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Carnaval de orden

AL novelista W. Somerset Maugham -hoy algo olvidado- Cádiz le pareció frívola y amiga de la diversión por la diversión. El autor de El filo de la navaja añadía que el ambiente de la ciudad era "etiquetero y relamido".

Hoy, la zurrapa de esto último es un rancio sentimiento de clase, un abolengo despeluchado que busca la diversión, pero que añora la finura y elegancia de un Carnaval que, si fue real, lo fue bajo otro nombre: Fiestas Típicas: un traje a medida de la bienpensancia gaditana.

El carnaval le parece ordinario, como poco, a este alcanforado Cádiz de hoy que se declara apolítico de centro y devoto de Rouco y Gallardón, y prefiere un carnaval de orden, con actos bonitos, proclamaciones, homenajes y por supuesto con agrupaciones que canten al que paga. Y el que paga exige, tuviera que ver.

Ya no hay bailes en el Falla pero, mientras la plebe va a un lugar espantoso llamado carpa, lo fino es ver las agrupaciones cómodamente sentados en el Casino.

A ese Cádiz que desayuna Carcomín, le dan espasmos de felicidad burguesa los trinos y gorgoritos de los coros. Su dosis de crítica carnavalesca queda saciada con un tango a la política, así en general, y un cuplé a las caídas del rey. Con risitas cómplices celebran una rima con Logroño, y están convencidos que la mayoría de las callejeras son de extrema izquierda.

Y es que está muy feo y da mala imagen hacer crítica carnavalesca con el record local de parados, la despoblación y el envejecimiento del censo, la pérdida de nuestra mejor juventud, la pobreza, el drama de la vivienda y la desesperanza de la gente. Eso es de no querer a Cádiz ni nada.

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