Como en casa

Las personas, aunque nos creamos únicas, tenemos poco de originales. En el mundo hay un número reducido de moldes y, con algunas diferencias, todas podemos encajar en alguno. No es una cuestión de parecido físico, ni de origen, ni de generación. Reconocemos a Bernarda, o a Don Juan, o a la Celestina, nada más salir al escenario, antes incluso de arrancar el diálogo. Los identificamos pese a que en cada teatro actúa un intérprete diferente. Del mismo modo, en la vida nos tropezamos con personajes repetidos; gente que, si tuvieran que hacer un casting, ya sabríamos qué texto darles, porque conocemos a alguien que en otro momento de nuestra historia ya representó su papel.

En mi exilio he re-conocido muchos portuenses. Auténticos oriundos del sur de Francia, que jamás han pisado Andalucía, pero que, sin saberlo, tienen una réplica allí. A algunos, cuando no recuerdo sus nombres, los llamo por el de su sosia portuense. No directamente, claro, solo para referirme a ellos en familia, porque en casa compartimos los mismos referentes.

Aunque frecuentes, estas coincidencias suelen aparecer de forma aislada. De ahí mi asombro hace unos días cuando, en un concierto en el Instituto Cervantes de Toulouse, me encontré con una sala llena de dobles. Si me dicen que estoy en un acto cultural en El Puerto, me lo creo. Allí estaban todos, los de siempre, los habituales con los que coincido en cada cita. Me sentía como en casa. Si hubiera hecho una foto de la sala y la publicara en estas páginas, nadie notaría la estafa.

El evento, Si me borrara el viento lo que yo canto, dedicado a la canción protesta española, atrajo a decenas de franceses (algunos se quedaron fuera por superarse el aforo). Ni ellos ni yo vivimos la dictadura, pero nos emocionamos igualmente. Y eso le dio más realismo al momento, porque en esa emoción se acercaron más a ellos, a los originales, a los que aprendieron a soñar con esa banda sonora y hoy siguen igual de activos, militando en sus principios, ¡y sin perderse una!