Cádiz

Querida Pepita

Presto mi voz a tantos y tantos compañeros, funcionarios, laborales, jubilados, de todos y cada uno de los centros y dependencias de la Diputación Provincial, y a los Presidentes, Diputados y Diputadas, Alcaldes y concejales de la provincia, personal de sus distintos Ayuntamientos, que se han ido sucediendo a lo largo de estos largos 46 años en que has prestado tus servicios a esta Institución, para ti como tu segunda casa. Y les presto mi voz, como te digo, para que puedan despedirse de ti, sin recuperarse aún de la dolorosa sorpresa y la desolación con que todos hemos ido recibiendo la noticia de tu desaparición.

El día antes de iniciar tu último viaje me volvías a hablar, no nerviosa e intranquila, sino sosegada y en calma, como tú solías estar siempre, de tus dudas ante los meses que te quedaban para tu forzosa jubilación. Y yo te volví a repetir lo que te había expresado ya varias veces: creo que debes esperar y prestar así una nueva colaboración a la Diputación, pero haz lo que te apetezca, lo que te dé la gana, en la seguridad de que, te vayas o continúes, decidas una cosa u otra, vas a salir por la puerta grande y con todos los honores.

Lo que nadie podíamos siquiera imaginar es que te ibas a ir de esta manera, con tu espíritu aún joven, tu ilusión de viajar, de conocer, con tus ganas de vivir junto a Paco y tu familia. Pero también de esta forma te vas por la puerta grande y con todos los honores.

Por la puerta grande como persona, como amiga, como mujer humanísima, cercana, campechana, jovial, servicial, siempre presta a la charla, a la confidencia, a las buenas formas y gracia fina gaditana, a la preocupación y a la ayuda a los demás, siempre sensata, cordial y amable, prudente y equilibrada.

Y con todos los honores como compañera, como gran funcionaria y gran profesional que eras. En estos días precisamente en que los servidores públicos estamos en el candelero, nos dejas ejemplo de funcionaria eficaz, trabajadora, discreta, entregada a su labor con cariño a la Corporación Provincial, pues también se la puede y se la debe querer, y a cuantos la componen personal y físicamente.

Has sabido estar a la altura y mostrar tu eficacia tanto en los períodos en que se te pidió colaboración de alta responsabilidad, uno de ellos muy dilatado, en los que actuaste con toda naturalidad y sencillez, como en los que has estado a la sombra y en segunda fila, pero con la misma dedicación. Tanto en unas circunstancias como en otras, has inspirado a todos confianza, tranquilidad, seguridad ("¿ya está la nómina de este mes, Pepita?"; "mírame este pago cómo va, Pepita"), sin una mala respuesta o una reacción descompuesta. Ejemplo también de funcionaria pendiente de echar una mano en las situaciones muchas veces graves que se presentan casi a diario y atenta a resolver los asuntos difíciles y los problemas complicados que con tanta urgencia se plantean, buscando la vereda, a veces también difícil de encontrar con tu experiencia y tu respeto a la norma, pero sin oponer obstáculos insalvables, buscando siempre una salida, calladamente y sin protagonismo.

Muchas más cosas podríamos decirte hoy y hablar de ti, Pepita. Te vamos a echar mucho de menos. Tu figura y tu andar eran un clásico y uno de los últimos vestigios de una lejana Diputación familiar. Así te considerábamos todos, como de la familia, y creo que tú igual a nosotros. Por eso estabas y estábamos todos contigo como en nuestra casa.

Queremos agradecerte todos también cuanto nos has dado y ofrecido durante tantos años y manifestar nuestro cariño y apoyo a tu querido marido, a tu queridísima hermana y a tus hijos y nietos, pues como verdadera madre y abuela te consideraban, acompañándoles en estos momentos en que sufren una pérdida tan grande e irreparable.

Dejas una estela inolvidable.

Adiós, Pepita, hasta la eternidad.

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