Un carnavalero siempre resulta ridículo. Pero cuando quiere ponerse serio y trascendente resulta aún más cachondeable.

Viene esto a cuento con el lío que han organizado con motivo de las agrupaciones que han cantado previamente en los carnavales de sus pueblos. Para descalificarlos resulta que tienen que esperar a que canten de nuevo en el Falla, ya que en la primera ocasión el jurado no se dio cuenta.

Más ridículo todavía es el que hacen esos grupos, que se prestan dócilmente a volver a Cádiz sabiendo que van a ser descalificados.

Imaginen un árbitro de fútbol que para anular un gol en fuera de juego tiene que esperar a que el equipo marque de nuevo.

Y es que estos carnavaleros han creído que un reglamento es una cántara a la que pueden ir volcando las ocurrencias de cada uno. Cada año se le añade una regla nueva. Total, como resultado final, para cantar en el Falla hay que saber más derecho que Justiniano, un personaje desconocido para la gente del Carnaval y que yo no voy a perder el tiempo en explicar.

El reglamento del concurso debiera ser lo más sencillo del mundo. Bastaría que el jurado decidiera entre agrupaciones buenas y malas. A las primeros se les daría una cagarruta y a los segundos otra mayor.