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Perfiles. Sara Acuña Guirola, catedrática

La mujer que saltó barreras

  • Manifiesta una voluntad para tender puentes entre las diferentes orillas y una gran habilidad para acercar las posturas opuestas

EN diversas ocasiones, desde aquellos ya lejanos tiempos en los que compartíamos tareas de gestión académica en los primeros pasos de nuestra Universidad gaditana, los miembros del gobierno presidido por Mariano Peñalver coincidíamos en que la profesora Sara Acuña era ese valioso e imprescindible factor que proporciona sentido común en las deliberaciones y que, sobre todo, dota de racionalidad a las delicadas decisiones. Y es que Sara, catedrática de Derecho Eclesiástico y, por lo tanto, experta en leyes, en normas y en prescripciones jurídicas, posee una sorprendente habilidad para aplicarlas de manera razonable teniendo en cuenta las múltiples circunstancias y los diferentes contextos en los que protagonizamos las tareas humanas. A mi, además, me sigue llamando la atención esa voluntad permanente de tender puentes entre las diferentes orillas y esa sorprendente habilidad para acercar las posturas opuestas en las que, a veces, nos situamos sus compañeros.

A mi juicio, la clave que explica la coherencia entre sus juiciosos análisis y su conducta familiar, profesional y social, constituye la mejor -la única- manera de explicar cómo el prestigio de las instituciones -e, incluso, el valor de las marcas comerciales-, depende, sobre todo, de la calidad humana de las personas que las encarnan. Mujer de hondas convicciones éticas, rechaza las imposiciones arbitrarias y demuestra una capacidad ilimitada para, tras conversar, dialogar y debatir los asuntos importantes, buscar consensos o, al menos, alcanzar acuerdos.

La profesora Sara Acuña personifica -sin necesidad de emplear discursos feministas- el amplio desarrollo que ha experimentado el papel de la mujer durante la segunda mitad del siglo veinte. Su biografía -densa y dilatada- es la historia del itinerario que muchas mujeres han seguido en la conquista efectiva de metas irrenunciables, y marca la trayectoria que han recorrido en la búsqueda de unas tareas que dieran sentido a la vida humana. Sus líneas vitales dibujan el perfil de una catedrática de universidad que, contra los vientos de las convenciones machistas y contra las mareas de los intelectuales oficiales, se propuso saltar todas las barreras arbitrarias que impedían consumar su crecimiento personal o que frenaban el cumplimiento de las tareas ineludibles exigidas por sus dotes intelectuales y reclamadas por su conciencia moral.

Para alcanzar ese grado de cualificación académica, no necesitó el amparo de los grupos políticos, religiosos, económicos o sociales; para acreditar la autoridad de su voz independiente, no se apoyó en las plataformas de camarillas de intereses; para crear una escuela, no cayó en la tentación de entonar seductores cantos de sirena. Su fortaleza y su delicadeza, su agudeza crítica y su capacidad de síntesis, su firmeza y su versatilidad, su libertad y su seriedad profesional, su autoexigencia y su disciplina intelectual constituyen los avales que la acreditan como profesora y como gestora, como guía de investigadores rigurosos y como maestra de profesionales de la enseñanza del Derecho.

Sus puntos de vista, estimulantes y sugerentes, constituyen preguntas que nos atañen a todos y propuestas que nos vacunan contra doctrinas banales y hueras de sustancia. Sus teorías humanas y humanistas, apoyadas en la tradición clásica -presentes y vivas en el panorama contemporáneo- trascienden el ámbito del Derecho y constituyen unas claves que son válidas para la interpretación de la complejidad de nuestro mundo, para la comprensión de nosotros mismos y para la proclamación gozosa de la vida: de la totalidad de ese fluir que hace que cada instante de la vida sea toda la vida. La calidad y la claridad de sus conceptos, el rigor de sus modelos científicos, éticos, estéticos y religiosos, la transparencia de su lenguaje, son permanentes invitaciones para que, uniendo las normas y la vida, busquemos sin desmayo la verdad posible y optemos con decisión por los valores trascendentes.

Estoy convencido de que la profesora Sara Acuña -en este tiempo en el que abundan los constructores de barreras y de barricadas- constituye un estímulo para que nos decidamos de tender puentes entre el pasado y el futuro, entre los jóvenes y los adultos, entre los que tienen ideologías de izquierda y los de derecha, entre los que cultivan la cultura popular y los que prefieren la cultura más elaborada, entre los científicos y los literatos, entre la sociedad y la universidad, entre los creyentes y los agnósticos, entre los políticos y los ciudadanos, entre las mujeres y los hombres.

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