camino al cile
  • Mientras que, hasta el XIX, la iniciativa literaria la llevó la Península, hace ya tiempo que “los relojes se sincronizaron”

Los libros de las dos orillas

El catedrático José Jurado. El catedrático José Jurado.

El catedrático José Jurado. / Jesús Marín

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Las palabras de ida y vuelta a ambos lados del Atlántico implican también, a la fuerza, lo literario. Con mareas más fuertes, eso sí, según las épocas.“Hasta el XIX –comenta al respecto el catedrático de Literatura Española de la UCA, José Jurado–, la literatura virreinal trata de imitar siempre los modos de la Península. Así, autores como sor Juana Inés de la Cruz o Juan Ruiz de Alarcón, están pendientes de qué se hace en la otra orilla para proyectarlo”. Y aunque las guerras de independencia hispanoamericanas tuvieron lugar en el primer tercio del XIX, la liberación literaria, por decir, será posterior, de finales de mismo siglo, “y el gran momento de inflexión –apunta Jurado– se va a producir con Rubén Darío. A partir de ahí, y del Modernismo, cambia el sentido y el modelo que se imita es el de Latinoamérica. Darío se convierte en un Cervantes, un Faulkner, un Lorca, una personalidad muy potente”. Desde entonces, va a pesar menos lo peninsular: “Como se suele decir, en el siglo XX se sincronizan los relojes atlánticos. España ya no va tirando de ellos, sino que más o menos llevan en paralelo sus pasos”, afirma el especialista.  

Contrariamente a lo que pensamos, añade José Jurado, el “origen del llamado boom estaría en los años 40, con las novelas de Miguel Ángel Asturias. Ocurre que, con la posguerra y la dictadura –explica–, la influencia se retrasa hasta los años 60 y 70. Esa literatura tiene un peso notable en el modo de escribir en España. Én ‘La invasión de los bárbaros’, Jordi Gracia y Joaquín Marco explicaban cómo empezó a llegar el boom, y cómo autores como Cela o Bonald comenzaron a imitarlos, aunque luego abandonaron el estilo. Y también hay un tema muy importante que no tiene que ver tanto con lo estético como con el mecanismo del sistema literario, y es que los empresarios españoles empiezan a poner a disposición del boom las editoriales y los premios. Carlos Barral encuentra una mina y, a través de su sello, empieza a publicarlos, y empiezan a copar los premios más prestigiosos (Herralde, Alfaguara, Biblioteca Breve). El Premio Cervantes va a ir alternando las dos orillas. Desde entonces, nuestra influencia a nivel estético es mínima, y vamos a ir copiando lo que allí se hace”. 

La propia extensión del territorio pone en interrogante si es posible hablar de algo, siquiera, como literatura latinoamericana. Para Jurado, una idea de literatura cohesionada “sí existe, por la lengua”, aunque el propio término ha demostrado tener difíciles asideros: “Cuando yo estudiaba, dependía de quién lo hablaba: lo latinoamericano incluía también lo portugués; si decías literatura hispanoamericana, parecía que abundabas en lo español; hay países que prefieren el término sudamericano para hacer frontera con Estados Unidos... Últimamente, parece que se habla de literaturas hispánicas argentinas, mexicanas, etc”. 

Realmente, las literaturas hispánicas integran, pues, un corpus muy diverso, “con una variedad cultural también enorme, con historias y culturas precolombinas diferentes. Hay muchos géneros –prosigue José Jurado–, que sólo se dan en un lugar: la novela del negro, del gaucho, de la revolución, indigenista, de la dictadura...  Y luego hay países que han mirado más hacia toda la literatura europea, como el caso de Cortázar o Borges, que además tenían el inglés o el francés; mientras que otras literaturas han tenido una visión más americanista”. 

Aun así, el rodillo de la globalización ha contribuido a unificar, entre otras cosas, porque “todos los escritores tienen las mismas herramientas de información: la computadora está ahí, y los resultados para 'selva amazónica' serán similares. Antes, todos partían del kilómetro cero. Esa información más compacta hace que los temas sean más parecidos. Y otra consecuencia significativa de estos tiempos ha sido que, desde los 70, con el caso Padilla, los escritores van apartándose de lo ideológico. Por todo lo convulso que ha tenido la historia reciente, la latinoamericana ha sido una literatura bastante ideológica, pero actualmente se está desideologizando bastante. Hasta hace relativamente poco no les interesaba tanto la identidad sino la deriva del país o del continente; y ahora, prima lo individual, lo personal”.

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