Serendipia y diamantes: las pistas tras 'Las lágrimas de Iliria', la nueva novela de Óscar Lobato
literatura
“Esta novela tiene mucho de serendipia y poco de Internet”, dice Óscar Lobato al empezar hablar. Vive Dios pues, como muchos sabemos, antes de Google estaba Óscar. El autor -y ex periodista especializado en temas de seguridad– presenta esta tarde en la APC en Cádiz su última novela, Las lágrimas de Iliria (Cazador). Una obra que, como sus anteriores, obedece más al andamio que a la inspiración, con varios años entre indagación y elaboración.
“Todo libro –apunta– es un artefacto de ficción, e independientemente del peso de realidad que esta historia tenga, lo que ayuda es a construir una ficción”. Pero la toma a tierra aquí es importante y la metahistoria, inacabable. El material de construcción iba amontonándose en carpetas y “llegó un momento -asegura Lobato- en el que me propuse empezar de nuevo, porque lo que fuera lo quería contar en menos de 400 páginas”.
El origen de su historia estuvo en un encuentro para militares y gente del ramo en Mons (Bélgica). Allí conoció al que sería perfil y causa de la actual novela. En Mons, a su vez, se encuentra una entidad de nombre digno de novela de espías, el Shape –Cuartel General Supremo de las Potencias Aliadas en Europa–: el espacio desde donde se organizaron, por ejemplo, distintas formas de intervención en la antigua Yugoslavia –donde primero operó la ONU; después, la OTAN; y después se sucedieron distintas acciones–.
Lobato contextualiza: “Lo que nosotros llamamos guerra de Yugoslavia fueron en realidad siete conflictos diferentes que se dieron a través de seis repúblicas y de seis grupos étnicos distintos”. Las lágrimas de Iliria arrancan en el Dubrovnik de la guerra pero el escenario en el que se desenvuelven los protagonistas no es ajeno a la red que durante décadas procuró el gobierno de Tito: “Ten en cuenta que cuando España empieza a despegar como potencia turística, en los sesenta –prosigue el autor–, Croacia estaba ya muy a la cabeza y, hoy día, Croacia (que tiene la mitad de extensión de costa que Andalucía) tiene más millones de visitantes al año que nosotros”.
El turismo en el ex territorio yugoslavo aceleró con la pisada de alemanes de las dos Alemanias, italianos y bálticos, principalmente, que encontraron un escenario idílico de servicios accesibles y precios de risa al cambio –¿les suena?–. Dubrovnik era pues un punto rojo turístico antes de que nosotros filmáramos en el NODO a nuestro turista un millón y, cuando cayó, se afrontó la problemática de sacar de sus museos las piezas más emblemáticas: entre ellas, las lágrimas de Iliria, un famoso set de diamantes. El convoy, por supuesto, fue asaltado camino de Zagreb. La guerra es la guerra.
“Catorce años más tarde, un lapidario en Bérgamo encuentra que llega a sus manos la lágrima número tres, y empiezan a desarrollarse una serie de pesquisas para localizar todo el lote”, indica Lobato. Y ahí es cuando entra en escena un antiguo militar, ahora miembro de una compañía privada de defensa, que había sido veterano en toda la campaña de los Balcanes, que se había comido enterita, los ocho años, gracias a la afortunada casualidad de que hablaba serbocroata. Ahora, por supuesto, sólo aspira a retirarse a Suiza –como tantos diamantes–, forrado de dinero y aburrido como un reloj de cuco. Y es por eso “que acepta toda esta trama que pone en marcha mi historia”.
Su rastreo –un tanto desesperado– le termina llevando hasta un antiguo paramilitar de la época y, no lejos de este rastro, la presencia de Kuga (peste), un asesino con el que el ladrón tiene una cuenta pendiente, “y que no encaja dentro de la idea que podamos tener del mercenario típico: el famoso pasillo de los francotiradores tenía a miembros del equipo olímpico”.
La novela quiere servir de tributo, además, a las mujeres y a los militares españoles, “a los que antes de llegar, ya estaban puteando y que tuvieron un desempeño excepcional: hasta el punto de que en Mostar hay una plaza de España en su honor”.
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