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Obituario

Réquiem por mi amigo Juan Carlos

Día triste y de luto en el Paseo Marítimo y en todo un vecindario. Hasta el Cielo no ha parado de llorar. Nos ha dejado uno de sus vecinos más insignes e ilustres o al menos, de los más queridos y respetados por todos. Carlos o Juan Carlos, como lo llamaba yo, el ‘Chicharrero’, de Santa Cruz de Tenerife. El hombre que más temprano se levantaba en Cádiz, como también le decía, y el más moreno durante todo el año, pues vivía en la playa, en su playa. No sé si era mi amigo o se puede llamar así, pero lo cierto que cuando hoy me han avisado de lo que ya sabía me han dicho “Quillo, ha aparecido muerto tu amigo de la playa”.

Nos unió, hace ya muchos años, el tabaco. Siempre me pedía, hasta que un día empecé a pedirle yo a él. Sinceramente, no creo que nadie le haya dado tanto tabaco como yo, como estoy seguro que él tampoco le ha dado a nadie tanto tabaco como a mí. Le decía de broma que algún día íbamos a tener que montar un estanco entre los dos, pero no para vender el tabaco, sino para fumárnoslo.

Hace ya también muchos años me dio una lección un día de Nochebuena, cuando fue a comprar tabaco con el dinero que le di, tras pedirme él uno y no encontrarnos. Yo ya me había fumado 3 o 4 que había pedido y cuando por fin nos vimos, él todavía no había abierto el paquete. Yo probablemente sí lo habría hecho y le dije que porqué no había cogido uno y me contestó que porque era mío. Lección de un sin techo a un niño de papá en un día de Nochebuena que no olvido.

Este verano tuve que dormir una noche con él. Me había dejado mi riñonera con todo, llaves de casa incluidas, tras un día en Bolonia, en el coche de un amigo y pensé que no podía dormir mejor que con él. Acerté, se lo expliqué y me dijo “échate ahí” y extendí mi toalla, lo poco que me quedaba. “Pero vas a pasar frío, hermano”, me dijo. “¡Anda ya, Juan Carlos!”. Efectivamente, a las cuatro de la mañana me despertó el frío, pero me encontré su manta por encima mía. “Juan Carlos, ¿qué haces?”. Y me respondió “tú la necesitas más que yo”. Al amanecer nos fuimos a desayunar al Nebraska.

Era serio y callado, solo hablaba con quien le hablara. Pero tremendamente correcto y amable. Contaba dos tipos de chistes: muy buenos y muy malos. Pero también tenía ingenio personal. Hace solo unos días me pidió un cigarro como él lo hacía. “¡Te lo compro!”. Y le digo “¡500 euros!”. Y me dice “no tengo cambio”.Un hombre bueno y un buen hombre. Teníamos la misma edad. El domingo por la noche, como era habitual, antes de subir a casa me fumé el que iba a ser el último cigarrito con él sin saberlo. Estaba aparentemente bien, normal... comentamos entre otras cosas que el Cádiz volvía a terminar la jornada fuera de descenso y varias cosas más. El lunes por la mañana al salir de casa ya no estaba. Quedaban sus sombrillas, la que era su casa y sus figuras a medias en la arena. Al volver por la tarde, ya ni aquellas ni éstas, pero sí al menos un ramo de flores.

Si el cielo existe debe ser para este tipo de gente, así que solo espero que en ese cielo haya mucha arena y mucho tinto. No sé si era mi amigo o tiene otro nombre, pero sí que se merecía un réquiem y una pequeña semblanza... y que se le va a echar de menos.

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