La caída de los amos de la droga del Cerro del Moro
La Policía Nacional ha detenido en el último mes a dos históricos del menudeo. El pasado lunes asaltó un piso donde llegaban a comprar centenares de toxicómanos
Los vecinos de la Corrala de los Pescadores, en el Cerro del Moro, concilian un sueño más tranquilo desde que el pasado lunes la Policía reventó un punto de droga que los traía por la calle de la amargura. Paco El Troya se había hecho el amo del vecindario y amenazaba a quien se fuera de la lengua. Paco tenía su vivienda y su negocio en una casa de la planta más alta de esta especie de patio de vecinos de extramuros de la barriada más castigada por la droga de la ciudad. A sus 50 años ya llevaba a sus espaldas 13 detenciones anteriores por tráfico de drogas. Ahora se enfrenta a la posibilidad de pasar una temporada a la sombra a tenor de las pruebas que contra él ha recabado la Unidad de Pequeño Tráfico de la Udyco de la Policía Nacional. Porque, según dicen los agentes, lo más importante en estos casos es tener bien atados a los compradores para que el narco no pueda objetar que las papelas eran para consumo propio.
Cuando a las siete de la mañana los agentes de la UPR echaron abajo la puerta de la casa donde residía Paco El Troya se encontraron a este en la cama con su novia Lorena, de 33 años, y que tiene tres antecedentes por pequeños hurtos. Paco, un caballero que conoce las reglas del juego del gato y el ratón, ha preferido comerse el marrón en solitario y exculpar a su compañera, a la que el juez López Marchena ha dejado en libertad con cargos.
Además de papelas de heroína y rebujito, los policías encontraron un panorama desolador: una vivienda sin electricidad y casi sin agua corriente, llena de suciedad y hasta con excrementos del perro de raza peligrosa que vivía con los detenidos en las habitaciones.
Las quejas anónimas de los vecinos a los agentes de la Policía pusieron en marcha un operativo complicado por las características de la Corrala de los Pescadores, cuyo nombre real es Grupo Virgen del Carmen. Este bloque enorme de viviendas tiene entradas por cuatro calles diferentes: Trafalgar, Lepanto, Valencia y Setenil de las Bodegas, lo que provoca que en sus vigilancias la Policía tenga que multiplicarse. Aun así, los agentes reunieron abundante material fotográfico para inculpar a Paco El Troya. En las imágenes se ve a clientes llamando a su puerta y entrando sigilosamente, algunos con un mono de rebujito tan grande que se fumaban su dosis en la misma escalera, a la vista de otros vecinos, que hartos de la inseguridad decidieron insistir a la Policía para que acabara con su tortura diaria.
El rebujito es la droga más demandada y más peligrosa del momento. Al poder de adicción de la heroína une los efectos euforizantes de la cocaína, lo que convierte en sus esclavos a los que lo prueban en cuestión de días. En el Cerro también los hay más clásicos, esos que sólo quieren heroína con una pureza de entre el 10 y el 12%. La crisis ha traído la socialización de esta droga. Ahora se venden papelas a diez euros, aunque esto no quiere decir que su precio se haya abaratado, todo lo contrario. Hasta hace poco un gramo se vendía a 60 euros. Ahora la papela de 100 miligramos cuesta 10 euros, lo que quiere decir que en realidad están vendiendo el gramo a 100 euros.
El perfil del traficante que se da en el Cerro del Moro o Guillén Moreno es el de un toxicómano que en cuanto que logra hacerse con un coche viaja a Sanlúcar y se dedica a vender y a consumir, invirtiendo sus ganancias en comprar más dosis, en un bucle macabro. La heroína y la cocaína que llega a Sanlúcar entra por el territorio de los grandes clanes asentados en la barriada de la Cruz de Mayo, como el de La Pinilla, que cuentan con pisos corridos, auténticos búnkers donde resulta misión complicadísima sorprenderlos. Ellos a su vez compran los estupefacientes a otros clanes de etnia gitana asentados en Dos Hermanas, el verdadero gran supermercado de la droga de Andalucía. Sus capos mantienen contactos importantes con las redes turcas que manejan la heroína y que la trasladan en grandes camiones a través de Los Balcanes. Así que la heroína que se cultiva en Afganistán entra en Europa por Turquía y llega hasta un pequeño barrio de Cádiz. Cosas de la globalización.
Pero la detención de Paco El Troya no ha sido el único palo gordo contra el narcotráfico en el Cerro del Moro que ha dado la Udyco I en las últimas semanas. Porque Paco no había hecho sino coger la vacante dejada por un histórico del trapicheo en Cádiz: Fernando El Ruso, catalogado por la propia Policía como el mayor traficante al por menor de la ciudad.
El Ruso vive en la avenida de la Bahía, aunque su punto habitual de venta es la esquina de la calle Alcalde Blázquez. A sus 52 años, ha pasado más de 20 en la cárcel debido a que en la década de los 80 también fue condenado por realizar diferentes atracos. En el momento de ser detenido se cree que podía mover unas 450 papelas de rebujito y 150 de heroína al día, es decir, que en su caso sí podría ser considerado como un negocio lucrativo, si se tiene en cuenta que de cada papela se puede sacar en limpio cuatro euros. Tanto es así, que en ocasiones especiales llegaba a hacer hasta dos viajes a Sanlúcar en el día. Esto quiere decir que en Cádiz se sigue consumiendo mucha droga y que por más esfuerzos que hace la Policía siempre hay alguien dispuesto a ocupar el puesto del que ha caído, como en una organización jerarquizada donde impera la ley del más fuerte, del más valiente, del más atrevido.
Hace meses también cayó en el Cerro del Moro Rafael H.L., traficante especializado en cocaína y que movía esta droga por toda la ciudad gracias a un ciclomotor con el que se sentía impune. Era el que más coca movía en la ciudad hasta que fue detenido en una operación que le llevó a cumplir tres años de condena.
"Somos el grupo Cobra y aquí no trafica ni Dios". Ese es el lema de la Unidad de Pequeño Tráfico de la Comisaría de Cádiz. Quizá pueda parecer una utopía teniendo en cuenta que no pueden disponer de todos los medios que desearían, pero a entusiasmo no les gana nadie. Porque estos agentes son conscientes de que mientras haya necesidad habrá droga. Mientras que algunos de los toxicómanos no vean otra opción para malvivir que dedicarse a vender papelas a diez euros que les den unas ganancias mínimas con las que aplacar su adicción, habrá droga. Mientras que no se aumenten los esfuerzos en materia de seguridad, habrá droga. Para erradicarla de los barrios de Cádiz también se antojan fundamentales las denuncias ciudadanas anónimas pero que son muy tenidas en cuenta por la Policía cuando encuentra pruebas. De hecho, una de las máximas policiales dice que a un buen inspector lo hace bueno la cantidad y la calidad de los informadores que tiene.
La lucha continúa. La droga está más al alcance de los bolsillos. En las inmediaciones de la calle Barbate se roban de los supermercados de la zona cuñas de queso y packs de charcutería, cuchillas de afeitar o pilas para revenderlas puerta a puerta entre los vecinos a un precio inferior al real. Así hasta alcanzar los 10 euros con los que acudir al punto de turno donde venden un rebujito cuya mezcla se fuma en papel de plata, como la heroína de los 80, y que da unas horas de subidón antes de necesitar otra dosis. Dos, tres, cuatro al día. Hasta que la necesidad es tanta que hay que pasar de consumidor a vendedor. Y así se entra en una espiral del que es muy complicado salir. Y por eso vuelven a verse por el barrio los muertos vivientes. Desdentados, cadavéricos, con ojos sin vida, seres atrapados en ese laberinto al que un día entraron convencidos de conocer el camino hacia una salida que se ha difuminado. A veces es la propia Policía la que les salva la vida. Como a Lolita M.P., una traficante de 45 años que operaba en el Cerro y a la que detuvieron en su casa cuando se encontraba grave después de un chute demasiado puro. "La encontramos con la cara morada, en una butaca con la cabeza caída. Si no llegamos a entrar se hubiera muerto seguro. La llevamos al hospital y pudo recuperarse. Hace poco la he visto con siete u ocho kilos más. Le salvamos la vida", dice uno de los policías que la detuvo.
Pero el problema es que la Policía no puede actuar como Asuntos Sociales. Algunas denuncias que llegan hasta el grupo de Pequeño Tráfico son de ciudadanos que alertan de que en una vivienda cercana a la suya se consume droga. Porque hay pisos de toxicómanos que son utilizados como narcosalas a cambio de alguna papela. Pisos de personas sin recursos a los que el Ayuntamiento llega a pagarles las facturas de luz y agua. Hay un problema de subsistencia. ¿Cómo puede la Policía ayudar tanto al toxicómano que camina por el filo de la navaja como al vecino que tiene la desgracia de vivir en la puerta de al lado y soporta la inseguridad, los gritos, las peleas? No es su tarea, para ello están otras instituciones.
La remodelación del Cerro del Moro, de Guillén Moreno, la rehabilitación de Santa María, han ayudado a cambiar el paisaje de estos barrios, pero esto no quiere decir que no se trafique con droga. La heroína no es que haya vuelto, es que nunca terminó de irse. Sólo permanecía en estado latente hasta encontrar un caldo de cultivo apropiado para volver a galopar a sus anchas, y lo ha hallado en una crisis económica que ha acabado con los puestos de trabajo y las esperanzas de miles de personas.
También te puede interesar