Un problema de conciencia

Las primeras que tienen que asumir el respeto debido a los cultos externos son las propias cofradías, que hasta ahora no están actuando

Pablo Manuel Durio

15 de marzo 2015 - 01:00

DE aquellas declaraciones del capataz diciendo que una procesión es un espectáculo y como tal, al que no le guste tiene todo el derecho del mundo a manifestarlo en plena calle, llegó lo que cada vez vemos con más asiduidad; de aquellos homenajes a quienes se dedican a insultar y a defender una supuesta tradición en las redes sociales -no ya cuando llega la Cuaresma, sino cuando pasa el Carnaval Chiquito- llegó ese espíritu de buscar en las cofradías solamente polémicas; de aquellas declaraciones, entrevistas y tertulias repetidas en los últimos años de un capataz y su grey, ante la total impunidad por parte de su junta de gobierno, ha llegado esta corriente que no guarda respeto ninguno ante una imagen sagrada; de aquellos Whatsaap de cuadrillas y peñas de cargadores en los que se insultan a capataces, cargadores, cofradías y todo el que se ponga por delante simplemente por no concebir la forma de llevar un paso como ellos quieren, llegó esa persecución. De aquellas camisetas llegaron esos gritos del sábado pasado en San José.

Como verá, querido lector, esto del manifiesto que han hecho las cofradías (el segundo) nace con un gran defecto: y es que lo que supuestamente han respaldado las hermandades, no está siendo aplicado por juntas de gobierno y hermanos mayores en la parcela que les corresponde (la cofradía a la que pertenecen y gobiernan en estos momentos).

Si cuando un coro utilizó las túnicas de una cofradía (o unas iguales) para disfrazarse la hermandad afectada guardó silencio y no condenó lo ocurrido; si lo mismo ocurrió con una cuadrilla cuyo uniforme también sirvió de disfraz para otro coro; si se permitieron en su día las camisetitas, si el capataz que aprobó los gritos seguirá al frente del paso, si el chillador del Cautivo ha sido 'protegido' por su gente, si otro capataz sigue una y otra vez dando el numerito... no podemos pensar, ni siquiera de lejos, en que el público que ve una procesión en la calle tenga que guardar el mínimo respeto. Respeto que no tenemos nosotros mismos, visto todo lo visto.

Mientras las cofradías no se muestren decididas por zanjar de raíz estas faltas de respeto, de nada servirán reuniones, manifiestos ni mensajes de preocupación. Mientras todos los cofrades, absolutamente todos, no tengan claro la gravedad que supone interrumpir a gritos un acto religioso, no podremos hacer nada.

Porque mientras las hermandades firman manifiestos, el chillador del Cautivo seguirá formando parte de su hermandad como hasta ahora. Mientras el Consejo hacía público ese manifiesto, un capataz seguía defendiendo y justificando a este chillador y a los chilladores que puedan cobrar protagonismo en el futuro ("el sanedrín de Cádiz").

Hay quien quiere hablar de la existencia de dos bandos enfrentados en estos desagradables capítulos que están aconteciendo. Pero lo único cierto es que debía existir un solo bando: el de los cofrades que piden el máximo respeto en sus actos de cultos externos, sea cual sea el recorrido, la fuerza del sonido de la horquilla, el movimiento del paso al andar y otras cosas que pasan a ser secundarias cuando una imagen se pone en la calle.

Y al que no le guste cómo discurre una procesión lo tiene tan fácil como plantearlo en un cabildo, o hacerse hermano y presentarse a hermano mayor en el siguiente cabildo de elecciones para entonces sacar la cofradía y el paso como le dé la real gana. Que ya le digo yo que seguro que obtendrá el respeto que él y sus palmeros no supieron dar desde la acera.

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