VOY a plantearles una pregunta de suma importancia, la verdadera prueba del nueve de si el lector considera que el Carnaval es nocivo y nefando, o si por el contrario es una de las siete plagas de Egipto. Y la pregunta es: ¿Le gustaría que su hija le hablara a un comparsista?

¿Le gustaría que su yerno fuera Kevin de Jesús el Caja? Seguro que prefiere que fuera feo antes que bombista en una chirigota, postulante en un coro, o lo que es peor, pijo de batea.

¿Le gustaría que su nieto se pareciera en maneras y modos a un vulgar Chele de Cádi de una comparsa? Toda tu vida trabajando para que tus descendientes acaben todo el día pisha por aquí, caniho por allá.

¿Que le parecería que se llevara a la alhaja de la casa, la niña de sus ojos, un cuartetero como los de Rota? Imagínese qué vida le espera. En vez de llevarla al Caribe o a un crucero por el Mediterráneo, lo más lejos que va a llegar es a acompañarle de figurante al Falla o que le compre sillas de la cabalgata mientras él se dedica a puntuar las cachas de las pibas un domingo en la plaza. Su hija con los niños, y el yerno en el Merodio harto de coñetas. Vaya porvenir.

Querido lector, si tienes hijas mocitas, por el bien de ella y de tu descendencia, mándala en carnavales de ejercicios espirituales. Lejos de aquí.