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El francés que habla de Cádiz y se le eriza el vello

  • Jean-Jacques DuquesnoyUn guiritano enamorado de La Tacital Llegó en 1992 y desde entonces no ha faltado un verano

  • De regreso a Francia carga el coche con jamón, manzanilla, queso payoyo y moscatel

Playa de La Caleta. Un joven tira una colilla a la arena. Un hombre se acerca para reprocharle el feo gesto. El joven, sabedor del acento de guiri de quien le interpela, le suelta: "Estamos en España". El extranjero le aclara que "no estamos en España, estamos en el paraíso. Lo fue de tus abuelos y debe seguir siéndolo para tus hijos". El mismo hombre que cada mañana entra por la puerta de la coqueta playa y pregunta, con arte, a sus amigos, viejos caleteros bronceados, "pero... ¿esto es gratis?", señalando al bello paisaje. Se llama Jean-Jacques Duquesnoy, Jota o Jota-Jota para los amigos, es francés y se enamoró de Cádiz un día de primavera de 1992. Llega a la entrevista con unos gargajillos (zapatillas de goma caleteras de color carne, como Dios manda) colgados de su bolsa. Ha intentado, sin éxito, citar al redactor, que no viste en esa ocasión los gargajillos ni va preparado para saltar por las piedras, en la Piera Los Erizos. Finalmente, la conversación tiene lugar en el Bar Nuestro de Cada Día, antiguo 606, en la calle La Rosa. Jota saluda a destajo. Muestra un puñado de cristales de colores erosionados recogidos en la playa para hacerse una pared caletera en el cuarto de baño de su casa, en Francia. Su relación con esta ciudad eriza el vello.

El "flechazo" de Jota con Cádiz tiene su origen en un partido de fútbol que no tuvo nada que ver con el equipo cadista. Como buen futbolero, Jota alucinó con el Francia-Alemania, semifinal del Mundial del 82, jugado en el Sánchez Pizjuán de Sevilla. Fue uno de los encuentros más fascinantes de todos los tiempos, resuelto finalmente a favor de Alemania en la tanda de penaltis después de acabar la prórroga con un 3-3. "Lo vi por la tele y casi tiro el televisor por la ventana", dice. Diez años después quiso conocer ese lugar donde se disputó el mítico encuentro. Con su guía de Trotamundos apareció en la ciudad hispalense. "Era mayo, pero ya hacía mucho calor. Estuve cuatro días y decidí buscar el mar, que sabía que estaba cerca", cuenta. El azar, ¿o fue el destino?, le llevó a Cádiz. "Fui a la estación de autobuses de El Prado y las opciones eran Cádiz y Huelva. El primer autobús que salía tenía Cádiz como destino. Y hasta ahora", relata.

Llegó sin saber decir en español más que "hola" y "gracias". "La primera cerveza me la tomé en El Merodio. Era el tiempo de los caracoles. La primera familia que tuve en Cádiz. La gente de ese bar. Maravillosos". Se alojó en el Hostal Colón, de la calle Marqués de Cádiz, donde estuvo parando siete veranos seguidos. "Otra familia para mí". Habla de Cádiz y muestra su brazo derecho, donde los pelos se le ponen de punta. Literalmente. "Fue como un viaje en el tiempo. Nací hace 55 años en Francia y hace 26 años en Cádiz", asegura. Aquí encontró "la familiaridad de la gente, nadie está solo, todo el mundo se ayuda" y la "vida en los bares". Porque en Francia "es más difícil la vida social". Dice que "sol, playa y buena comida los hay en muchos sitios, pero en ninguno los ojos de la gente de Cádiz, de cómo acogen a los de fuera". Se deshace en elogios para los gaditanos. "Soy un alumno en Cádiz y los profesores son los gaditanos. No profesores de español, profesores de vida". Ahí quedó.

Pronto se hizo cadista. Y recuerda una anécdota que demuestra su afición. El domingo 17 de mayo de 2009 se jugaba en Carranza la ida del play-off de ascenso a Segunda División entre el Cádiz y el Real Unión de Irún. Jota estaba en Cádiz, pero al día siguiente, lunes, debía estar temprano en su trabajo, en Francia. "Era imposible ver el partido, que se jugaba a las nueve de la noche, y llegar en coche a mi casa. ¿Qué hice? Me fui el domingo por la mañana y paré en Irún, pues me cogía de camino. Allí, en la plaza del pueblo, con mi camiseta del Cádiz y entre cuatro mil aficionados del Irún, vi el partido en una pantalla grande. No se lo creían", señala. Tan bien cayó que un hincha del equipo rival le invitó a su casa a descansar unas horas antes de volver por carretera.

Dentro de unos días cogerá el coche y volverá a llorar cruzando el puente Carranza. En el maletero, un cargamento para atenuar la distancia, para pasar el trago de la nostalgia. Queso payoyo, doce botellas de manzanilla de la taberna de la calle Feduchy, moscatel de Chiclana (su madre le ha advertido que no se le olvide), tinto Barbazul, tres paletillas de Lazo en sobres envasadas al vacío compradas en El Alcázar (y los huesos para hacer puchero) y varias bolsas de picos El Guijo. A este "guiritano", así se autodenomina, le quedarán once meses de ansiosa espera. Cada mañana se seguirá conectando a la web de Diario de Cádiz para ver qué acontece en La Tacita. "Mi novia se llama Cádiz. Puedo vivir 11 meses sin ella. No soy celoso, y aunque tiene muchos amantes, sé que me espera", concluye.

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