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Charlas de ambigú

Tantas cosas que contar

CUANDO comencé esta serie de artículos pensé que no tendría suficientes cosas que decir. Que me quedaría sin ideas para argumentar esta ventanita que me ha prestado mi amigo Pedro Espinosa en el Diario del Carnaval. Iluso de mí. Va tocando a su fin y se me quedan muchas cosas que contar. Demasiadas.

Se me iba a quedar en el tintero lamentar el pobrísimo ambiente que vivimos en la final. Sinceramente, el más frío desde que las vivo en directo. Fiel reflejo, por cierto, de lo que ha sido el concurso. Un certamen plagado de público de fuera, que así como un todo no es malo. Lo malo es cuando ese público foráneo asiste al Falla como el que acude a ver el 'Guernica' sin saber realmente dónde va, lo que va a ver ni lo que significa. Salvando las distancias, evidentemente. Pero esa moda de muchos de venir al Falla a ver eso está hiriendo de muerte al concurso. Porque el que no es aficionado de Cádiz ni siquiera va al teatro si no le gusta. El de fuera, desde la valentía que otorga el desconocimiento, se atreve no sólo a ir, sino a sentenciar con sus opiniones y aplausos. Aunque éstos premien cosas de las que ya nos hemos reído, ya hemos cantado y hemos ovacionado aquí en varias ocasiones. Hasta la saciedad algunas.

Y se me iba a acabar este escaparate sin mostrar el sonrojo y casi vergüenza ajena que siento cada vez que escucho el "Campeones, campeones". Un grito que creo que llega por culpa del desembarco de aficionados de nuevo cuño, de seguidores que aún no han superado el Tercero de EGB de carnaval. De público que le da igual cantarle el campeones en la misma noche a dos grupos por modalidad. Un alarde de coherencia muy propio de lo que se está convirtiendo este concurso, pero una falta de imaginación que no sólo se ve en estos gritos, sino que también es a la que está llevando al concurso estos gritos y el seguidismo al que en muchas ocasiones se obligan los jurados para no tener problemas.

Se me iba a quedar sin escribir lo llamativo que me parecen algunas cuestiones en la televisión pública andaluza cuando empieza su retransmisión. Desde permitir un anuncio de una cadena de supermercados que vuelve a jugar con el tópico de la falta de tensión laboral del andaluz (en este caso el gaditano) cuando llega una fiesta popular. Un argumento que debería obligar, creo, a tomar cartas en el asunto al defensor del telespectador o a quien fiera. Aunque viendo muchos de los programas de la parrilla de 'la nuestra' no sé ni porqué me lo planteo.

Iba a pasar por alto hablar del lamentable ambiente de los camerinos del Falla, que cada vez tiene más de pasillos y salas de espera de un hospital y menos de la fiesta que siempre fueron. Y es una situación que va a ir a más, porque los grupos quieren estar cada vez menos tiempo ahí. Entre la presencia de las cámaras, la ausencia de alicientes (unas botellitas de vino y de agua son demasiado poco para querer que haya algo allí) y la cada vez menor número de personas que pueden acompañar a los grupos, la magia de los camerinos del Falla ya ha desaparecido.

Igual que pueden desaparecer muchos otros alicientes. No tengo espacio para argumentarlos como quería. Pero al menos me quito la necesidad de expresar mi preocupación. Una preocupación que se hace extensiva a lo que estamos convirtiendo este concurso. Por acción y permisividad con los que actúan. El Falla, el Concurso de Cádiz, es cada vez menos nuestro. Cada vez tiene menos de sabor, de ser algo especial, de magia, como decía antes. Seguimos metiéndole fuego al corral en el que vive la gallina de los huevos de oro mientras la exprimimos. Corremos el riesgo de que se muera pronto y entonces no nos quedará nada, porque lo habremos quemado todo. Me considero, antes de nada, aficionado a la fiesta. Casi enfermizo si quieren. Y de la final me fui con ganas de llorar del Falla. No por lo que no vi, sino por lo que no vi ni viví.

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