Cádiz

Aquel verano de 1982

  • Mick Jagger en el diluvio del Calderón y Sandro Pertini en el delirio del Bernabéu

Mick Jagger, envuelto en la bandera española en su actuación en el Calderón en el 82.

Mick Jagger, envuelto en la bandera española en su actuación en el Calderón en el 82.

Pudo haber sido Toribalón o un torero que era un niño vestido con el uniforme de la selección, que se llamaba Brindis. Cualquiera de las dos hubiera sido tan mala solución como Naranjito, la mascota que dominó aquel verano en el que fue bonito ver a Sandro Pertini brincar en el palco del Bernabéu, pero fue muy feo observar al equipo nacional arrastrarse por los estadios españoles. En cierto modo creíamos que ese evento internacional nos pondría de algún modo en el mundo como ejemplo de modernidad, pero eso era difícil con tantos jugadores con bigote y un defensa llamado Camacho, que nació antiguo.

Gay Mercader, el principal promotor de rock de la época, vino al rescate y trajo el 7 de julio, al Vicente Calderón, a los Rolling, que empezaron con las priemras notas del Under my Thumb y se abrieron los cielos para descargar una de las mayores tormentas que se recuefrdan y empapó a 60.000 almas que no pararon de brincar entre las aguas. Fue, sin duda, mucho mas apoteósico que cualquiera de los partidos de España, incluido el de Honduras. ¡Viva Honduras!

Más modernitos parecíamos también nen la música, ya que frente a la caspa de Paloma Sanbasilio con una canción quew decía juntos, café para dos, que parecía el antecedente del célebre café relaxing de Ana Botella en la plaza Mayor, frente a la nueva invención de Georgie Dann, que ese año fue el Kounbó, los que se disputaron la cancion del verano fue un grupo de moda, Mecano, que se colaban en una fiesta como sacados de un disco de Spandau Ballet, y la ya diva Alaska con sus Pegamoides, que con bailando elevaban la movida madrileña a algo oficial y triunfador. estos chicos unos pocos meses antes simplemente querían ser un bote de Colón, que era el detergente de moda de aquel tiempo, esa blancuara que usted cre´ñia increíble, según nos contaba la que se haría celebérrima señora de Ausina, que nunca supimos si era su propio apellido o el de su marido, pero que era la nueva mujer que lavaba con agua templada.

Y el verano se despidió con un golpe bajo. Ya era septiembre. Su Alteza Serenísima para los pirados del rollo aristocrático, la mujer que clavó unas tijeras en Crimen perfecto para los mortales, Grace Kelly o Gracia de Mónaco, realizaba el trayecto entre la residencia veraniega de Roc Ángel camino del Palacio de Montecarlo. Su Rover 3.500 caía por un terreplén, una de esas cornisas mediterráneas tanm cinematográficas, quizá conducido por ella o, como se especuló, por su hija rebelde Estefanía. Quizá el coche tenía un problema de frenos, como en Sospecha. El impacto fue brutal. No todos los días muere una princesa de cuento; no todos los días muere una rubia de Hitchcock. Eso sí, murió aún bella

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