un castillo en el sur de España (Palitroque Editorial), el libro póstumo que publicamos Riddell, en el que no solo describe la ornitología en torno al castillo de Arcos de la Frontera entre 1940 y 1944, sino que incluye un capítulo sobre las limícolas avistadas "en las salinas de Cádiz, especialmente entre Chiclana y el mar", que recorrió y pintó con detalle. "Por su vecindad, su pintura y desconocidos escritos hasta el momento, le reivindicamos como el primer ornitólogo que prestó atención a la exuberante riqueza de las aves de la marismas salineras", escribimos en 2019, fecha en la que editamos ese testimonio. "La parte de las salinas que mejor conozco –reconoce Riddell– se encuentra entre Chiclana y la costa atlántica. Y siempre me han parecido ser un lugar que garantiza una «atracción indudable» para las aves".
Pero las salinas y las aves, la marisma y los caños, las vueltas de afuera y los esteros, los saleros y los despesques, son también una “atracción indudable”, o debería serlo, para nosotros. Las 10.522 hectáreas del Parque Natural de la Bahía de Cádiz, de las que una tercera parte pertenecen al término municipal de Chiclana, han de ser protagonistas también en la manera de que los ciudadanos miramos nuestro territorio y lo hacemos nuestro. El río Iro que atraviesa el Parque antes de desembocar en el propio caño de Sancti Petri es un buen ejemplo para reivindicar que somos el propio Parque.
Sobre todo, ahora que el clima cabalga sobre el miedo y cuidar nuestro planeta es una necesidad inaplazable, el Parque Natural es un ejemplo inmediato y cercano de cómo durante siglos el hombre y la mujer han convivido con el medio, hasta convertirlo en lo que hoy es. Solo una mínima parte del Parque, es decir, el Paraje Natural de las Marismas de Sancti Petri y la isla del Trocadero, es un paisaje apenas intacto, el resto ha sido antropizado, moldeado por nuestras manos, para explotaciones salineras –38 llegó a contarse en Chiclana– de las que quedan pocos testimonios, como la artesanal y familiar Bartivás o el Centro de Recursos Ambientales Salinas de Chiclana, que ahora de la mano de Paco Flor vuelve a poner en marcha su campaña de despesques, "un espectáculo para conocer, sentir y vivir de primera mano" la marisma chiclanera.
La gran paradoja es que este tesoro, este Parque Natural, con su flora, su fauna y su sal, necesita de actividad empresarial, de la que el propio Paco Flor es un ejemplo, para que sigamos moldeándolo, conservándolo, reiventándolo. Como también sucede desde la acuicultura, con marcas como Pescado de Estero Tradicional o Langostino de Chiclana, que el Ayuntamiento de Chiclana, con el propio alcalde en cabeza, y CTAQUA han creado recientemente. O la vía ciclopeatonal que unirá próximamente Chiclana y San Fernando a través del Parque. Hay iniciativas y tejido empresarial –pero siempre se necesitan más– dispuestos a apostar por reinventar la actividad económica, y turística, en el Parque para protegerlo aún mejor. Y necesitan complicidad de las administraciones y de los ciudadanos. No es fácil, pero en las salinas abandonadas ni hay flora, ni fauna, ni sal, ni tampoco futuro
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