El Desembarco de Alhucemas, cien años después
El 8 de septiembre de 1925 se inició una ofensiva en la que casi nadie confiaba y que fue decidida y dirigida por el general Primo de Rivera
Por la Conferencia de Algeciras de 1906 a España se le asignó el Norte de Marruecos en régimen de Protectorado, que fue constituido formalmente en 1912 y que se mantendría hasta 1956, cuando este país consiguió su independencia. Se trataba de una extensión de unos 22.800 Kilómetros cuadrados, árida y de escasos recursos, con capital en Tetuán. Las zonas del Rif y de la Yebala, de entrada se erigieron en una fuente permanente de conflictos, como el del Barranco del Lobo en 1909, cerca de Melilla. Pronto surgió la desafiante figura de Adelkrim El Jattabi, un cadi rifeño, educado en España y que había sido funcionario del Gobierno, siendo distinguido, incluso, como Caballero de la Orden de Isabel la Católica y la Cruz Roja al Mérito Militar.
Posteriormente, en claro reto tanto a España como al propio sultán, que veía peligrar la unidad de Marruecos, creó la República Independiente del Rif, desde donde mantuvo en continuo jaque a las autoridades españolas. En 1921 tuvo lugar uno de los episodios más trágicos, el Desastre de Annual, en el que 10.000 soldados, al mando de los generales Manuel Fernández Silvestre y Felipe Navarro, perecieron ante los ataques de las cábilas de Abdelkrim. La conmoción en España fue total, con graves reproches mutuos entre militares y políticos, creándose un profundo malestar entre la opinión pública.
El 12 de septiembre 1923 Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, con la aquiescencia de Alfonso XIII, dio un golpe de Estado suspendiendo las garantías constitucionales y dando paso a la Dictadura que lleva su nombre. Una de las razones que se esgrimieron para dicho golpe fue, precisamente, la cuestión marroquí, muy agravada por lo acontecido en Annual. Se daba la especial circunstancia, además, de que Primo de Rivera nunca había mostrado especial simpatía por la presencia española en Marruecos. Bajo su mandato y especial iniciativa tuvo lugar en 1925 el llamado Desembarco de Alhucemas, que pondría punto y final a toda una serie de escaramuzas y conflictos bélicos habidos hasta entonces en el Protectorado
Una operación militar innovadora y precisa
El 12 de abril de 1925 Abdelkrim llevó a cabo una fuerte ofensiva contra las líneas francesas, poniendo en graves apuros al mariscal Leautey, máximo representante francés en Marruecos. Esta acción, como pronto se demostró, supuso un error garrafal para la causa rifeña, propiciando una pronta colaboración entre España y Francia que originaría la caída del propio Abdelkrim.
El mariscal Leautey, al que se le achacaba de cierta displicencia con España, había llevado a cabo durante su mandato en Marruecos un intensa tarea de pacificación, atento regularmente a los problemas de la población y evitando los enfrentamientos con los cabecillas locales. Tras Annual y conforme los ataques de Abdelkrim se fueron intensificando, volvió a Francia no sin antes pedir más refuerzos. En su lugar fue destinado el mariscal Petáin, aclamado como héroe nacional en la pasada Guerra Mundial, que se mostró mucho más proclive a colaborar con España. A tal efecto estableció sus primeros contactos con Primo de Rivera, toda vez que, previamente, se había convencido de la imposibilidad de llegar a ningún avenimiento con Abdelkrim.
El 12 de julio se anunció el inicio de conversaciones formales entre España y Francia para buscar una solución militar que pusiese fin al conflicto, los llamados Acuerdos de Madrid, que incluirían una planificación de las futuras operaciones, aunque sin especificarse, por razones obvias, mayores detalles. Otra cuestión fue el proyecto de un desembarco en la bahía de Alhucemas, con fuerzas anfibias y el apoyo de la aviación, que comprendería, aparte de las tropas españolas, un contingente francés. Dicho proyecto se debió personalmente a Primo de Rivera, a pesar de que no estaban de acuerdo ni el propio Petain, ni el Estado Mayor español, ni tampoco la mayoría de los generales como el caso de Sanjurjo. Llegados a este punto tuvo que imponerse Primo de Rivera, consciente de que un fracaso en aquella operación hubiera supuesto un serio revés para su persona. Calvo Sotelo, que sería su ministro de Hacienda en uno de sus gabinetes, al referirse a aquellos momentos escribió que “ni en las alturas más encumbradas hubo ningún ambiente propicio para la aventura de Primo de Rivera”.
El desembarco se inició el 8 de septiembre de 1925, participando 32 barcos de guerra españoles y 18 franceses, junto a un considerable número de vapores mercantes y barcazas blindadas. Las operaciones fueron supervisadas por el propio Primo de Rivera, como general en jefe, a bordo del acorazado ‘Alfonso XIII’. Ante su sorpresa por el avance inicial, bien significativo fue el telegrama que envió: “Enemigo ni se ve ni se oye”. Especial relevancia tuvo en estas operaciones el general de Infantería Leopoldo Saro, curtido desde años atrás en las campañas del Rif y de la máxima confianza de Primo de Rivera. A destacar, también, las aeronaves que participaron, cubriendo las playas y muy atentas al camino que llevaba a la posición de Axdir, punto neurálgico de Abdelkrim. Eran aparatos de la Aviación Militar y de la Aeronáutica Naval a los que se unieron los de la Aeronautique Navale francesa. Esta eficaz actuación de la Aviación supuso un fuerte espaldarazo para que se convirtiera en arma independiente a partir de 1926.
La diligente cobertura informativa
Por aquel entonces la prensa escrita era casi el único medio de comunicación de masas, que, para el caso de la Dictadura de Primo de Rivera, resultó un eficaz recurso propagandístico, con una intensa labor comunicativa donde no estaba exenta la censura y las notas de obligada inserción, aunque, en términos generales, esta circunstancia diera lugar a muchas contradicciones. Aún así, dados los medios y las restricciones mediáticas del momento, aquel suceso se cubrió con prontitud y eficacia por parte de unos periodistas que, por lo demás, seguían con bastante interés un tema tan sensible como era todo lo concerniente a Marruecos.
‘Diario de Cádiz’ en sus primeros titulares daba cuenta de la sorpresa que experimentaron las tropas españolas ante la poca resistencia que encontraron. No era para menos, pues, con anterioridad a esta operación, se había insistido con marcado escepticismo en “las muchas dificultades para su realización”. Como una de las claves en el éxito destacaba una serie de originales maniobras de distracción a base de “simulacros de desembarco que desorientaron al enemigo”. Aunque, con cierta cautela, apuntaba que había que esperar a los siguientes acontecimientos y que Primo de Rivera pensaba trasladarse a Tetuán para dictar nuevas órdenes respecto a la situación general de la zona. Con todo, la operación en marcha suponía, además, “una fundamental garantía de orden”, que iba a mejorar “considerablemente nuestro porvenir en el Protectorado”.
Por su parte, ‘Abc’ expresaba su satisfacción por la colaboración de Francia e insistía en que se trataba de “un proyecto cuidadosamente preparado con mucha antelación”, a pesar de que los periódicos nacionales, alusión directa a la censura imperante, “no hayan podido ni debido anticipar noticias ni pormenores de la preparación”. En cambio, matizaba, no había ocurrido lo mismo “desde hace meses en periódicos extranjeros”.
En cuanto a la prensa francesa, mucho más libre y sin las cortapisas propias de la censura, aunque con matizaciones según la tendencia partidista de los periódicos y sin tanta euforia como en España, se coincidía en que el éxito de la operación era un paso muy importante para la pacificación de aquella zona de Marruecos. Ni que decir tiene que en sus medios más conservadores la colaboración francesa fue mucho más alabada que en los españoles, no faltando las consabidas críticas de aquellos periódicos de la izquierda radical por lo que consideraban otra acción más, propia del ‘colonialismo’.
Luces y sombras de aquel acontecimiento
El indiscutible éxito de aquella operación, que, por lo demás, a Primo de Rivera le supuso un alto grado de popularidad, ‘El Pacificador de Marruecos’, hizo que muchos de sus detractores por unos momentos se olvidaran de sus errores, cuando no abusos, en su gestión política hasta ese momento. A la larga, esta fugaz condescendencia hacia su persona resultaría un espejismo, pues muchos tratadistas coinciden hoy, como ya entonces, que hubiera sido el momento ideal para haber dejado el poder, si tenemos en cuenta de que él mismo, cuando dio el golpe de Estado, había insistido con especial énfasis que estaría al frente del Gobierno de España por muy poco tiempo. No fue así, sino que decidió permanecer y, aunque acometió importantes obras públicas con un saneamiento, incluso, de la Hacienda durante breve tiempo, lo cierto es que acabaría abandonado por casi todos, empezando por el propio Rey. Presentó, pues, su dimisión el 28 de enero de 1930, al no quedarle ningún soporte político.
También, cuestión de fondo y objeto de muchas especulaciones, fue la pregunta que, a modo de acusación, pronto surgió en el seno de la opinión pública española. Si en tan pocos meses se había llegado a un fructífero acuerdo con Francia, ¿por qué se había tardado tantos años en conseguirse y quienes, además, habían sido los máximos responsables de aquella impericia?. Esto último rechinaba con más fuerza, si cabe, y afianzaba aún más la posición de Primo de Rivera, puesto que había bastado solo muy corto tiempo para que éste y el primer ministro Paul Painlevé ultimaran un acuerdo. De todas formas, dicha acusación se hizo igualmente extensible no solo a España sino también a Francia, no faltando los correspondientes recelos y suspicacias, que, sobre esta cuestión marroquí, ya se arrastraban de mucho antes respecto al país vecino.
En cuanto a la suerte corrida por AbdelKrim, fue un tanto desigual. En principio, pasó a rendirse a las fuerzas francesas en la posición de Targuit, seguro de que recibiría un trato mejor que si caía en manos españolas, a pesar de que con bastante insistencia, aunque vanamente, se pidió su entrega. Trasladado a la isla de La Reunión, al este de Madagascar, el gobierno de Francia le asignó una considerable pensión de francos anuales, incluyendo la manutención de las treinta personas que estaban a su cargo. Allí permaneció hasta 1947, cuando, en un viaje a la Metrópoli, al recalar en Port Said, solicitó el amparo del Rey Faruk de Egipto, que lo acogió como refugiado político. Murió en el Cairo en 1963, siendo ya Nasser presidente de aquel país.
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