PerfilesClemente Crespo Rodríguez Comerciante

Un hombre que sabe apreciar las bondades de la ancianidad

  • Gran observador, posee una mirada inteligente capaz de ahondar en el conocimiento de los seres humanos.

Aunque es cierto que los rasgos caracterizadores del perfil humano de Clemente hunden sus raíces en la atmósfera que, durante su niñez y durante su adolescencia, respiró en su hogar familiar, tras las esporádicas y fragmentarias conversaciones que he mantenido con él en este último año, he llegado a la conclusión que el elevado nivel de desarrollo que han alcanzado estas cualidades se debe, en gran medida, al permanente "entrenamiento" al que se ha sometido durante su larga trayectoria como distribuidor de máquinas de escribir. Su vida -intensa y dilatada- constituye una manera elocuente de responder a su vocación de servicio. La delicadeza, la seriedad y la generosidad de este hombre reflexivo y apasionado satisfacen, a mi juicio, las exigencias de un profesional serio que encarna un modelo peculiar de ser humano, y constituyen un mosaico de ricos tonos y de variados matices que están hábilmente entrelazados por los hilos sutiles de la cortesía y estrechamente unidos por los vasos comunicantes de la cordialidad. Fíjense cómo las transparentes expresiones de su rostro reflejan la solidez de su rico mundo interior.

Observador de paisajes, de sucesos y de personas, Clemente posee una mirada inteligente capaz de ahondar en el conocimiento de los seres humanos con los que convive y, sobre todo, de comprenderse a sí mismo. Tiene una exquisita habilidad para crear momentos largos de grata conversación y de intensa amistad y, a veces, constituye el centro de tertulias enjundiosas. Clemente, como indica José María, sabe mirar de frente las realidades de la vida, disfrutar con gozo y con mesura los episodios festivos, soportar sin amarguras los dolores y estar a la altura de las circunstancias más adversas; evidencia una eximia grandeza y una exquisita nobleza para pelear y para sufrir por la dignidad de la existencia humana. Por eso nos resulta difícil escucharle quejas o advertir en su rostro muecas de disgusto.

Con estas palabras pretendemos reconocer la bondad de un hombre servicial, honrado y afectuoso, y valorar la sencillez de un gaditano que, derrochando cordialidad y modestia, nos explica cómo, incluso cuando ya soporta los achaques de la edad provecta, sigue viviendo una vida rica y enriquecedora, alimentada por la savia fecunda de la amistad. Me llama la atención la claridad con la que, con sus actitudes y con sus comportamientos, trata de explicar a los compañeros con los que convive en la Residencia de San Juan de Dios, que la ancianidad es -o puede ser- la época en la que recogemos los frutos maduros y saboreamos los jugos nutritivos de las experiencias más fecundas y más gratificantes de nuestra existencia. Y es que, aunque reconoce las limitaciones físicas y funcionales en este tramo final de la vida humana, él está convencido de que está en nuestras manos no sólo aligerar o retrasar el proceso de inevitable degradación biológica y mental, sino de que, además, podemos lograr que la última etapa de nuestras vidas sea incluso más fructífera y más placentera que las anteriores. Para envejecer humanamente hemos de ser conscientes de que los años vividos y las experiencias acumuladas, más que tiempo gastado, son recursos efectivos, fértiles cosechas y frutos maduros que, si los administramos con habilidad, están disponibles para que los aprovechemos y para que le saquemos todo su jugo.

Es posible que estas sean las conclusiones que él extrae de esos largos ratos de silencio en los que, tranquilo, mira hacia lo alto y en los que, sereno, cobra aliento para, contento, seguir la marcha hacia él mismo y hacia los demás. Ésta es su peculiar manera de transformar las actividades en experiencias y de escuchar la música que fluye bajo el arrullo de las palabras. Ésta es su fórmula para evitar ahogarse en este turbulento mar de confusiones y para esperar el momento oportuno en el que, con prudencia, paciencia, discreción y templanza, acertar con la palabra adecuada. Y es que estas virtudes tienen mucho que ver con unas facultades tan escasas como el tacto y el gusto: el tacto cordial y el gusto estético.

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