Tras la guerra de Cuba y la firma del tratado de paz con los Estados Unidos, la ciudad de Cádiz vivió dolorosas jornadas. Semanalmente llegaban a nuestro puerto buques con centenares de soldados repatriados, muchos de ellos enfermos y heridos, y las familias que habían decidido abandonar la isla de Cuba.
Especialmente dolorosa fue la jornada del 16 de enero de 1899, cuando entró el vapor Buenos Aires con los primeros testigos de la ceremonia de arriado de la bandera española e izado de la norteamericana en la Capitanía General de Cuba. Los pasajeros relataron que cuando el Buenos Aires salía del puerto de la Habana, ya bajo la jurisdicción de Estados Unidos, un numeroso grupo de cubanos acudió a la Lonja de Víveres agitando banderas de España en señal de respeto y cariño.
Ese mismo día 16 de enero entraba silenciosamente en la bahía y fondeaba frente a Puntales el crucero Conde del Venadito, al mando del capitán de navío Esteban Arriaga. A bordo se encontraban las cenizas de Cristóbal Colón y los restos mortales del capitán de navío Joaquín Bustamante, jefe del Estado Mayor de la Escuadra de Cervera.
Sorpresa e indignación causó en nuestra ciudad conocer que las cenizas del descubridor de América no serían depositadas en el Panteón de Marinos Ilustres, como parecía lógico, y que serían llevadas a la Catedral de Sevilla. El ministro de Marina, Auñón, salió al paso de estas protestas señalando que la intención del Gobierno había sido depositar las cenizas en Cádiz, pero que los descendientes de Colón habían elegido Sevilla.
Diario de Cádiz publicó el 19 de ese mismo mes de enero las cartas cruzadas entre el ministro Auñon y el duque de Veragüa, descendiente directo de Colón, sobre el destino final de las cenizas del Descubridor.
El Gobierno, al traspasar la soberanía de Cuba a los Estados Unidos, ordenó que las cenizas de Colón fueran exhumadas de la Catedral de la Habana y conducidas a la península, para que siguieran reposando en tierra española. Para ello ofreció a los descendientes de Colón el Departamento Marítimo de Cádiz y concretamente el Panteón de Marinos Ilustres. Auñón confesaba al duque de Veragüa que Granada, Sevilla y otras capitales españolas presionaban al Gobierno para acoger las cenizas del ilustre marino, pero que su opinión se inclinaba por San Fernando y que fuera la Marina la encargada de custodiar tan preciadas reliquias.
El duque de Veragüa pidió tiempo para estudiar la decisión y consultar el asunto con amigos y familiares. Pero poco antes de la llegada del Conde del Venadito a Cádiz expresaba su decisión definitiva en favor de la Catedral de Sevilla.
Cumpliendo los deseos de la familia, el ministro de Marina ordenó que la urna con las cenizas de Cristóbal Colón fueran trasladadas sin ceremonial alguno al Giralda, que se encargaría de remontar el Guadalquivir y llevarlas a Sevilla. En esta ciudad los restos de Colón si recibieron los merecidos honores durante el solemne traslado efectuado desde el Giralda hasta la Catedral, donde quedarían depositados definitivamente.
Mientras tanto, el ataúd con los restos mortales de Joaquín Bustamante fueron desembarcados en el arsenal de la Carraca por una sección de marineros de la escuadra que había combatido en Cuba.
Bustamante, sabio, inventor y prestigioso capitán de navío, había fallecido en Cuba a consecuencia de las heridas recibidas en Las Lomas de San Juan, al frente de las compañías de desembarco de los buques de la Escuadra y contra las tropas norteamericanas.
Rodeados de toda la Marina del Departamento de Cádiz, los restos de Joaquín Bustamante fueron llevados en un armón al Panteón de Marinos Ilustres para recibir cristiana sepultura. Allí aguardaba, presenciando la ceremonia, el almirante Pascual Cervera, que acababa de regresar a su domicilio de Puerto Real tras haber estado algún tiempo prisionero de los norteamericanos.
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