Nueva plaza de Mina y viejos dragos
Historias de Cádiz
El alcalde Benito Arroyo Gil reformó el paseo que quedó inaugurado en junio de 1897 con nuevo alumbrado de catorce farolas l Bandas de música para festejar el acontecimiento
El domingo 6 de junio de 1897, hace más de ciento veinte años, el alcalde de Cádiz, Benito Arroyo Gil, inauguraba la nueva plaza de Mina, con un diseño muy parecido al actual y con cuatro grandes paseos en su interior paralelos a los edificios que la rodean.
Una semana antes tuvieron lugar las pruebas oficiales del alumbrado eléctrico, que estuvieron precedidas de curiosas anécdotas. Hasta al alcalde habían llegado las protestas de numerosos vecinos por la oscuridad existente en algunos rincones de la plaza, sobre todo en la zona próxima al Museo de Bellas Artes, donde era frecuente la presencia de “bultos sospechosos”. Esos vecinos señalaban que la oscuridad favorecía la actuación de los gamberros, que campaban a sus anchas en esa zona de la plaza de Mina. Las señoras, a través de varias cartas dirigidas a Diario de Cádiz, también protestaban por la falta de luz en algunos rincones, “que amparan lo ilícito”, y que daban lugar a que algunas parejas de enamorados “escandalizaran con su conducta las buenas costumbres que siempre reinaron en nuestra querida ciudad”.
Con esos antecedentes no es de extrañar que fueran cientos los gaditanos que acompañaron al alcalde Arroyo Gil y a sus concejales en las pruebas de alumbrado. Hasta catorce grandes farolas se dispusieron en la plaza. El alcalde, personalmente, daba indicaciones a los encargados de la luz para que no quedara rincón alguno en la oscuridad.
El día de la inauguración fue un día grande para Cádiz, ya que se trataba indudablemente de una de las plazas favoritas de sus vecinos. Como señalaba el cronista de Diario de Cádiz, Martín Barbadillo, “en la plaza de Mina, donde tuvo por origen la palabra cursi, han nacido infinidad de noviazgos y han velado sus primeras armas, en amoríos, riñas y juegos, varias generaciones de gaditanos”. El Ayuntamiento consiguió para la ocasión la presencia de las bandas de música de los Regimientos de Infantería de Álava y Pavía, que se colocaron, cada una, en las esquinas de la calle Zorrilla y del callejón del Tinte.
A las diez en punto de la noche se encendieron las farolas y las bandas de música, al unísono, atacaron la marcha ‘Cádiz’, que fue coreada por los casi cinco mil vecinos que acudieron a la cita. Benito Arroyo, acompañado de los concejales y demás autoridades, recorrió toda la plaza recibiendo felicitaciones de los asistentes. Las bandas ofrecieron un concierto en el que no faltaron el pasodoble Los Voluntarios, del gaditano Jerónimo Jiménez, y un Poupurrit de Aires Nacionales compuesto por el director de la banda de Pavía, Eduardo López Juarranz.
Los bancos de la plaza podían ser ocupados libre y gratuitamente. No obstante funcionaba un servicio de alquiler de sillas a cargo de establecimientos benéficos de nuestra ciudad. Por una módica cantidad, asequible para la gran mayoría, podía arrendarse una cómoda silla de enea y colocarla en el lugar apetecido de la plaza para hacer tertulia con sus amistades.
El origen de esta plaza es muy anterior a lo que hemos relatado, ya que procede de la huerta y jardín del cercano convento de los franciscanos y que pasó a la ciudad mediante las expropiaciones de comienzos del siglo XIX. El profesor Juan Ramón Cirici Narváez, en su extraordinario trabajo sobre ‘La arquitectura gaditana del siglo XIX’, señala que el primer diseño de la plaza para uso público fue obra del arquitecto Torcuato Benjumeda y llevada a cabo por el también arquitecto, Juan Daura. En 1838 fue abierta al público, ya con el nombre de Espoz y Mina.
En su primera época, la plaza de Mina estaba rodeada de grandes verjas para limitar el acceso al público. Sus paseos eran transversales, desde la calle San José a la actual Antonio López y desde la calle del Puerto, hoy Zorrilla, al callejón del Tinte. El derribo de las tapias de los franciscanos y la apertura al público hizo que la plaza fuera uno de los lugares escogidos por los gaditanos más pudientes para levantar nuevas viviendas.
Junto a un bellísimo jardín, con numerosas plantas llegadas de América, los gaditanos heredaron de los franciscanos unos dragos de enorme mérito. Uno de estos dragos fue objeto de polémica entre los eruditos de nuestra ciudad y tuvo un curioso y desgraciado final.
Según algunos entendidos, el drago situado en el centro de la plaza de Mina tenía enorme valor ya que se trataba del citado por Plinio y otros autores clásicos. Otros entendidos en la materia, sin restar importancia al árbol, señalaban que el drago no podía tener tanta antigüedad. El catedrático Juan Bautista Chape, decano de la efímera Facultad de Farmacia de Cádiz, impartió en su momento varias conferencias sobre el asunto y publicó varios artículos sobre la antigüedad del drago.
La polémica interesó a muchos, y cientos de personas acudían diariamente a la plaza de Mina para observar el árbol. El guarda colocado por el Ayuntamiento se veía obligado a mostrarlo y atender a los curiosos. Cierto día, el guarda, cansado de tantas visitas, decidió cortar por lo sano y vertió un cubo de cal alrededor de su tronco. Poco tiempo después murió el drago y el guarda recobró sus tranquilidad. El catedrático Chape siguió con sus conferencias sobre el famoso drago añadiendo que “murió alevosamente a manos de un verdadero animal”.
Otro antiguo drago procedente de la huerta y jardín de los franciscanos era el situado en el patio de la Escuela de Bellas Artes, en el actual callejón del Tinte, que sucumbió, en esta ocasión por causas naturales, en junio de 2013.
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