Una finca que seduce con sus curvas

Novena-barrié · casa de la familia

El inmueble, obra del arquitecto Fernando Ortiz Vierna y que fue construido en la segunda mitad del siglo XIX, alberga actualmente cuatro viviendas y un hermoso patio

Este edificio del siglo XIX posee una esquina redondeada en la confluencia de las calles Novena y Barrié.
Este edificio del siglo XIX posee una esquina redondeada en la confluencia de las calles Novena y Barrié.
Beatriz Estévez / Cádiz

14 de noviembre 2010 - 01:00

Piense una finca. Dibuje en su mente la fachada de ese edificio. Trace su contorno. Dele forma.

En el siglo XIX, el arquitecto Fernando Ortiz Vierna imaginó una finca e ideó parte de su fachada en curva. Modeló una esquina redondeada. Y convenció. En la confluencia de las calles Novena y Barrié está la prueba.

El balcón en semicírculo es la seña de identidad de la casa burguesa que se acomoda en los números 2 y 4 de la calle Novena. Una casa que fue construida para Agustín Blázquez a principios de la década de 1870, y que actualmente conserva su altura de dos plantas, pero no su anchura. Ortiz Vierna diseñó un inmueble colosal que se asomaba a las vías Novena, Barrié y también Columela, pero durante la Guerra Civil un incendio destruyó prácticamente la mitad de esta construcción.

Su refinada fachada, maquillada en tonos gris y blanco, invita a la contemplación. La balconada redondeada seduce por su forma, aunque también contribuyen los motivos florales que la enmarcan y el cortinaje fruncido que luce tras los cristales del primer balcón.

El imponente portón de caoba que custodia el edificio amanece abierto. El mármol enlosa el suelo y cubre parte de la pared de la entrada. Al fondo, una hermosa puerta enrejada, pintada en blanco y en la que se ha hecho un hueco a la dorada fecha 1872, se abre para recibirnos.

Los hermanos Nani y Juan Tovar nos dan la bienvenida en un patio donde el color rosa salmón de las paredes aporta calidez y mitiga la frialdad que desprende el mármol. De mármol de Carrara es el pavimento y también la regia escalera que nace y crece a la derecha, y por la que accedemos a la primera planta. Varias esculturas que recuerdan a la Venus de Milo adornan el recorrido, al igual que las columnas estriadas que sostienen bellos arcos y las molduras decorativas que salpican los muros y el techo. En el rellano de la primera planta, un alargado espejo empotrado se nutre de toda esta belleza.

A la derecha queda una puerta blanca, cerrada. Varios interrogantes se agolpan ante ella. ¿Desde cuándo este histórico inmueble pertenece a la familia Tovar? ¿Quién lo habita actualmente? ¿Qué se conserva original de la casa? ¿Qué nos depara su extensa azotea?

La batiente comienza a abrirse y las respuestas van saliendo a nuestro encuentro. Fue en la década de los 70 cuando la familia Tovar adquirió el edificio, que hoy alberga cuatro viviendas repartidas entre las dos plantas. Las hermanas Nani, Manoli y María José Tovar y sus respectivos esposos e hijos aportan vida a tres de las moradas. En la cuarta residía su madre, fallecida hace un par de años.

La puerta blanca se abre, se aparta de nuestros ojos. Y a éstos les cuesta unos segundos acostumbrarse a tanto verde. Un verde que florece en decenas de macetas asentadas en el rectangular patio al que hemos accedido. Exuberantes helechos rebosan de sus tiestos y se derraman sobre el suelo de mármol y pavés, aportando frescura a este espacio al que cubre y protege una montera. El color de la esperanza también lo aportan varios potos y palmeras de interior, así como otros helechos colocados sobre el barandal de la galería superior. Y entre la copiosa y cuidada vegetación se distinguen cuatro jaulas. La de mayor tamaño la ocupa un anciano loro parlanchín, y las otras tres, inquietos canarios. "Éste es nuestro oasis", comparte Nani.

La amable anfitriona nos invita a acceder a las dos viviendas ubicadas en esa planta, aunque su intención es enseñarnos sólo los salones. "Las demás dependencias se quedan para nuestra intimidad", sonríe.

Además de preservar la finca de los estragos del tiempo, las tres hermanas se afanan por conservar la vivienda de su madre tal y como ella la dejó. Y lo consiguen. Recorremos un alargado pasillo que desemboca en un salón dividido en dos partes. A la derecha, un vasto mueble de caoba de una única pieza acapara tres paredes. Lo adornan numerosas figuras de decoración, libros y fotos enmarcadas. Sobre el firme, una alfombra. Y sobre ella, dos cómodos sillones. Atrás quedan un sofá, una mesa baja de cristal y otros dos sillones junto a una chimenea decorativa de mármol.

Una majestuosa cortina nos dificulta la visión del otro extremo del salón. La apartamos y descubrimos una singular habitación con forma circular. El cortinaje fruncido que se aprecia desde la calle queda a la derecha. En la izquierda y al frente se han colocado mesitas de distinta altura y asientos de estilo isabelino. Del techo cuelga una llamativa y centenaria lámpara de lágrimas. Y el centro de la sala está despejado. Todo el protagonismo lo asume el decorado y bello suelo de mármol italiano.

"Este suelo es original de la casa, menos mal que no lo arrancaron como hicieron con el de la planta de arriba", apunta Juan Tovar, que explica que todo el firme del segundo piso tuvo que ser repuesto con mármol español al haber sido desmantelado antes de que su familia asumiera la propiedad del inmueble.

La casa contigua a la de la madre de los hermanos Tovar es la de Nani. En su salón se ubican dos hornacinas con puertas de caoba y cristal perfectamente conservadas. "Forman parte de la finca, son originales", puntualiza su dueña. Diversos cuadros salpican las paredes color ocre de esta estancia, donde una ovalada mesa de comedor, de caoba y de una única pieza, se apropia de gran parte de su espacio. Frente a ella y muy próximo al balcón que asoma a la calle Novena llama la atención un floreado sofá de estilo isabelino y dos sillas a juego. La alfombra y la cortina de la sala lucen un estampado muy similar.

Atravesamos de nuevo el oasis y accedemos al piso superior en el ascensor que posee la finca. María José vive justo encima del piso que ocupaba su madre. De ella es el balcón redondeado de la segunda planta. No obstante, la estancia que lo alberga no posee forma circular, más bien dibuja un semicírculo. Esta sala se ha convertido en un despacho con ayuda de un mueble librería y de una robusta mesa de escritorio. Esta vivienda también posee dos vitrinas empotradas con puertas de caoba originarias de la finca.

"En esta planta había antiguamente una capilla, pero cuando nosotros llegamos sólo quedaba de ella las vidrieras emplomadas, y mi padre las cedió a la hermandad del Medinaceli", relata Juan. Y a ese comentario encadena otro. En algún documento de la casa leyó que el rey Alfonso XIII durmió en ella durante un viaje, antes de partir hacia Canarias.

El cuarto salón nos lo enseña su propietario, Blas Rodríguez, marido de Manoli Tovar. Contiene una mesa ovalada muy parecida a la que posee Nani. Pero sin duda, es una mesa baja de bronce y cristal la que acapara la atención. Otro mueble que resalta es una antigua y elegante cómoda de curvas clásicas. Dos cortinajes de un intenso color rojo visten la pared que colinda con dos balcones que sobresalen en la calle Novena

El último interrogante que se despeja es el de la azotea. Depara unas vistas impresionantes. La vecina torre conocida como La Bella Escondida casi se puede tocar. La Catedral no queda a mucha distancia. Tampoco la Torre Tavira. Si se enfoca a lo lejos se puede apreciar dos de los pilares del segundo puente, y hasta la silueta de Valdelagrana se vislumbra si el día está despejado. Y ya puestos, rebuscando entre los edificios, se localizan las torres de varias iglesias, como la de San Antonio, San Francisco y Rosario.

Piense un gran mirador.

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