Estamos en plena fiesta del ombliguismo. En Cádiz, cuando llega el Carnaval, todos somos artistas. Todos sabemos componer y todos sabemos cantar como los mismísimos ángeles.

Pero ya no basta con ser de Cádiz. El ombliguismo hila aún más fino y cuando llega el Carnaval, hay gaditanos de varias clases y categorías. No todos somos iguales.

El gaditano de la Viña ocupa el primer puesto. Es el rey indiscutible del Carnaval. Si nació en los Callejones o en la Cruz Verde, llega a lo máximo: es el emperador de los gaditanos, nadir le puede discutir su supremacía en el mundo carnavalesco.

El gaditano del Mentidero también ocupa un lugar destacado. Si conoció a Fletilla o fue su vecino, mejor.

El de Santa María está más abajo. Es un barrio más propenso al flamenco y sus vecinos reconocen su inferioridad carnavalesca, a pesar de contar entre sus filas con Pedro Romero.

En las Puertas de Tierra hay una gran barrera. Los vecinos de los extramuros son carnavaleros de segunda fila. No puede entonar un tango de la misma manera un gaditano nacido en la calle Brasil que otro nacido en el Corralón de los Carros.

Carnaval, fiesta del ombliguismo. Lo malo es que cuando uno se mira el ombligo no tiene más remedio que sacar el culo. Y en Cádiz es peligroso ponerse en pompa.