Las murallas, refugio para los gaditanos

Historias de Cádiz

En julio de 1797 los vecinos durmieron en las bóvedas de San Carlos ante el ataque de la flota inglesa de Jervis y Nelson l En la guerra contra EEUU se barajó esta misma solución

Las murallas de San Carlos, refugio para los gaditanos en 1797
Las murallas de San Carlos, refugio para los gaditanos en 1797 / Archivo
José María Otero

26 de junio 2021 - 18:43

Las murallas de Cádiz han tenido infinidad de utilidades a lo largo de su ya larga historia. A la defensa militar de la plaza, como toda fortificación, hay que unir en nuestro caso la protección de la ciudad ante los embates de la mar. Las bóvedas de nuestras murallas, además, han servido de almacenes de la Aduana, de talleres de carpintería, reparación de automóviles, establecimientos de hostelería, sede de peñas, garajes y otras curiosas actividades.

Otro gran servicio prestado por las murallas a Cádiz, y muy poco tratado por los historiadores, fue el de servir de refugio para los vecinos ante los ataques de escuadras enemigas. Es el caso ocurrido en 1797, cuando la flota inglesa al mando de Jervis y Nelson bloqueó el puerto de Cádiz. En principio este bloqueo apenas afectó a los vecinos. Caballerosamente, Jervis escribió a Mazarredo, almirante de la flota española, asegurando que sus barcos no molestarían el trabajo de los pescadores gaditanos. La vida cotidiana en nuestra ciudad transcurría con relativa tranquilidad hasta que el 3 de julio de ese año los barcos ingleses pusieron proa al castillo de San Sebastián y comenzaron a disparar sobre la ciudad.

Mientras Mazarredo y Gravina disponían la defensa por medio de lanchas cañoneras y fuerzas sutiles establecidas en las proximidades de la Caleta, el pánico cundió en la ciudad. Según Adolfo de Castro, en el bombardeo del día 3 de julio apenas cuatro bombas explotaron en el interior de Cádiz, mientras los combates tenían lugar en las proximidades del castillo de San Sebastián, pero fueron suficientes para que numerosos vecinos abandonaran Cádiz en busca de la seguridad de los pueblos más cercanos.

Al amanecer del 4 de julio era imposible alquilar un carro, un carruaje o una caballería para salir de Cádiz. Los botes del muelle eran insuficientes para la cantidad de vecinos que deseaban marchar a toda prisa hacia Puerto Real, El Puerto de Santa María o San Fernando. Esta masiva huida de la población daría lugar a unas jocosas coplillas que cita Augusto Conte en su descripción del ataque de Nelson a Cádiz:

“Ciudad sabia y siempre culta,

Cádiz eres un encanto,

¿Quién creyera que podías

en menos de cinco días

haber evacuado tanto?”

Pero lo cierto era que la mayor parte de la población, de grado o por fuerza, tuvo que permanecer en la ciudad y prepararse para soportar el ataque de la flota inglesa. Muchos vecinos acudieron a la Junta de Guerra, constituida en la ciudad para hacer frente al bloqueo, manifestando que sus casas y viviendas carecían de la más mínima seguridad ante un bombardeo, por lo que pedían buscar refugio en el interior de las murallas.

Lápida que recuerda la caída de una bomba de los barcos de Nelson
Lápida que recuerda la caída de una bomba de los barcos de Nelson / Archivo

La Junta de Guerra, conforme con esta petición, solicitó de la autoridad militar el desalojo de las murallas del barrio de San Carlos y de las que rodeaban a la actual plaza de España. Concedida esa medida, de inmediato comenzó el desalojo de las bóvedas, ocupadas en su gran parte por almacenes de Guerra y de Aduana. Algunas de estas naves estaban ocupadas por particulares que allí tenían almacenes o pequeñas industrias. También éstos fueron obligados a dejar libre las bóvedas, si bien el personal fue empleado en formar cuadrillas de bomberos que acudieran a sofocar los posibles incendios provocados por las bombas de Jervis y Nelson. Finalmente, las puertas de estas naves de las murallas quedaron franqueadas libremente para todos los vecinos que lo desearan.

El día 5 repitieron los ingleses el ataque. De nuevo las lanchas cañoneras dispuestas por Mazarredo y Gravina repelieron el ataque causando destrozos en los barcos enemigos. Varias bombas alcanzaron la ciudad, pero los daños no resultaron excesivamente graves.

Durante los días posteriores la flota inglesa permaneció a la vista de Cádiz, mientras los vecinos seguían refugiados en las murallas. Finalmente, cuando todos quedaron convencidos de que no volverían los ataques, el vecindario abandonó las murallas para regresar a a sus domicilios.

Cien años después de estos sucesos, Santiago Casanova, cronista oficial de la ciudad, aportó algunos documentos de la Junta de Guerra de Cádiz relativos al ataque de la flota inglesa y su repercusión en la vida de la ciudad. Curiosamente la Junta detalla los esfuerzos que realizó para minimizar la ‘huida’ de numerosos trabajadores como albañiles, panaderos y carpinteros. A todos se les hizo saber que si no regresaban de inmediato quedarían privados en el futuro del necesario permiso para trabajar en Cádiz.

En 1898, durante la guerra contra Estados Unidos, las murallas de Cádiz estuvieron a punto de ser abiertas de nuevo para refugio de los vecinos. Tras la derrota de la escuadra de Cervera, en las costas de la península se temió la llegada de los poderosos barcos norteamericanos. La prensa de la época, incluido Diario de Cádiz, publicó que una escuadra norteamericana al mando del comodoro Watson se dirigía a la península para bombardear sus puertos.

En nuestra ciudad fue derribado el faro del castillo de San Sebastián y se ordenó apagar las luces del Campo del Sur para desorientar a los barcos enemigos. Una comisión de vecinos acudió al gobernador militar, duque de Nájera, para recordar precisamente que las muralla fueron abiertas en 1789 con motivo del ataque de Jervis y Nelson y rogar que ordenara lo mismo.

Afortunadamente no fue necesario. Pocos días después se supo que las autoridades españolas estaban negociando un armisticio con Estados Unidos y que Watson y sus buques no habían llegado a ponerse en marcha.

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