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Defendiendo el tipo

El ninfeteo

Primer carnaval sin ninfas, y que el dios Momo me perdone pero las ninfas últimamente ya servían p´al cachondeo. Así que me parece bien que hayan quitado eso tan anacrónico y apolillado.

Y yo puedo decirlo, mi voz es independiente a salvo de sospechas de resentimiento o envidia, pues nunca me presenté a ninfa ni fui rechazado en el concurso. Pero no hay que ser muy despierto para apreciar que en el carnaval de hoy día, el asunto ninfático era algo estrambótico, tal vez de un tiempo lejano. Tan ajeno a la fiesta como una roca lunar.

La ninfa no era más que una figura protocolaria, como los maceros del Ayuntamiento, un bello jarrón decorativo, sin un papel vivo en la vida carnavalesca. Apenas el oscuro objeto del deseo de concejalillos de segunda fila.

Pero es 2017 y la mujer participa activamente en la fiesta: escribe, canta, toca, sale a la calle en igualdad y habla con voz propia de sí misma. De modo que el ninfeteo suponía -y es preciso reconocerlo sin pasiones- una costumbre rancia y hasta improcedente.

Pero más allá de su significación paternalista y sexista, el ninfeteo además era cursi. ¿Había en el carnaval algo más cursi que las ninfas? Las ninfas eran diosas menores de la mitología que vivían en las fuentes, en los bosques y ríos. Pero resulta, serrana, que en Cádiz no hay ríos (ni bosques, ni fuentes) que vayan a dar a la mar. Así que las ninfas resultan ser una falsificación histórica a través de la cursilería.

Como su vestido de piconera. Otra falsificación, pues es un invento de Pemán, que vistió así a la protagonista de su obra teatral Cuando las Cortes de Cádiz. El traje, que la novelería gadita toma por tradición milenaria (aquí todo es milenario o como mucho tricentenario), no tiene ni 80 años. Cursilería a través de la falsificación histórica. Otra más.

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