Tribuna de Historia

El romanticismo y su recreación de Cádiz

  • La visita de la reina Isabel II, en el año 1862, hizo que el movimiento cultural imperante construyera con arquitectura efímera una impostada ciudad más al gusto de la época

Castillo y Arco Triunfal en la Plaza de Isabel II. Grabado xilográfico.

Castillo y Arco Triunfal en la Plaza de Isabel II. Grabado xilográfico.

Con este título lo primero que parece obligado aclarar es que con el término ‘romanticismo’ nos referimos al movimiento cultural nacido en centro Europa y propagado en España a mediados del siglo XIX. Un movimiento que, en gran medida, se producía como reacción al espíritu ilustrado y racionalista que había iluminado a Europa durante el siglo XVIII, entendiendo que por ese camino se perdía la espiritualidad, el sentimiento y la tradición. Valores que desde el medievo habían aunado el arte y la espiritualidad cristiana, y que algunos consideraban más ‘españoles’ que aquellos otros que habían traído los invasores franceses en sus mochilas militares.

Con este nuevo espíritu romántico, en Barcelona empezó a publicarse la obra Recuerdos y Bellezas de España, destinada a dar a conocer, de forma enciclopédica, sus monumentos, antigüedades, paisajes, etc., en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa, acompañadas con texto de P. Piferrer. Obra que, compuesta por 12 tomos, se estuvo publicando entre 1839 y 1865, aunque el paso del tiempo obligó a que se fueran sucediendo los escritores de los textos. El primero tomo se dedicó a Cataluña, el tomo 7 a Granada, el tomo 8 a Córdoba, el tomo 9 a Asturias y León y el tomo 10, publicado en 1856, se dedicó a Sevilla y Cádiz. Ocupándose del texto de este volumen el prestigioso intelectual, jurista, pintor, académico de Bellas Artes, escritor y crítico cultural Pedro de Madrazo y Kuntz (hijo del afamado y prestigioso pintor de la casa real José de Madrazo y Agudo).

Pero el hecho de que se incluyeran en el mismo tomo a Sevilla y a Cádiz no fue por razones editoriales sino por la minusvalía cultural, arquitectónica y monumental con la se consideraba a Cádiz desde la perspectiva y los valores románticos. Lo que convirtió a la ciudad de Cádiz en un corto apéndice de solo 15 páginas, frente a las 519 que le dedicaba a la capital hispalense (dedicándosele 45 páginas a los municipios de la provincia de Cádiz y solo 12 a los de Sevilla), una desproporción que se hace aún más marcada en las ilustraciones litográficas, con solo una estampa sobre la ciudad de Cádiz (del interior de la Catedral nueva) frente a las 52 de Sevilla. Aunque los monumentos de la provincia de Cádiz se ilustran con 10 estampas (5 de Jerez, 2 de Arcos de la Frontera, 2 de Sanlúcar y 1 de El Puerto de Santa María) mientras que solo 2 (de Utrera) ilustran las páginas de la provincia de Sevilla.

Unos fragmentos pueden ser suficientes para poner de manifiesto los valores desde los que se juzgaban los monumentos, las arquitecturas y las obras de arte, aunque debiéndose tener claro que no eran solo criterios o prejuicios personales del escritor, Pedro de Madrazo, sino criterios ampliamente compartidos por intelectuales y escritores de la época, e incluso, como más adelante expondremos, por la burguesía ilustrada y los dirigentes sociales de Cádiz:

“Mas habiéndose agregado en el siglo XVII a las obras de fortificación y defensa muchas restauraciones y reconstrucciones en los antiguos edificios citados, tarea que los opulentos gaditanos se imponían y realizaban a competencia por dar vado al ardoroso anhelo de hacer de su ciudad una nueva Venecia, digno abrigo a las flotas que de Tierra Firme y Nueva España llegaban a ella cargadas de plata, oro, pedrería y otros productos de gran valor, fácilmente se comprende que de las edificaciones de los siglos XVI y anteriores hayan quedado muy pocos vestigios. La mayor prosperidad y crecimiento de Cádiz fue cabalmente en una época de decadencia para las artes, a saber, cuando más menudearon aquellas flotas y cuando se trasladaron a este puerto el comercio de Sevilla, su consulado y el Tribunal de la Contratación. No podía menos de ser fatal a sus antiguos y más respetables monumentos la riqueza de los nuevos Balbos. Esto hace que la Cádiz de las antiguas bellezas y recuerdos ofrezca escasísima tarea a nuestra pluma, y que tengamos que ser sobrios de descripciones artísticas”. Explicitándose en otros pasajes que Cádiz, tras los destrozos del saqueo inglés de 1596, sin nada de árabe, medieval o renacentista, nada era; pues, cuando pudo serlo por el enriquecimiento que América le produjo, los nuevos ricos en Cádiz, sin criterios culturales ni valores artísticos, se dedicaron a levantar edificaciones sin mérito y amurallar la ciudad.

En esta línea de valoración, como ejemplo, escribe Madrazo sobre la Catedral nueva, el gran edificio de la ciudad aún sin concluir: “Esta Catedral nueva ha sido objeto de censuras y encomios igualmente apasionados. Desgraciadamente los primeros arquitectos que trazaron la planta y trabajaron en la obra, Don Vicente Acero, Don José y Don Gaspar Cayón, pertenecían a la amanerada escuela Salmantina, que reconoce por jefes a los Churrigueras y Tomés, y dieron a la referida planta tales movimientos, que en la elevación presenta la cornisa un vuelo exagerado, quebrado siempre en ángulos. En las capillas embarazan las columnas, y el número extraordinario de resaltos que se advierte en estas capillas y en todo el templo hacen la perspectiva confusa en extremo, como hicieron la obra difícil y costosa. Sin embargo de que estos defectos destruyen en cierto modo la religiosidad y el reposo y hacen que la Catedral parezca más bien un palacio por su escenografía interior, no carece de grandeza y majestad”. Un final de “quedar bien”, después de haberle dado un repaso inmisericorde a aquella enorme edificación “desgraciadamente”, ni medieval ni renacentista, churrigueresca. Un juicio negativo que Madrazo va expandiendo al repasar los distintos edificios y monumentos de Cádiz, dejando a salvo escasos elementos secundarios repartidos por la ciudad.

Durante el predominio de estos criterios de valoración cultural, en 1862 se produjo en Cádiz un gran acontecimiento político y social: la visita de la reina Isabel II y su familia a la ciudad. Visita enmarcada en el viaje real por ciudades de Andalucía y Murcia, intentando mejorar, con su cercanía y presencia personal, los disturbios y levantamientos subversivos producidos por estas tierras durante aquellos años.

Ante tal acontecimiento, los dirigentes políticos provinciales y locales realizaron un costoso esfuerzo por ‘preparar’ la ciudad adecuadamente para el recibimiento y la estancia de la familia real en Cádiz: se hicieron obras y reparaciones en el edificio de la Diputación para que fuese la sede donde se hospedaran, se diseñaron grandes y simbólicas arquitecturas efímeras, se construyó una gran plaza de toros de madera en el Campo del Sur (en 26 días), se programaron actos, visitas y publicaciones.

La reina vendría en barco desde Sevilla, tendría que llegar al muelle (el único existente frente a la fábrica de tabacos), y luego, en coche de caballos, tendría que pasar por las Puertas del Mar de la muralla para salir a la plaza de San Juan de Dios (ya entonces de Isabel II), frente al Ayuntamiento. ¿Pero qué ciudad era esa!?, ¿qué imagen ramplona y corriente daba aquella ciudad!? Aquello había que arreglarlo, y se arregló.

La recreación de la ciudad de Cádiz, para darle categoría ante los ojos de la reina y sus ilustres acompañantes, se realizó montando unas grandes arquitecturas efímeras que, de alguna manera, la hicieran aparecer como una ciudad monumental valiosa, es decir, con una imagen medieval y renacentista. Objetivo con el que se levantaron en el muelle dos grandes arcos triunfales y, como el paso atravesando la muralla era ineludible, se cuidó en extremo la visión de salida de las Puertas del Mar con una gran muralla medieval, con un arco gótico, torres y almenas, que cerraba la plaza desde la calle Plocia a la calle Nueva (como si la muralla real no existiera), y otro gran arco con tres vanos, a la derecha, cerrando la entrada a la estrecha calle de la Aduana, entre el frente de fachadas de las casas y la muralla. Todo mentira, todo impostado para adaptarse a los criterios estéticos y artísticos de valoración del momento (que también explican las reiteradas demandas de derribo de las auténticas murallas y de su monumental Puerta del Mar, que ya en la ciudad no se valoraban, y que se incrementaron en las últimas décadas del XIX).

La visita real a Cádiz se consideró un éxito por todas las partes y se editó un libro con la crónica del viaje, vendido por entregas y con ilustraciones litográficas, para que fuera testimonio de aquel acontecimiento histórico. Libro (con litografías), revistas (con grabados xilográficos) y fotografías (las realizadas por el inglés Charles Clifford, que acompañó a la reina como fotógrafo oficial), las imágenes que reprodujeron (con alguna excepción) fueron las de aquel ‘no Cádiz’ de las arquitecturas efímeras, interpretadas como representación de aceptado vasallaje. Conjunto documental e iconográfico que hoy observamos críticamente pero que también, con efecto espejo, relativizan nuestros colectivos criterios de valoración sobre el patrimonio de la ciudad y, más aún, los de los responsables políticos y administrativos encargados de su conservación y custodia.

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