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El acento femenino de la División Azul

Miguel García posa con su libro junto al monumento del parque Genovés de Cádiz dedicado a la enfermera Carmen Angoloti.

Miguel García posa con su libro junto al monumento del parque Genovés de Cádiz dedicado a la enfermera Carmen Angoloti. / Lourdes de Vicente

Miguel García Díaz, militar retirado, es un minucioso investigador, un apasionado de la historia militar acostumbrado a moverse con soltura y agilidad por las trincheras de los archivos españoles. De su pasión por la investigación han salido distintos títulos que poseen el rigor necesario para dotar a sus publicaciones de la imprescindible fidelidad que siempre se exige a quienes tratan de dibujar periodos de la historia menos conocidos por la sociedad, incluso desconocidos. En este marco se encuadra su último trabajo. Bajo el título ‘Ángeles en el frente del Este. Las enfermeras de la División Azul (1941-1944)’, Miguel García se acerca a un tema poco tratado en la literatura divisionaria y que depara algunas conclusiones de alcance.

Cuenta García Díaz que en las publicaciones que existen sobre la División Azul, el envío de enfermeras españolas a la guerra contra la Unión Soviética es “tratado de pasada”. Más se han centrado los libros en revelar el apoyo militar español al Ejército nazi alemán que a desentrañar el papel que jugaron este grupo de mujeres, en total 146, que acudieron a prestar sus servicios sanitarios a una zona que, con los años, fue clave para el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en el continente europeo. No en balde, el fracaso de la ofensiva alemana en Rusia permitió que los soviéticos fueran avanzando hasta protagonizar el histórico cerco de Berlín que, a la postre, supuso el final de Hitler.

Fue un antiguo compañero de Miguel García Díaz, destinado en la Dirección de Sanidad del Ejército de Tierra, quien le puso en la pista de los expedientes de las mujeres que integraron alguna de las seis expediciones que, desde 1941 hasta 1944, partieron de España al frente soviético.

Aquellos primeros documentos formaron la base de toda la investigación posterior, dedicada en un primer momento a delimitar la procedencia original de aquellas mujeres, que llegaron a Rusia desde el propio departamento sanitario del Ejército español, de las Damas de la Cruz Roja y de la Sección Femenina de Falange, que se unieron en el llamado Cuerpo de Damas Auxiliares de la Sanidad Militar.

García Díaz, pues, ha bebido para este libro de los archivos militares, de los documentos que se custodian en la sede central de Cruz Roja y de los archivos de Falange Española, que se custodian en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia.

La investigación de este militar retirado ha cifrado en 146 las enfermeras españolas que marcharon al frente ruso para atender a los heridos en la contienda militar. García Díaz ha encontrado más nombres, pero ha eliminado algunas duplicidades y otros casos en los que no ha podido documentar de manera fehaciente su participación en este cuerpo sanitario creado desde España y que siguió al grupo de voluntarios que formaron la llamada popularmente División Azul y que luchó junto al ejército nazi contra los soviéticos.

Es este conjunto de 146 mujeres el que centra el grueso del libro publicado por Miguel García, que distribuye por sus páginas las 265 fotografías seleccionadas de las más de 1.000 imágenes que ha encontrado y manejado en su investigación, en una aportación gráfica que completa las historias de estas mujeres.

El autor ofrece un listado de enfermeras repartidas por el número de expedición en la que participaron, que hasta seis hubo entre los años consignados en el libro, pero también aporta abundante información acerca, por ejemplo, de la fecha de ida y de regreso a España, de los hospitales en los que estuvieron destinadas, de sus provincias de procedencia e, incluso, de la titulación que poseían y por la que fueron incluidas en el grupo.

Sólo tras la llegada de la primera expedición, las enfermeras españolas estuvieron más cerca del frente de guerra. Advierte Miguel García que las enfermeras asistieron a los heridos en los hospitales de la retaguardia, ubicados fundamentalmente en los países bálticos y en ciudades como Riga, Vilna, Porjov o Berlín, y que los alemanes se cuidaron mucho de no exponer a estas mujeres en zonas de combate para evitar pérdidas y, también, que pudieran caer prisioneras en manos rusas, una circunstancia que Alemania no estaba dispuesta a asumir.

Así que estas enfermeras engrosaron los equipos de los hospitales españoles situados en la retaguardia del frente, en zonas ya ocupadas por alemanes. Aunque las enfermeras contaban con militares jefes médicos españoles, el mando supremo en estos hospitales fue el alemán. Y aunque su objetivo principal fue atender a los heridos españoles, también prestaron servicios en salas mixtas donde se encontraban tanto compatriotas heridos como soldados alemanes.

De las muchas conclusiones de este libro, su autor destaca el hecho de que la participación de aquellas enfermeras en la guerra mundial, su trabajo en los equipados hospitales alemanes, permitió que regresaran a España “mejor formadas”. A su propia titulación y a la experiencia que muchas de ellas ya habían adquirido en la Guerra Civil española, unieron en este caso los conocimientos adquiridos en unos centros sanitarios dotados de los por entonces equipos sanitarios más modernos y que aplicaban técnicas sanitarias en muchos casos inéditas para la medicina española. De hecho, a su regreso a España muchas de estas enfermeras ejercieron en centros y hospitales españoles ocupando puestos de dirección y responsabilidad, gracias sobre todo a sus experiencias y a los conocimientos adquiridos en el frente ruso de la Segunda Guerra Mundial.

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